Formación e integración cultural antillana: Gestación treintista

Caribe Hoy

La década de 1930 inició un proceso de introspección caribeña que culminó con la Revolución Cubana y la llegada al poder de Fidel Castro Ruz. La literatura de la década recoge el pensamiento de una generación en búsqueda de una definición identitaria. Los intelectuales antillanos nos conducen a través de la formación de las conciencias culturales nacionales en cuyo marco se constituyó el Caribe que percibimos hoy.

La experiencia puertorriqueña es tal vez la que mejor conocemos. En Puerto Rico la voz cantante de este movimiento de análisis y afirmación lo fue Antonio S. Pedreira. Desde su catedra en la Universidad de Puerto Rico y sus publicaciones, Pedreira definió su concepto de lo que es la puertorriqueñidad y planteó serios cuestionamientos sobre el derrotero que llevaba el país en términos culturales y políticos. Pedreira se cobijó bajo la bandera hispanófila para enfrentarse a la aplastante presencia de la cultura estadounidense y a sus acólitos que no cejaban en su empeño por degradar lo autóctono. Sin embargo, Pedreira no fue el único en buscar definir la idiosincrasia de lo puertorriqueño. Otros pensadores de su generación cuestionaron la visión hispanófila presentada por Pedreira. Luis Palés Matos identificó la negritud como la base de la puertorriqueñidad y Tomás Blanco presentó la hibrides cultural como la madre de la cultura puertorriqueña.

Los movimientos culturales y políticos que ocurrieron en la década de los 30 dejaron una huella imborrable en nuestra idiosincrasia de pueblo. Pedreira, estudiado y criticado, sigue siendo el máximo gurú nacional a la hora de interpretar la psiquis puertorriqueña, tanto es así que se han relegado y hasta olvidado las aportaciones y expresiones de otros miembros de esa generación treintista.

Pedreira enfatizaba que estábamos enclaustrados en el territorio geográfico, aislados más por razones e intereses coloniales que por otros postulados. Para entender a Pedreira y su generación es significativo ubicarnos en el contexto del periodo histórico que le tocó vivir, prolongarnos en la región e identificar la injerencia foránea que lo llevo a concebir su visión sobre la puertorriqueñidad. Para lograr este cometido debemos familiarizarnos con el fenómeno de introspección y afirmación caribeña que gesto una de las generaciones más influyentes en el siglo XX.

No podemos profundizar en el pensamiento pedreirista sin definir que es el Caribe, no solo el geográfico sino la esencia que lo conforma. Importante para interpretar esa esencia caribeña es conocer las vertientes identitarias que la forjan: la negrista, la anti- europeísta y la hispanófila.7 Son esas vertientes las que definieron las culturas caribeñas e impulsaron los motores políticos-económicos- sociales que propulsaron el nacimiento de las naciones antillanas en el siglo XX. A su vez es fundamental diferenciar entre insularidad e insularismo, dos conceptualizaciones que se acentúan con la llegada de la década, pero que aún pugnan por su prominencia. Tampoco podemos obviar la influencia estadounidense como imperio político y económico sobre las islas caribeñas.

Percibiendo la década

La inestabilidad económica y la desesperanza son las palabras que mejor describen las circunstancias que imperaban en el Caribe durante la cuarta década del siglo pasado (1930). Este lúgubre escenario fue el resultado del desplome de la Bolsa de Valores en Nueva York el 24 de octubre 1929. La caída de la bolsa y la incertidumbre que la acompañó desestabilizó la economía mundial. El efecto domino impactó a todos los socios económicos de Estados Unidos y las economías caribeñas, que en su mayoría eran colonias europeas. El decenio fue marcado por el empobrecimiento de las clases humildes, la pérdida de valores, un incremento en los males psicosociales y la inestabilidad política. La crisis económica forzó la migración regional hacia los núcleos metropolitanos en los Estados Unidos y Europa.

La migración y la formación de guetos integrados por naturales de un mismo colectivo cultural fue clave en la definición futura de las naciones caribeñas. Es en la distancia donde se percibe la identidad y el sentido de pertenencia. El emigrante tiene la oportunidad de evaluarse y percibir los patrones culturales que lo hacen integrante de un colectivo poblacional al que llamamos nación.

La pobreza, la violencia, las dictaduras, las restricciones e imposiciones coloniales, así como la sombra del imperio del norte aceleraron procesos que culminarían con la integración de las islas antillanas como extensiones de sus respectivas metrópolis o a la formación de naciones libres, con excepción de Puerto Rico.

