Elecciones y transición a la democracia

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Nota: Este artículo de fondo sobre la revolución egipcia es de seis partes, escrito por nuestro corresponsal en el Medio Oriente, Ricardo Izabá. Esperamos que lo disfruten, compartan y comenten.  (Tercera Parte)

Un nuevo parlamento juramentó dos días antes a que se celebrara el primer aniversario de la revolución el 25 de enero de 2012. Durante las elecciones, las calles estuvieron tranquilas y todo concurrió en un ambiente de relativa normalidad, al menos a la egipcia. Por más que se informó que no debía haber propaganda política a la hora de votar, pasar por una escuela donde se votaba era como caminar por el mercado en pleno apogeo con puestos de diversos partidos. Pero más allá de eso no se encontraron irregularidades mayores como para descalificar el proceso.

Hasta cierto punto, se sabía quién iba a ganar las elecciones, el partido Justicia y Libertad de los Hermanos Musulmanes. Este grupo se fundó hace más de 80 años, y fue la oposición principal durante el régimen de Mubarak a pesar de haber estado prohibido. Incluso logró instalar algunos de sus miembros en el parlamento.

 

Tras la revolución, no hubo mucho tiempo para la formación de partidos políticos. Los Hermanos Musulmanes que ya contaban con la estructura necesaria para formar un partido – Justicia y Paz- y con un amplio grupo de seguidores, gracias a sus programas comunitarios como de clínicas de salud,  ganaron 46% de las 508 sillas de la asamblea popular, la cámara baja del parlamento.

El elemento de mayor sorpresa en las elecciones fue la ascensión del Al Nour -la Luz-, partido seguidor de una corriente ultra conservadora dentro el Islam llamada salafismo. Al Nour obtuvo 24% de los escaños de la asamblea y tiene una visión radical en cuanto el papel que debería jugar la religión en el gobierno, sobre las leyes que rigen el país y la manera de actuar de los ciudadanos, así como la sumisión de la mujer.

Entre estos dos partidos – Justicia y Libertad y Al Nour-  controlan 70% del nuevo parlamento, por tanto, tienen poder determinante para elegir el grupo de 100 personas que redactarán la nueva constitución. Sin embargo, pese a que ambos partidos se rigen por los preceptos del Islam, tienen diferencias significativas sobre el proyecto de  país y el papel que debe jugar la religión en el gobierno y la legislación que debe regir. Mientras los Hermanos Musulmanes aparentemente proponen un balance moderado entre religión y gobierno, los salafistas acusan a los Hermanos Musulmanes de traicionar la religión por no tomar una postura más radical.

A fines de mayo se realizó la primera ronda de las elecciones presidenciales en las que dominó Mursi, el candidato de los Hermanos Musulmanes con un 25%; seguido con 24% por la Shafiq, quien fue el último Primer Ministro nombrado por el régimen Mubarak a comienzos de la revolución, hasta su dimisión en medio de protestas continuas. Que ganara el candidato de los Hermanos Musulmanes no es una gran sorpresa, igual que ha sucedido con las elecciones parlamentarias. Pero que un candidato con fuertes vínculos al régimen de Mubarak llegara en un segundo lugar muestra como ha pesado el discurso de volver a traer estabilidad (con represión entredicha) ante la incertidumbre política, precisamente generada por los militares que quieren aferrarse al poder. Todo un círculo vicioso.

En tercer lugar llegó Sabahi con 22%, quien ha ganado en el Cairo y Alejandría con una plataforma nasserista civil, es decir medidas socialistas sin el corte militar de Nasser, para mejorar condiciones básicas de la población, como es la accesibilidad a la educación. Sabahi fue le mejor de varios candidatos que partían de propuestas de la revolución.

Ahora el dilema es que el grueso de la revolución se ha quedado sin candidato para la segunda vuelta de las elecciones el 16 y 17 de junio. Votar por Shafik es legitimar la red dictatorial de Mubarak. Por otro lado, votar por Mursi, significaría darle el poder absoluto del futuro del país a los Hermanos Musulmanes, los cuales ya tienen control del parlamento y, por tanto, grandes posibilidades de tejer su visión político-religiosa en la constitución del país.

El 2 de junio, el tribunal de justicia dictó sentencia sobre el jucio de Mubarak y sus dos hijos. A Mubarak le dieron cadena perpetua, pero no por décadas de represión, tortura y hasta asesinatos durante la revolución, sino por no haber detenido la matanza de más de 800 personas entre el 25 de enero y 11 de febrero de 2011. Mubarak y sus dos hijos fueron absueltos por cargos de corrupción y enriquecimiento ilícito. Aparentemente no se pudieron encontrar pruebas sólidas, cuando su fortuna se calcula en 70 billones de dólares, algo difícil de tragar. Por ello, la gente ha vuelto a Tahrir, para denunciar este trayecto que parece descarrilarse.

Se comenta que la indignación creada por el jucio puede afectar a Shafik, pero también le ayuda el creciente miedo hacia los Hermanos Musulmanes en distintos sectores de la población como pueden ser los cristianos coptos y musulmanes de clase media-alta que no se identifican con ellos. Faltan cartas por tirar a la mesa antes de las elecciones, como la posibilidad que los salafistas apoyen abiertamente al candidato de los Hermanos Musulmanes, cosa que está por verse. Por el momento, la transición política egipcia es un jardín de rieles que se bifurcan; las brechas que se abren entre los derechos que exige la población y las competencias por llenar vacíos de poder que dejó la salida de Mubarak.