El creciente resentimiento hacia los pobres

Justicia Social

“Such is life”, dijo aquel galante señor a un auditorio repleto de no-pudientes. “¡Piscinas en los caseríos!”, exclamaron los medios indignados ante una racha, evidenciadas por fotos, de piscinas portátiles en los residenciales públicos. “¡Maldita sea!”, gritó la doctora en un hospital público, fustigando a una mujer que acompañaba a alguien que necesitaba servicios.

No se sabe qué exactamente ocasionó la pérdida de tabla: si fue que una paciente no estaba en sala cuando se le llamó o si fue una queja enérgica, pero la venerable doctora, especialista en emergenciología, explotó. Se quejó de que ella se había roto la cabeza estudiando medicina para atender a gente que no valoraba sus servicios. Le recordó a la señora que era ella--la doctora con el pago de sus impuestos-- la que hacía posible que la insolente o su acompañante tuviese un seguro que cubriese su visita. También gritó que la razón por la cual la Isla “no valía nada” era que gente como la fustigada y otros supuestos “lumpen” se pasaban escuchando a Daddy Yankee.

Muy desafortunadamente para la galena, la escena fue grabada en un teléfono celular por otra paciente, y lo vio y lo escuchó todo Puerto Rico en la vías radiales y televisivas. A la doctora, cuyo nombre quedará fuera de este relato, la suspendieron y hasta la despidieron, aunque ahora sale a relucir que no la pueden botar sin otorgarle el debido proceso de ley.

La escena me hizo recordar otra, también imprudentemente grabada por un teléfono celular, en que un portavoz gubernamental regañó a un sinnúmero de vecinos de un pueblo pequeño por quejarse de que no podrían disfrutar un desarrollo planificado para un predio grande de terreno, dejado baldío por la Marina de los Estados Unidos. El mensaje fue que ante los suntuosos hoteles y las tiendas pautadas para el terreno ellos solo podrían aspirar a comerse un limber (una especie de jugo azucarado congelado presumiblemente preferido por los “lumpen”), mientras miraban a los turistas ricos gastar sus dólares. Así es la vida, les dijo. El susodicho también perdió su posición.

Recientemente, hubo una acalorada discusión sobre cómo los pobres en los residenciales públicos estaban llenando piscinas en los predios de sus complejos de vivienda, violando las reglas de los administradores de estos complejos y atentando, ante la amenaza de sequía, contra el limitado abasto de agua con que contaban “los que verdaderamente pagaban por el agua”.

Aparte del hecho de que la mayor parte de los residentes de estos residenciales no fallan en pagar su agua, el ataque mediático me puso a pensar sobre si en Puerto Rico había una creciente guerra de clases. El gran resentimiento generalizado lo causa el mito de que los pobres lo tienen todo de gratis sin trabajar. “Que si los cupones, que si el plan WIC, que si el plan 8, que si la tarjetita de salud” y toda una letanía de cosas que le hacen la vida más fácil a la gente que necesita estas ayudas, y levantan cólera e ira en aquellos que tienen mayores ingresos.

No nos olvidemos de que somos un país pobre, y eso de estigmatizar la pobreza y perpetuar ciertos mitos sobre ella, especialmente en tiempos económicos débiles, podría ser peligroso para la convivencia y la coherencia social. Pisemos con cuidado.

Crédito foto: Jon Seidman, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (creativecommons.org/licenses/by/2.0/)