En las letras, desde Puerto Rico: La urgencia creativa de Janette Becerra

Cultura

El pasado mes de mayo, el Instituto de Cultura Puertorriqueña puso en circulación el nuevo libro de Janette Becerra, titulado Ciencia Imperfecta, colección de cuentos que recibió el Premio de Literatura 2013.

Por tal motivo, traemos a su consideración una interesante entrevista que realizó el poeta y narrador Juan Carlos Fred Alvira a Janette Becerra el pasado mes de octubre, fecha cuando la autora participaba en Nueva York de un panel que indagaba sobre el pasado, presente y futuro de la literatura puertorriqueña.

En el diálogo que leerán a continuación encontrarán en Fred Alvira un lector exigente, que conversa con Becerra acerca de dos de sus libros más recientes: Doce versiones de soledad y Antrópolis. Tampoco queda de lado reflexiones acerca del cuento y la novela como géneros literarios, y la importancia que le otorga la autora a la literatura infantil. El intercambio culmina con una peculiar asociación entre habichuelas y literatura boricua. Por lo anterior, En las letras, desde Puerto Rico, aquí en El Post Antillano, agradece la primicia que nos ofrecen ambos escritores al permitirnos reproducir esta conversación.

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JUAN CARLOS FRED ALVIRA: La soledad que permea todos los cuentos de su libro ha sido tratada tantas veces en la literatura, en todos los géneros. Hay novelas como Cien años de soledad o Pedro Páramo; hay miles de poemas. ¿Por qué la forma del cuento? Y ya que trabaja varios géneros, ¿cómo se origina cada uno? ¿Surge un tema en su mente y luego escoge el género o sale naturalmente en ese género? ¿O decides escribir, por ejemplo, un cuento y entonces buscas el tema?

JANETTE BECERRA: Escogí la forma del cuento para Doce versiones de soledad por dos razones, primordialmente.

La primera tiene que ver con mi impaciencia. Ya lo he dicho en alguna otra entrevista: tiendo a tener con la creación una relación de urgencia. Surge primero una idea (siempre es primero una idea y nunca un género literario) y me urge verla concretada en texto, materializada. Si esa idea es abstracta, digamos más intuitiva, emotiva o sensorial que racional o verbal, recurriré al poema, que me permitirá acabar la obra en horas. Si, por el contrario, es más discursiva o narrativa, recurriré al cuento, que me tomará días o, a lo sumo, semanas.  Pero en ambos casos confieso que he buscado hasta ahora formas literarias breves por ese sustrato de urgencia, de compulsión que me caracteriza al escribir. No es que escriba con prisa: reviso y reescribo muchísimo, pero después de haber vaciado ese impulso creativo en un recipiente textual que me permita ver el todo con cierta prontitud. Con el cuento, que he trabajado más que la poesía últimamente, me he propuesto ir desarrollando paciencia literaria: disciplina para aprender a esperar por la obra acabada. En la medida en que lo logre, probablemente me voy aproximando a la novela. Antrópolis, la novela juvenil que publiqué con Ediciones SM, es ya un relato más extenso, pero con todo sigue siendo narrativa breve. Así que el día que publique una novela  ya saben que habré ganado otra batalla personal en esta guerra mía contra la urgencia.

La segunda razón tiene que ver con el tema mismo del libro. Pensé que no había mejor representación narrativa de la soledad que aislar a los personajes en relatos distintos, sin que jamás se crucen. Los protagonistas de Doce versiones de soledad habitan algo así como un mismo “condominio” narrativo (o un mismo terrario, para usar la metáfora del primer cuento) sin conocerse ni acompañarse entre sí.  Esa es la verdadera soledad, la más trágica.

JUAN CARLOS FRED ALVIRA: ¿Se puede ver su libro como una novela dividida en capítulos de soledad?

JANETTE BECERRA: Se puede, claro: cada lector rehace el libro y redefine el sentido de su estructura según su óptica.  Igual se podría ver a la inversa, como una serie de novelas reducidas a su mínima expresión. Porque ¿qué distingue primordialmente al cuento de la novela? La concentración y tensión narrativa del primero en una sola trama, que es como una fuerza centrífuga que atrae todas las energías del narrador hacia un mismo núcleo.  La novela, en cambio, en vez de un núcleo, es un campo magnético continuo, un espectro de tramas entrelazadas que va succionando la energía narrativa a todo lo largo de la serie. No fue mi intención escribir una novela: cada uno de los cuentos de este libro constituye su propio universo. Lo que sucede es que, como el autor de cuentos enfrenta el reto de que un solo relato no hace un libro, para publicar un libro de cuentos orgánico conviene escoger textos que tengan un sentido unitario, algún hilo conductor, bien sea estilístico, temático o incluso de personajes que reaparecen en distintas historias. Y eso acarrea como consecuencia que haya lectores para quienes esa scintilla que recorre el libro produzca una sensación de novela, de texto macro, de contexto en común. Lo asumo como un efecto positivo.

