En las letras, desde Puerto Rico: Magaly Quiñones, en su propia voz

Cultura

altCon motivo del 45to aniversario de la publicación de su primer poemario Entre mi voz y el tiempo, acontecimiento que ocurrió en octubre de 1969, hacemos síntesis de la cosmovisión creativa de esta escritora nacida en Ponce en 1945, con este conjunto de impresiones que nos ha dejado a través del tiempo.

Magaly Quiñones: Yo empecé a escribir desde bien pequeña. A los ocho años tenía mi libretita de poemas escondidita en las gavetas. Cuando ya estaba en escuela superior conocí a una poeta arecibeña que se llamó Carmen Alicia Cadilla. Carmen Alicia me dio la confianza de que lo que había escrito tenía valor.

El apoyo de mi familia fue fundamental porque a mí siempre me gustaba la poesía, y ese gusto lo adquirí de mis padres. A los dos también les gustaba la poesía. Mi familia no era muy rica y cada vez que yo cumplía años, pedía de regalo un libro de poemas y siempre me lo compraban. Recuerdo que después mi mamá fue a la Carnegie y se hizo socia de la biblioteca. Una vez al mes me llevaba y seleccionaba el libro que yo quería. Mi mamá lo cogía prestado a su nombre. Así empecé a leer a Juan Ramón, a Amado Nervo, a José Asunción Silva, a Juan de Dios Peza. Yo los leía, me aprendía sus poemas y luego los recitaba en la escuela.

Yo tenía una vida bastante literaria, en el sentido en que estaba muy inmersa en la literatura. Leía mucho. Leía una barbaridad. Ese mundo interior estaba saturado de la literatura universal, sobre todo de la hispanoamericana. A medida que fue pasando el tiempo me fui asentando más sobre mi caribeñismo, sobre mi antillanía. Todo fue un proceso. Una maduración de conciencia.

Siempre, de joven, era una mujer muy solitaria. No estaba en ningún cenáculo ni me reunía con ningún escritor de mi época. Yo era muy tímida. Excesivamente tímida. Recuerdo que siendo estudiante de la universidad iba al centro y al teatro. Mis amigos eran teatreros, más que escritores. Pero cuando iba al centro yo veía por allí a Angelamaría Dávila, a Nietzsche, a Silén. Todos ellos se reunían en el centro. Yo los miraba desde lejos. A Marina Arzola que siempre fue un personaje que me llamó la atención y me encantaba su poesía. Yo los leía, pero los leía aparte. Yo no era del grupo de ellos. Siempre fui, como dicen, casa sola y rancho aparte. Yo los leía a todos pero no escribía con ellos.

Cuando escribo un poema de amor entra la protesta social con la mayor tranquilidad y no choca. No choca porque esos dos mundos están totalmente fusionados en mí.

Para poder nombrar las cosas hay que hacerlo de forma sencilla, porque de no hacerlo se continuaría echando oscuridad sobre las cosas. Y lo que hay que hacer, en cambio, es aclarar. Sería como sacar la maleza hasta que encuentras la esencia y ahí está. Y para mí, ese es el logro de la poesía; integrar las cosas del diario vivir. Lo cotidiano: el camión, el sol, la araña…

Una de las funciones básicas de la literatura es comunicar y la otra es cantarle a la belleza, expresar la belleza y todos los valores altos del espíritu. Lo que edifica al ser humano. ¿Para qué voy a hablar de cosas que lo que hacen es fastidiarte la cabeza? Cosas que no te dan nada, que no te abren puertas ni ventanas, que no integran nada positivo. Dejar al lector en la oscuridad, en el disgusto o en el lamento, sin buscar otras alternativas, no es lo mío. Yo creo que la imagen en mi poesía ha sido bien importante, pero la imagen siempre va a la par con el mensaje. Yo no sacrifico el mensaje por ser purista ni con el idioma ni con la imagen.

Yo digo que los escritores y los maestros son los que enriquecen el cofre de nuestra niñez, son los que mantienen las ventanas necesarias abiertas. Los niños necesitan de los escritores. Y yo he decidido escribir para ellos. Comencé escribiendo para los niños por mi sobrino nieto, que quedó huérfano y me pidió que escribiera para él. Yo le llevaba a conciertos y museos, y en una ocasión que le llevé a la playa para que viera una puesta del sol -estábamos alto, al lado del mar- y él vio cuando estaba descendiendo el sol y empezó a decirme muy preocupado: “¡Magaly, Magaly, se va a ahogar!”. Y yo le dije: “No, mi amor. No se va a ahogar. Te voy a explicar”. Entonces le expliqué como el sol se va. Como la tierra va dándole la vuelta. Como se ve en otros países y va alumbrando otros lugares. Entonces me dijo: “¡Qué lindo, Magaly! ¡Escríbelo!” Y como él sabía que yo era escritora, aquello para mí fue un mandato.

La naturaleza es un tema recurrente en mis libros. Soy una gran enamorada de la naturaleza. He hecho poesía ecológica de los pájaros, en defensa de los árboles, de los ríos. La cuestión de la naturaleza no es algo sencillamente contemplativo pues he levantado mi voz para defenderla de los que abusan de ella y la atacan.

Y como la mayor parte de los poetas de Puerto Rico somos pobres, yo he tenido que esperar cuatro o cinco años, entre libro y libro, para publicarlos con lo que puedo ahorrar.