Definiendo el Caribe

Existen varios conceptos de lo que es el Caribe y los territorios que lo integran. Para nuestros propósitos nos referiremos al Caribe que forman los tres grupos de islas que integran el archipiélago antillano: Lucayas o Bahamas y las Antillas Mayores y Menores.

Justo Fernández López describe Las Antillas “como un archipiélago de América Central que separa el mar Caribe del océano Atlántico”. Fernández detalla las islas como “un arco o media luna” cuya extensión geográfica se extiende por 4,700 km. El archipiélago ostenta el nombre de una isla fabulosa, producto de la imaginativa europea, que se identificaba con la Atlántida platónica o las Islas Afortunadas. La realidad no distaba mucho de la fantasía, los europeos encontraron en las islas unas tierras de exuberante belleza, una gran riqueza humana y aunque limitado, oro.

Formación Histórica del Caribe

Con la conquista de los imperios azteca e inca los españoles prácticamente abandonaron las islas. Mantuvieron enclaves en las Antillas Mayores por su conveniencia marítima, principalmente el puerto de La Habana que constituyó el punto de encuentro de la flota que llevaba la riqueza de América y Filipinas a España.

Los españoles que quedaron en las islas, utilizando al principio la exigua mano de obra aborigen, se dedicaron a la agricultura y la ganadería. El desinterés español hacia las islas, abrió la oportunidad para que otras potencias europeas establecieran enclaves en las Antillas. Para el siglo XVII, primero como base de operaciones para corsarios y luego como enclaves comerciales, las Antillas Menores estaban en poder de ingleses, franceses y holandeses.

Los últimos en llegar a la repartición del botín fueron los daneses, quienes en 1671 colonizaron Santo Tomás, San Juan y Santa Cruz, que fueron compradas por Estados Unidos en 1917.

Trinidad fue la última colonia española en las Antillas Menores pasando a poder de Gran Bretaña en 1797.

La carencia de mano de obra para la agricultura trajo como consecuencia la introducción de esclavos negros para trabajar en las plantaciones, principalmente de caña de azúcar. Los esclavos y negros libertos llegaron a superar en las Antillas a la población europea. En las Antillas españolas, Cuba, República Dominicana y Puerto Rico, esto significó un mestizaje intenso entre los tres grupos, aborigen, europeo y africano. La mujer aborigen fue violada y usada por los varones de los otros grupos debido a la falta de féminas europeas y negras para la reproducción.

Lengua, cultura e identidad

Lenguas coloquiales

La intensidad del mestizaje no fue solo física. Hubo un cruce cultural y lingüístico intenso que dio paso a una idiosincrasia hibrida con rasgos distintivos de cada grupo. La hibridez gestó además peculiaridades que identificarían a un ente nuevo. El idioma oficial, impuesto por la metrópoli, se utilizaba para tareas comerciales y políticas. Las lenguas criollas, resultado del mestizaje, y símbolo identitario, se convirtieron en la lengua familiar.

“La composición lingüística del Caribe es sumamente compleja, ya que en él no se hablan solamente las lenguas europeas arraigadas durante la colonia, sino una multiplicidad de lenguas criollas que se fueron desarrollando a lo largo de la colonia como fruto de una profunda “hibridación”.

Las lenguas criollas del Caribe incluyen el créole o criollo haitiano en el Caribe francófono; el dialect o nation language en el Caribe anglófono: el sranan tongo y el papiamento en el Caribe neerlandés.

Contrario a lo que ocurrió en las Antillas españolas donde la imposición del idioma fue absoluta en las Antillas Menores se formaron poblaciones bilingües donde el sentimiento de expresaba en la lengua criolla, muchas veces desconocida por el amo y la franca impuesta por la metrópoli.

Durante las primeras décadas del siglo XX surgieron voces disidentes que exploraron la posibilidad de producir una literatura en lenguas coloquiales en reafirmación de la identidad local versus la impuesta por la metrópoli. Estos intentos dieron paso a movimientos políticos que exigieron mejores condiciones de vida para la gran población de campesinos descendientes de los esclavos africanos.

Identidad caribeña

El Caribe inicia la búsqueda de su identidad definiendo su realidad histórica. Tres conceptualizaciones definirán la visión identitaria de las Antillas: la negritud de las Antillas Menores, la insularidad cubana y el insularismo puertorriqueño.

Negritud

El denominador común del Caribe isleño fue la experiencia sociocultural surgida a raíz de una economía basada en la plantación azucarera y la esclavitud negra. La negritud se convierte en un movimiento de afirmación e identificación cultural.

