Camino a Cuba 8

CAMINO A CUBA1

altUn día del año 2009. Con la llegada de Adri los días eran una fiesta. Me sentía jubiloso, óptimo, decidido a ser lo que aquél hombre desaparecido en 1982 tuvo miedo de hacer o los vicios no le permitieron. Pero también había miedo en nosotros, además de ser padres primerizos después de dos abortos, en esos días el país respiraba un aire de pánico.

La gente tenía miedo de acercarse a otras gentes, el saludo de manos se borró de nuestro sistema operativo y comenzamos a protegernos hasta de los abrazos, el H1N1 se había estacionado en nuestras calles. Todo era histeria. “Aquel murió en tal pueblo por la porcina”, “Los infectados de H1N1 en tal o cual municipio ascienden a tantos”, y así pasábamos los días, llenos de alegrías y terror. De repente la epidemia dejó de nombrarse en los medios y volvimos a ser gentes.

Seguíamos viviendo en aquellas paredes angostas, todo era un reguero en la casa, biberones aquí, pañales por allá, que si un zapatito en el bulto y el otro perdido en “Jumanji”, pero éramos felices o más o menos felices pues había algo en la relación que se había fracturado y no nos percatamos que por ahí se nos comenzó a ir la felicidad.

En aquel apartamento de “hobbits” una noche me quedé cuidando a Adri, todavía no llegaba al mes de nacida, era como una prueba de tolerancia. Adri nació saludable de los pulmones, eso se confirmó el día de su nacimiento pues yo jamás había escuchado un llanto tan estridente como el de ella. Esa noche volví a comprobar su salud pulmonar.

Poco después de la madre haberse tomado la noche libre esta niña que no medía más que una regla escolar comenzó su repertorio de llantos. Exploró todos los niveles posibles, altos, agudos, de boca amplia, con la lengua por fuera, pequeños pero intimidantes. Confieso que me desesperé, que después de hacer todo lo conocido por calmarla, de llamar y pedir consejos y hasta rabiar de la frustración me rendí, fracasé en mi primera prueba como papá.

Llamé a la mamá y le conté mi desastre, ella me escuchó y después de clamarme y colgar a los minutos llega la abuela de Adri y se la lleva. Para mí eso fue la salvación de Adriana y mía pues pude entender por qué muchas veces los infantes recién nacidos sufren de maltratos y llegan hasta morir. La atribulación es tanta y el sentimiento de derrota es tan humillante que los padres nos cegamos y dentro de la furia y la ceguera del coraje olvidamos la fragilidad de un retoño nuestro. En aquella sala de casa de muñecas lloré de cólera por no ser un buen padre.

En algunas semanas estaré volando a La Habana, Camino a Cuba para La Feria Del Libro y lloraré nuevamente al subirme al avión, pues saberme lejos de Adri vence mi armadura e instala en mi toda la ternura de la que ella es capaz.