WATERGATE: CUARENTA AŇOS DESPUÉS…

Política

No es un misterio que los funcionarios corruptos en todas partes del mundo necesitan obrar en la oscuridad para tener éxito. No sólo para asegurar la impunidad de sus actos sino porque en realidad el secreto es lo que hace tan lucrativo sus negocios. En un mercado cerrado a la competencia, las curvas de los precios se disparan hacia el infinito. En casos extremos, esta conducta se vuelve tan común, que se convierte en una política pública no declarada. No me refiero exclusivamente a regímenes pretorianos, sino incluso a “democracias” donde la abolición de sus aspectos liberal y republicano, prohíja enclaves autoritarios. Eventualmente, estos sistemas políticos auspician prácticas deshonestas, las cuales sus más cínicos valedores reputan como parte del folclor del país.

En estos casos el Estado se desdobla entre un frente público, alegadamente representativo y un alter ego clandestino, voraz y perverso. Uno que opera bajo sus propios códigos de conducta destinados a la apropiación ilegal del poder. Los actos ilegales de sus regentes alcanzan tantos niveles de la estructura gubernamental que se vuelven sistémicos. La existencia de una doble moralidad será parte de su obrar cotidiano. En adelante, el término “corrupción” sólo se usará por las distintas mafias que medran al interior del infra-Estado para referirse a la conducta de sus rivales. Sin embargo, a veces este mundo siniestro surge al exterior con la fuerza de una erupción volcánica.

El 17 de junio de 1972 varios hombres fueron detenidos durante el curso de un escalamiento en el Comité Nacional del Partido Demócrata en el edificio Watergate en Washington, D.C. El episodio fue desdeñado por casi todos como la obra de un grupo de locos. Sin embargo, Robert Woodward decidió darle seguimiento al trivial evento. Durante su primera comparecencia ante el tribunal, al ser preguntado por el juez sobre su oficio, uno de los arrestados se identificó como ex agente de la CIA. La insólita admisión no pasó desapercibida del perspicaz reportero. Los artículos de los que luego fue autor en unión a Carl Bernstein, desataron un vendaval político. Eventualmente su tenacidad culminó con la renuncia de Richard M. Nixon a la presidencia estadounidense el 9 de agosto de 1974.

El Caso Watergate hizo patente para todos, la existencia de un gobierno dentro del gobierno. Hoy cuatro décadas después, las cintas de las conversaciones entre Nixon y sus ayudantes en la Oficina Oval de la Casa Blanca, confirman la comisión por estos de graves delitos que trascienden el simple encubrimiento. Estos servidores públicos cargaron los odios y resentimientos de la campaña política a la esfera gubernamental. En pos de esta empresa, nunca cejaron en su empeño. Nixon insistió hasta el final en su inocencia. Pero sus propias expresiones en las grabaciones de su oficina demuestran lo contrario. A la postre estos espurios reclamos solamente acentúan la desvergüenza de sus autor.

Vale la pena recordar la historia detrás del Caso Watergate porque sus personajes todavía pululan entre nosotros. La embrutecedora propaganda oficial del Estado perverso se encuentra a sus anchas donde no se la cuestiona. Mientras tanto, intrincadas redes usurpan el poder en elecciones trucadas y explotan para beneficio privado el patrimonio estatal. Estas prácticas se retroalimentan cuando su denuncia es desestimada como meros actos de corrupción gris. En este escenario, la filtración de un documento supuestamente secreto es un acto ético. El verdadero patriotismo es revelar estas sinrazones. Necesitamos enaltecer la figura de la fuente anónima. Al menos mientras el pueblo, ni siquiera se dé cuenta, de que no se da cuenta, de lo que en realidad ocurre en su gobierno.