Otra vez el Futuro

Política

Aunque parezca demasiado obvio para muchos, me parece pertinente volver a citar a uno de los filósofos más estridentes del siglo XX: Ludwig Wittgenstein. “Los eventos del futuro no pueden ser inferidos a partir de aquellos del presente.” Si bien no hay maneras a través de las cuales podamos predecir exactamente lo que ocurrirá tomando en cuenta los presentes, y esto sobre todo es particularmente problemático en términos sociales, no cabe duda de que el aire general y los discursos más sonoros actualmente han tomado la figura del Futuro como eje de sus planteamientos y centro de fuerza de todo aquello que se piensa como realizable.

Sin embargo, podría preguntarse justamente: ¿Por qué el motivo de Futuro sigue siendo utilizado en un contexto puertorriqueño tan golpeado por diversas angustias sociales? Sin darle demasiadas vueltas al asunto, bien podría responderse que el Futuro es la figura perfecta a utilizar cuando las condiciones presentes son verdaderamente desastrosas. No hay forma de afirmar que Puerto Rico viva un buen momento, independientemente de los “logros” que muchos afirmen haber conseguido. Si orientamos nuestras miradas a los pasados más recientes no pasaría mucho tiempo para darnos cuenta que, a no ser que se trate de los “amigos” de aquellos que detentan el poder estatal, gran parte de la población se ha visto severamente afectada por los desbarajustes estructurales que viene sufriendo Puerto Rico. En ese caso, mirar al pasado resultaría poco estratégico para quienes pretenden legitimar sus posiciones de poder a través del control político vinculado con el Estado. Es por eso que se ha hecho muy común en la propaganda política del Partido Nuevo Progresista la palabra Futuro. De hecho, el pasado es concebido como relacionado con el Partido Popular Democrático solamente como si no hubiesen gobernado en Puerto Rico personajes verdaderamente desastrosos como Luis A. Ferré, Carlos Romero Barceló, Pedro Roselló y Luis Fortuño Burset.

 

El pasado sirve para ejemplificar desastres que a juzgar por las actitudes de muchos habrá que dejar atrás irremediablemente para “adelantar” hacia no se sabe dónde. Ahí, entonces, es que el futuro cobra su mayor valor y, también, manifiesta su peligrosidad. Decir futuro es como decir nada. Realmente nada. Al menos en las bocas de aquellos que buscan la (re)elección en los comicios electorales de 2012, la palabra futuro se usa como invitando a que la población general le dé, nuevamente, un cheque en blanco tanto a los que han llevado a este país al derrumbe como al sistema mismo que se está derrumbando. En este último, en el caso del sistema, el futuro estriba en su posibilidad de transformación en algo que no se sabe bien cómo se logrará, pero que se anhela con ansias locas. De tal forma que se nos quiere hacer desmemoriados futuristas.

Sin ningún tipo de referente debemos enfrentarnos a un futuro que se cree que detenta todas las bondades sociales y económicas que tantos buscamos día a día en Puerto Rico. Pero, si no se puede inferir nada del futuro a través del presente entonces cómo es que ese futuro podrá erigirse. La respuesta, aunque tajante, no se hace esperar: de ninguna manera. No tener futuro no implica un desastre, tal y como lo han querido hacer ver múltiples sectores. El desastre realmente estriba en adjudicarle a ese futuro o futuros capacidades redentoras de por sí.

El ahora continuo es el que debería ocuparnos. Llorar glorias perdidas en el pasado, si alguna, y/o apostarle a futuros fantasmagóricos son, ambas, opciones de un patetismo radical. Lo que fue ya no es y lo que será tampoco es descifrable.