Aimé Césaire creo el concepto negritud para describir la cultura caribeña. El movimiento surgió en Paris en 1931 cuando el martiniqués Cesaire conoció a otros dos estudiantes negros en la Universidad de Paris con los cuales estableció una gran amistad, el senegalés Leopold Senghor y el guyanés Léon-Gontran Damas. Los tres jóvenes, que han pasado a la historia como los padres de la negritud, publicaron una revista dedicada totalmente al concepto de lo negro en 1934, L’Étudiant noir (El estudiante negro).

Pero no es hasta 1939 que Césaire emplea por primera vez la palabra Negritude Cahier d'un retour au pays natal (Apuntes sobre el regreso al lar nativo). El poema, el trabajo de toda una vida, es una descripción de la ambigüedad cultural caribeña, desde dos perspectivas, la distancia y la interna.

La negritud surge como una respuesta ante de la opresión colonial, la explotación laboral, la degradación y humillación del negro. Es un grito identitario que define a los nuevos pueblos caribeños surgidos del mestizaje cultural y lingüístico. Reclama para sí la herencia cultural de los ancestros esclavos, pero también hacen suya los elementos necesarios de la cultura de la metrópoli. La negritud antagoniza con lo negativo para construir sobre ello una visión identitaria personal, el antillano ya no es africano ni europeo, es de la isla donde nace. Esta afirmación cultural da inicio a la búsqueda de la independencia política y económica de la metrópoli.

La negritud intenta unir una pluralidad de pueblos con características diversas, pero con un pasado en común, la esclavitud y la plantación azucarera.

Al igual que Césaire, el antropólogo Sidney Mintz busca similitudes entre la pluralidad de factores socioculturales para conceptualizar una identidad caribeña. Entre estos factores Mintz señala: “una ecología insular subtropical; una rápida extirpación de poblaciones indígenas; la definición de las islas como una esfera de capitalismo agrícola europeo dominado por el sistema de plantación; el desarrollo concomitante de estructuras sociales marcadas por la dominación externa, diferenciación bien definida en el acceso al poder político y la riqueza de la tierra; el juego continuo entre la plantación y propiedades agrícolas pequeñas que determina divisiones socioculturales; las sucesivas olas migratorias extranjeras; la ausencia de una ideología de identidad nacional; y la persistencia del colonialismo”.

El ensayista cubano Jorge Mañach opina por el contrario que no existe una unidad cultural caribeña, sino expresiones diferentes surgidas en el Caribe.

Las metrópolis europeas no ignoran estos procesos identitarios y contrario a lo que ocurrió en el Caribe español, los hace inclusivos y fomenta la construcción de nuevas literaturas en lenguas coloquiales y nacionales. El reconocimiento de la multiplicidad cultural caribeña despunta en los años 1920, pero encuentra su plenitud en la década de 1930.

El concepto negritud busca un rompimiento con la visión sumisa del negro. Sublimiza la imagen del negro, internaliza la experiencia esclavista como parte de un legado. La negritud se vuelve excluyente de lo no negro por su afirmación racial. Entonces nace el concepto “antillano” heredero del mito insular esbozado por el cubano José Lezama Lima y Juan Ramón Jiménez.

Insularidad

El dialogo caribeño en su afán de gestar una cultura regional, se aleja del concepto negritud forjando entonces el de insularidad, que evoluciona con el tiempo y se convierte en creolidad o caribeñidad.

El mito insular es una respuesta a las expresiones culturales que definen las islas antillanas. Lo insular se basa en que las islas son entes separados por agua donde “el ritmo, el color y la sensualidad no pueden ser medidos del mismo modo que en otras latitudes.

La insularidad se forja en la Cuba de los años 1930. La mayor de las Antillas, al igual que toda la región, buscaba una definición que la alejara de la visión colonial europeísta en la que se solventaba su cultura. Era prioritario para esa generación cubana reafirmar su identidad nacional, como pueblo mestizo y nación libre. La insularidad fue un rechazo a lo colonial, a lo europeo, a lo imperialista. Era también un mensaje soslayado a los Estados Unidos cuyo yugo habían sentido los cubanos a través de la humillante Enmieda Platt, un inciso en la Constitución cubana que permitía la injerencia estadounidense en los asuntos internos de la nación cuando el poderoso vecino del norte sintiera que sus intereses estaban en riesgo.

El mito sobre la insularidad surge de la pluma del escritor José Lezama Lima, quien promovía la cultura como vehículo de salvación nacional. Cuba acababa de salir de la cruenta dictadura de Jorge Machado y en un acto de valentía había repudiado la enmienda Platt. Cuba buscaba reafirmarse a sí misma, fortalecer su acervo identitario para unir las diversas fuerzas políticas internas y protegerse de las repercusiones de sus acciones en contra del imperio estadounidense.

