Yes-people

Política

Los Yes-People son una excelente representación, cuando no la mejor, de la cultura de sumisión más elemental a la autoridad. Forman su parte menos visible y, paradójicamente, más inquietante y vital.

Precisamente, porque resultan ser el catalizador para que el absolutismo pueda llegar a ser posible, cualquiera que no se atenga a las normas establecidas dentro de esa cultura particular es coercionado por sus pares hasta lograr doblegar su disidencia, sus ganas de mantener algún criterio propio, es decir, su criticidad, y a lo mejor hasta algo tan inofensivo como la innovación.

 

Guaynabo City —excepto Los Filtros—, la NASA, Enron, y los partidos políticos de los últimos 40 años, son instituciones (entre una pléyade) que comprometieron —a veces, fatalmente— su propia existencia debido a la carencia o al ahogo de las voces que tenían algo que decir de una forma crítica. Empresas, como la energética Enron, fueron a parar a la misma isla donde encayó la URSS hace 20 años por las mismas razones.

Por eso es que muchos afirman que en Guaynabo City nadie mandó a hacer nada mal —y menos ilegal— a sus funcionarios en la última primaria, así como en la NASA tampoco estrellaron una nave contra Marte hace diez años porque alguien calculó en pies lo que en la sonda espacial estaba programado en metros. Simplemente ocurrió. Igual que ocurrió cuando cuatro bancos puertorriqueños decidieron abruptamente fusionarse hace dos años con otras instituciones sin notificación previa. Nadie habló de quiebras, ni de burbujas financieras, ni de sobretasación de propiedades. Ni de gran depresión. Eso, todavía no ha ocurrido. Ocurre el narcotráfico y la lumpenización.

Principalmente, porque los Yes-People mantienen el quiosquito corriendo como un muerto viviente de película: corre de manera desesperada y decadente a su muerte definitiva.