Finalmente me monto en un avión luego de varios meses de estar detenido en Puerto Rico. Me monto con una misión cultural: ir a un destino lejano, a explorar el tema de la reconciliación en sociedades post-conflicto. Tema complejo para un mundo complejo. Ahora bien, el llegar no es el problema. El problema es el cómo llegar. Es curioso, pero meses sin viajar, lleva a uno a desconectarse de como es el mundo de los aeropuertos, donde a partir del año 2001, se ha establecido una cultura, bajo la Cuarta Enmienda de la Constitución de los EE.UU., donde todo es posible. Todo.
Entonces uno viaja, pues es necesario llegar al otro destino. Lo que uno se olvida son de todas las medidas de seguridad que se le imponen a uno como mecanismo preventivo, o como parte de la lógica de la seguridad de estado. Lo uno o lo otro, se trata de un momento donde la dignidad de uno, siempre en alto, es manipulada y controlada por oficiales de las agencias de seguridad de estado. Sin entrar en los méritos y funciones en el cumplimiento del deber., me parece que lo interesante es la docilidad con la cual uno se quita los zapatos, las correas, las joyas, en fin “el alma entera” para que lo puedan inspeccionar.
Entonces, vivimos un cambio cultural, por lo pronto en los aeropuertos, que le permite a las agencias de seguridad jugar con nuestras vidas. La cultura es una que hoy, a 13 años de implementarse todas estas medidas, ya ha creado un momento donde es muy poco lo que se cuestiona. Es realmente hablando, algo terrible.