Caguas, un día del año 1999, los pasos dados en la universidad no dejaron huellas ni produjeron lo que la literatura iba a negarme. Habían pasado dos años desde que había entrado a la universidad, ya era el 2001, y aún ésta y yo, no nos encontrábamos.
Salí de mi casa en Caguas para ir caminando hasta el terminar de guaguas públicas del pueblo, para tomar una “guagüita” hasta la universidad, para hacer un trabajo de la clase de inglés. En el camino todos los televisores de las casas por donde pasaba sonaban histéricos. Supe que algo estaba pasando por las voces agitadas de los reporteros, pero no sabía qué había ocurrido.
Al llegar a la biblioteca de la universidad seguía el desorden por la noticia, pero yo no estaba interesado, tenía un trabajo y una nota que me esperaban. Regreso a casa y entre terminar el trabajo de la clase y viendo las noticias supe del acontecimiento que hasta hoy se sigue conmemorando. Al otro día entregué el trabajo en la clase, hice mi informe oral y seguí el día; a la noche salí a mi trabajo y así terminó mi día. Ese mismo día la vida terminó para miles de personas. Así como apagar la luz del cuarto e irse a dormir. Al otro día, 12 de septiembre del 2001 tuve una discusión con un amigo que me dolió más que aquello que las noticias seguían transmitiendo.
Un día del año 1999 me matriculé en la Universidad del Turabo para estudiar un certificado en Líneas aéreas y turismo, mi único diploma universitario. La orientadora escolar que mal me orientó, se había equivocado.
No solo la literatura no iba a dejarme “chavos”, como había pregonado la orientadora en el 1999; el 11 de septiembre también cegó futuras intenciones profesionales. Aquellos pasos por la universidad no produjeron mucho y al final la poesía terminó dejándome más “chavos”. Lo siento, pero a veces los adultos somos más ignorantes que los niños y jóvenes.
Y hoy, Camino a Cuba, a la Feria del Libro, sé que mi mejor venganza, como diría la cantante, son mis libros de poesía, mis palabras por recitar, y mis ideas por concretizar.