En medio de esa vorágine de ideas, llega a Cuba en 1936 el poeta español Juan Ramón Jiménez. El autor de Platero y yo entabló una entrañable amistad con Lezama Lima. Ambos escritores recogen la experiencia enriquecedora de su encuentro en un ensayo intitulado Coloquio con Juan Ramón Jiménez.

Coloquio es un intercambio de ideas entre los dos grandes literatos que termina con el formulación de una teoría cultural “con fuertes raíces filosóficas, se trata de un mito que sugiere como valor unificador de la cultura nacional, la reafirmación de una expresión mestiza, el color local”.

Lezama no desecha el pasado cultural heredado por Cuba al indicar en el ensayo que el mito tiene un “anverso, el sentimiento de lontananza y en su reverso, el aporte de la resaca insular a las corrientes oceánicas'”, sin negar la veracidad de lo expuesto el poeta español le recuerda a Lezama que “también el planeta es una isla”.

La expresión insularcita generaría una reafirmación de lo cubano donde la literatura, las artes plásticas, la música, la campiña, el guajiro (campesino cubano) son elementos esenciales para definir la identidad nacional. Esta conceptualización de Lezama Lima sobre insularidad desembocará en el movimiento de la “cubanía”.

Lezama forja el mito de la insularidad, aclara que su identidad no puede ser medida con referencias de otras experiencias nacionales. El poeta sensibiliza la patria, la hace única, pero a su vez la hace universal.

El concepto de insularidad fue adaptado por el resto de las islas, que encontraron en la visión lezamiana una libre de percepciones raciales y más coherentes con el concepto de nación hibrida.

Insularismo

El Puerto Rico de los años 30 busca también una definición identitaria y respuestas a su situación colonial. La influencia cultural estadounidense sobre la isla es avasalladora, el país está sumido en la pobreza no solo económica sino moral y social.

La elite cultural nacional en busca de una definición de la identidad puertorriqueña se aferra a lo que entiende es netamente boricua: el jibaro (nombre con que se designa al campesino), del paisaje, de los símbolos patrios, y de la agricultura de la montaña, café y tabaco. El criollismo, una manifestación romántica tardía, busca detener la imposición de la cultura anglófila de la metrópoli.

El tema de la puertorriqueñidad es tocado por varios escritores de la generación del 30 destacándose Insularismo (1934) de Antonio S. Pedreira, Prontuario histórico de Puerto Rico (1935) de Tomás Blanco, Problemas de la cultura puertorriqueña (1934) de Emilio S. Belaval y los estudios de María Cadilla de Martínez en Costumbres y tradicionalismos de mi tierra (1938), entre otros.

La percepción de Antonio S. Pedreira sobre lo que es la identidad puertorriqueña expuesta en su obra Insularismo es probablemente la que más ha calado en el imaginario popular.

En su afán por gestar conciencia de la situación precaria en que estaba sumida la identidad nacional Pedreira hizo unos planteamientos epistémicos que se insertaron en los procesos para definir e interpretar lo que es la identidad caribeña.

Pedreira, quien mantenía correspondencia con varios literatos de la región caribeña, reaccionó al discurso de negritud esbozado por Cesaire, Senghor y León-Gotran Damas.

“El repertorio de condiciones que dan tono a los sucesos, y cauces a la vida de los pueblos; esa peculiar reacción ante las cosas –maneras de entender y de crear-[…] …es lo que entenderemos aquí por cultura”.

Para Pedreira cada pueblo procesaba la experiencia colonial a su manera y se apropiaba de lo que entendía era necesario para conformar su propia cultura. En el caso de Puerto Rico, el ensayista entendía que existía un aspecto geográfico predominante, pero también uno espiritual que solventaba la experiencia cultural.

El escritor propone que la identidad puertorriqueña se gesta en tres procesos históricos: “el de génesis, pausado, receptivo, titubeante (siglos XVI, XVII y XVIII); el del crecimiento nervioso, creador, dramático (siglo XIX) y el de transición, inseguro, cambiante, [inestable (siglo XX)”.

Pedreira concebía una identidad que se reafirmaba en su experiencia, pero que estaba madura para salir en busca de nuevas experiencias que la fortalecieran. El prodigo ensayista emplea la frase “levar anclas” para que los puertorriqueños inicien el proceso hacia una definición final de su identidad y de su futuro político. El autor propone “la singular trayectoria de un proyecto ideológico que permita tomar medidas frente al futuro desarrollo de una nueva sociedad”.