JUAN CARLOS FRED ALVIRA: ¿La narración infantil también es un texto de soledad? ¿El niño busca compañía porque se sabe solo y los amiguitos y las aventuras con esos amiguitos llenan la soledad de la que ya es consciente?

JANETTE BECERRA: una pregunta interesante, pero no creo que pueda generalizar. Cada niño tiene su personalidad y sus circunstancias.  En mi caso se dio tal como lo describes: fui una niña solitaria, tanto porque entre mis hermanos y yo había un abismo de edad —de modo que para cuando me criaron mis padres ya era yo la única que quedaba en casa— como por el hecho de que mi familia proviene del exilio y crecí sin primos, sin abuelos ni tíos, en fin, sin familia extendida. Encima, me criaron en un hogar muy restrictivo, donde los permisos para vivir afuera eran escasos. Así que los juegos ocasionales con vecinitas y, sobre todo, la lectura, se convirtieron en mi compañía, en mi vía para experimentar otra realidad, una vida alterna, otros modelos sociales más inclusivos. Es posible que hoy, al escribir literatura infantil, lo haga desde esa perspectiva de la niña solitaria que fui. Pero no me atrevería a afirmar que es esa la norma; más bien sospecho que el niño es un ser social: egocéntrico al principio, cierto, pero progresivamente más comunitario y con sentido de pertenencia a su comunidad. De lo que sí estoy convencida es que además de jugar y socializar, todo niño merece la oportunidad de leer, cultivar su imaginación a solas con un libro, de modo que desarrolle criterio independiente y capacidad para la introspección. Y la responsabilidad de proveer esa oportunidad recae en los padres, que deben proponerle al niño libros y estímulos para su lectura, no solo entretenimiento volcado hacia el exterior.

JUAN CARLOS FRED ALVIRA: Ella cree en el trabajo, no en la inspiración. ¿Eso no convierte la literatura en un tipo de producto, fabricado como una lata de habichuelas?

JANETTE BECERRA: Eso es precisamente lo que es la literatura: un producto fabricado.  Quien no se haya enterado, que se entere. Toda forma de arte se contrapone a lo natural: de ahí que de la raíz “arte” se desprenda el término “artificial”. La literatura es un producto cultural y artístico de gran valor, y se fabrica igual que un tapiz, una escultura o una obra pictórica: con trabajo, técnica, aplicación a la tarea, destreza, experiencia e intención estética. Las latas de habichuelas Goya del pintor puertorriqueño Quetzalcoatl y las latas de sopas Campbell’s de Andy Warhol también son productos fabricados, pero con intención estética. Esa es la gran diferencia entre el producto que es la literatura y el producto que es la lata de habichuelas, si es que te refieres a aquella cuyo destino es llegar a la góndola del colmado, y de ahí al estómago, como mero mecanismo para satisfacer una necesidad fisiológica. La literatura no se gestará en la línea de producción impersonal y masificada de una fábrica ni para saciar los apetitos más básicos en la pirámide de necesidades de Maslow, pero se fabrica, claro que sí.  Y de cierta forma, también alimenta. No hay nada vergonzoso en ello. Quien piense que al artista en general, o al escritor en particular, lo arrebatan fuerzas misteriosas que le dictan de repente un texto, no le concede mérito al estudio, la disciplina y el trabajo que exige la creación.

JUAN CARLOS FRED ALVIRA: Hay una diferencia entre habichuelas de lata y habichuelas ablandadas a mano. ¿Cómo ve la literatura puertorriqueña en general y hoy día?

JANETTE BECERRA: Si te refieres a la producción literaria en masa y para masas, vis a vis la creación cuidada, pensada y estéticamente incorruptible, creo que la buena literatura puertorriqueña siempre ha sido de gran calidad, cocida a fuego lento e inolvidable al paladar, para seguir con tu metáfora culinaria. No todo lo que se publica merece llamarse buena literatura, claro está, pero eso puede ocurrir y ocurre en todo país, no solo en el nuestro. Ahora bien, esta pregunta también se puede interpretar en términos de la oposición entre lo moderno y lo arcaico, y en ese sentido tendría que opinar que la mayoría de los escritores puertorriqueños están escribiendo a la altura de nuestros tiempos, con gran conciencia del oficio y sus implicaciones metaliterarias, artísticas, humanas.  Lo que pasa es que no es cierto aquel refrán que reza que “de poetas y locos, todos tenemos un poco”. No todos somos poetas, por más que queramos serlo.

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