El momento de la espada

Política


altDavid Noriega Rodríguez ha fallecido mientras escribía estas líneas. A través de su vida contribuyó decisiva y generosamente a dirimir la cuestión planteada en ellas. La respuesta tentativa que al final se propone es en parte fruto de sus lecciones. Y es que pocas preguntas resultan más angustiosas para un político opositor que cuándo es indispensable recurrir a la acción directa. No me refiero ahora a la violencia armada. Más bien a esos resbaladizos efluvios que se vierten antes, como manifestaciones y protestas, pleitos judiciales y la denuncia de escándalos. A los fines que convocan esta lectura, cada cual debe hacer su propia reflexión. La mía está precedida del siguiente relato:

La voz del Dragón era poderosa y llegó a ser obedecida por muchos. Incluso si lo que declaraba contradecía la realidad. De esta forma, sin título o autoridad, la bestia disponía del destino de los demás. Diariamente propagaba con fiereza su opinión en los medios de comunicación. Sus razonamientos eran repetidos hasta la saciedad por los adictos de su tóxico aliento. Bajo su encanto, lo bueno era malo y lo malo era bueno. Todo dependía de qué servía mejor a sus intereses. No importa que nunca acertara en sus predicciones. Su dominio del significado de las palabras le permitía torcer el pasado y abrogarse el futuro. Esta voracidad solamente aumentaba con cada conquista. Los pocos guerreros que osaron desafiarlo vieron en este implacable apetito su principal debilidad. Sin embargo, nunca lograban aliarse o concertar estrategias en su contra. Con cada una de sus derrotas, crecían las hordas hechizadas por las mentiras del monstruo y su confusión, era más profunda. Varias eras pasaron sin que ningún campeón lograra ganarle el gobierno a la fuerza o reunir el suficiente caudal electoral para vencerlo en las urnas.

Un día me tope con uno de los adalides de esas luchas. Fue en una sala del museo universitario. La misma estaba dedicada a mostrar maravillosos avíos de combate de otras épocas. El esforzado líder miraba con actitud reverente una vieja espada. Estaba colocada detrás de una vitrina en el lugar menos conspicuo. Su todavía cortante metal mostraba algunas cisuras, la guarnición tenía manchas y la empuñadura estaba muy gastada. Al acercarme me dijo afablemente: “Esta arma es la única de toda la colección que realmente fue usada en batalla. Alguna vez estuvo aferrada al brazo de un aguerrido soldado que mató y murió en defensa de nuestro territorio. Con ella se ganó una gran victoria. Somos lo que somos gracias a ella.” Luego de un solemne silencio me atreví a decir: “Pero todavía no somos libres. Valdría la pena sacarla de esa urna y volver a darle uso.” Con una sonrisa me contestó: “Es cierto que la redención de la patria a veces requiere derramar sangre. Pero ello únicamente se justifica cuando antes se han agotado todos los demás medios. Todavía buscamos una verdad que nos junte en una sola voz para desacreditar la tiranía. Cuando atinemos a encontrarla la superaremos en su propio juego. El momento de la espada es cuando hayamos demostrado que el Dragón, nunca nos permitirá acallarlo, aunque sigamos las reglas que el mismo impone.”

David Noriega Rodríguez usó escrupulosamente los procedimientos legales para fiscalizar al Estado y perseguir la corrupción pública. En sus lidias como dirigente estudiantil, abogado, legislador y comunicador, explotó al máximo las escasas vetas democráticas del sistema político puertorriqueño. Laboró dentro del régimen pero en su contra. No logró su cometido existencial de ver a su país libre, pero fue posiblemente, la mejor espada de su generación.