En su análisis, Pedreira reconoce las aportaciones de la sociedad estadounidense a Puerto Rico, condena el abandono en que sumergió España a la Isla, pero se reafirma en la aportación hispanista como base de la cultura puertorriqueña.

El autor rescata la presencia aborigen en la hibridez nacional y no excluye la negra, pero no se suma al movimiento de la negritud, más bien por razones políticas que discriminativas. Debemos recordar que en su infancia y juventud, el liderazgo del partido anexionista era negro, siendo su líder el Dr. José Celso Barbosa.

El concepto insularista de Pedreira es hispanófilo, pero está en efervescencia y en busca de una definición. Excluye elementos importantes de la sociedad, pero se afianza en la cultura caribeña de las Antillas españolas. Pedreira deja por sentado en el segundo capítulo de su ensayo Insularismo que para definir a Puerto Rico hay que primero comprender “que cosa es Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico”.

“Llevamos encima la tara de la dimensión territorial. No somos continentales, ni siquiera antillanos: somos simplemente insulares que es como decir insulados en casa estrecha. Encogidos por la tierra, tiene nuestro gesto ante el mundo las mismas dimensiones que nuestra geografía. […] Ese obstáculo de lo próximo nos encoge la perspectiva y desarrolla en nosotros una oftalmología que nos condena al mero atisbo continental”.

Pedreira se forja su propio concepto de lo que es el Caribe y cómo encaja en el Puerto Rico. Identifica una clase cultural elitista que tiene la responsabilidad de romper con el aislamiento geográfico y buscar en España el modelo que ayude al país a defenderse ante el coloniaje estadounidense.

El insularismo pedreirista nos presenta una imagen de desamparo y abandono, pero a su vez nos provee las herramientas para reafirmar la identidad puertorriqueña ante la inmensa presión que ejercía Estados Unidos sobre el país. Aunque pudiera parecer anti caribeña, busca en la unión antillana con sus hermanas de experiencia colonial similar, Cuba y República Dominicana, una alianza que les permita encontrar similitudes que reafirmen lo hispano ante lo anglo.

La década del 30 es una de reafirmación identitaria y de lucha anti colonial, pero contrario a las Antillas Menores, la metropli no era europea, era el monstruo descrito por el apóstol de la independencia cubana, José Martí. El Caribe del 30 busca una reafirmación identitaria anti-europeísta, la negritud en las Antillas Menores y la insularidad en el caso de Cuba, mientras que Pedreira y la mayoría de su generación se refugian en la reafirmación hispanófila, sin que se niegue la hibrides mulata de la nación.

Conclusión

Insularismo es la respuesta de un pueblo atemorizado que teme la pérdida de su identidad ante los avances de una cultura foránea que domina todos los aspectos de su vida cotidiana. El insularismo puertorriqueño es una reafirmación de su identidad que se alía con la cultura poderosa de su antigua metrópoli para crear una coraza que la defienda y le provea las armas necesarias para contraatacar a su enemigo inmediato.

Pedreira construye el discurso político que sería más tarde adoptado por el Partido Popular Democrático para concientizar al país de su abolengo histórico-cultural y su grandiosidad como pueblo. El discurso adolecía de males, pero en su momento era la única respuesta posible sin que los grupos de poder se sintieran amenazados.

La visión pedreirista lo acercó a las Antillas españolas y lo alejó del resto del archipiélago, búsqueda que la nación puertorriqueña busca en la actualidad ante el despunte de los aspectos negros de la cultura nacional.

La concepción del insularismo puertorriqueño y la generación del 30 toman preponderancia en la actualidad ante los procesos neocoloniales por los que atraviesa el país. La inserción de Puerto Rico en el conjunto de los pueblos antillanos es también una prioridad para el desarrollo de nuevas estrategias que aseguren la continuidad de la nación y fortalezcan la identidad tomando como ejemplo otras experiencias insulares.

Hoy, más que nunca antes, los movimientos políticos y económicos actuales hacen imperativo revalorizar e interpretar la cuarta década del siglo XX (1930). Estados Unidos, potencia imperialista que imprimió su huella con un carimbo candente y doloroso en la historia de la región, atraviesa por momentos de incertidumbre política interna que afectará a la región. La pasada contienda electoral (2016) abrió una válvula de escapa para el racismo y la xenofobia, que había permanecido sumergidas por los controles que ejerce el gobierno federal y su política antidiscriminatoria.

Pedreira es producto de su tiempo, sin embargo hoy es faro que nos guía en busca de una nueva redefinición interna y a la vez de proyección caribeña.

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