Camino a Cuba 10

CAMINO A CUBA1

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Un día del año 2012, Montevideo. Cuando el Sur se hizo mi Norte. Era octubre, el invierno se había retrasado, lo notamos al salir del aeropuerto de Carrasco en busca de un remís. El frío era tan intenso que al abrir las puertas que daban a las afueras del aeropuerto quedé petrificado. Un Fiat negro bastante viejo nos recogió, a ese carro todo le sonaba, parecía que en cualquier momento se rompería y tendríamos que recogerlo, montarlo como un rompecabezas para poder seguir nuestro camino. Caía una llovizna leve, una garúa. Luego de 45 minutos llegamos al hotel, por fortuna aquel taxi nos dejó sanos y salvos.

En el camino yo iba asombrado, aquellas calles oscuras de madrugada me parecían un sueño, no dejaba de mirar las cosas con ojos de niño. Parecía que tuviera diez años otra vez, pues todo lo que aparecía ante mi era como una irrealidad. Nos hospedamos en el Hotel Klee, en el piso siete. Mi habitación daba para una esquina de la calle San José, todo era silencio, los carros pasaban calladitos como si supieran que la gente dormía a esa hora. Sin abrir la maleta y sin darme un baño me quedé dormido.

A la mañana siguiente me levanté temprano y después de las rutinas matutinas bajé a la recepción. José Manuel ya me esperaba fuera del hotel con su fiel cigarrillo, siempre encendido. Él ya había estado varias veces en Montevideo, así que de cierta forma era mi guía turístico, por lo menos las primeras horas. Frente al hotel estaba el Mercado de la abundancia, en una esquina de la calle se encontraba la Intendencia y más abajo un Mc Donald’s. Nosotros, bien anglosajones, desayunamos ahí.

Lunes, seguía la garúa y el frío. Sentía que aquello no era Montevideo, sino el Polo Norte. Me ubiqué en la entrada del hotel para ver la gente. Muchos pasaban sin mirar al lado, absortos en sus cigarrillos, en su mate, en sus celulares o simplemente en el camino. Yo los miraba buscando que rebotara con otra mirada la mía, pero no sucedió.

Ya le tenía confianza a Montevideo, me levantaba temprano, tomaba café, desayunaba y me iba a explorar. Pasaban horas largas caminando la Avenida 18 de Julio hasta la Ciudad Vieja. Conocí al libertador de Uruguay, Artigas, en su mausoleo custodiado por guardias de la época. Visité El Brasilero con la expectativa de encontrarme con Eduardo Galeano tomando café, pero no corrí con suerte. Vi aquel mar gigante que dividía Uruguay de Argentina, oí discutir argentinos y uruguayos por quien era el mejor. A lo lejos las milongas sonaban, los tangos se adueñaban de las calles, el voceo me cantaba al oído y yo ya estiraba las palabras como un ciudadano más. Un café caliente en el mismo lugar donde se escribió la famosa Cumparsita, un tatuaje que me recordara Montevideo, amigos y amigas a los que les debo otra visita y la presentación de mi libro Bajo la sombra de las palabras en La Feria Internacional del Libro en Montevideo fue el saldo de aquella semana y media.

Regresamos y el calor de la Isla me devolvió a la realidad, pero sin poder arrebatarme las memorias de aquella ciudad y el deseo eterno de volver a caminarla.

Dentro de tres semanas estaré de nuevo en otro avión, pero esta vez el destino será Cuba, para La Feria Internacional del Libro en La Habana. Hace mucho que espero por Cuba y nuevamente miraré las cosas como si tuviera diez años y ellas me dejarán otra memoria que les contaré a mis hijas. Camino a Cuba.