La derecha no tiene nada que temer.
Los que denunciamos sus agrandados poderes
y sus impunes desmanes somos mucho más
hábiles y eficientes cegando la siembra
y la vendimia, los troncos y las raíces
de quienes nos han delegado el visado
de despejar la maleza y alumbrar los caminos
que lo que lo son ellos con la guadaña
de sus callosidades y los ungüentos en especial.
Los fundamentalistas no tienen nada que temer.
Nos quedan tan cómodas sus sedosas sotanas,
la columnas de mármol gris de sus escrituras,
el acero inoxidable e inexorable de sus dedos índices,
la mueca de asco que engalana sus máscaras,
que olvidamos que han sido sus navajas
las que han degollado nuestros sueños
y no sentimos vergüenza alguna al blandirlas
como justicieros vengadores contra quienes
no han logrado memorizarse nuestros evangelios.
Los reaccionarios no tienen nada que temer.
Hemos desechado su historia oficial y hemos
creado la propia a prueba de dudas e intelectos.
Con ella pasquinamos en páginas amarillas
y letras rojas los altares rescatados del olvido
para ser los únicos custodios de una verdad
que solo hará libres a los que cierren los ojos
y recen a nuestros apóstoles y besen el ruedo
de la guayabera de sus herederos sin testamento.
Los mercaderes del verbo no tienen nada que temer.
El templo es nuestra esquina y nuestros pares
elegidos por su demostrada virtud de aplaudir
cuando despertamos, mientras divagamos, y servir
el pan que no exige sal si viene de nuestros labios,
que no necesita levadura si lo amasan nuestras
manos, que no requiere horno si nuestra pasión
lo pronuncia; que es comunión y único sustento
de quienes teman a la excomunión del privilegio
del gozo de meter las manos en la masa de sí mismos.
Los mediocres no tienen nada que temer.
Son tantos sus acólitos y tan pocas sus escrituras;
son tan sólidas sus pretensiones y maleables sus
convicciones; son tan cómodas sus claudicaciones
como lo es la bilis de los susurros con que arrasan
siembras, el ácido cáustico con que demuelen puentes,
las sonrisas socarronas con que socavan la buena fe,
la glotona satisfacción con que escaldan las cosechas.
Los enemigos no tienen nada que temer.
Estamos tan comprometidos con cumplir sus preceptos
y seguir al pie de la letra sus instrucciones y recetas
que no nos desviaremos de nuestras convicciones
de no incomodarles con nuestras pequeñeces;
que ya nunca tendrán quienes les hagan sombra,
ni destruya sus obras, ni obstruyan su destino.
Crédito foto: Justin See (coming back), www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by-nd/2.0/deed.es)