Camino a Cuba 11

CAMINO A CUBA1

altUn día del año 2012, Caguas. El miedo. Así como un 70% de estos cuerpos está constituido de agua existe otro porciento que lo ocupa el miedo y el miedo nos hace valiente en muchos casos o cobardes en otros.

En casa éramos una especie de familia nómada, desde chiquitos estábamos de mudanza en mudanza, tanto así que no recuerdo cuántas fueron, lo que sí recuerdo son los amigos, las escuelas, las noviecitas y los miedos en esas épocas.

Rodábamos entre Caguas y Gurabo. Una de las casas que odiaba era en Gurabo, yo debía tener unos 5 o 6 años. Era de una hermana de mi padrastro. Tenía un aspecto lúgubre, un olor rancio como a madera podrida, había estatuas de santos por cada esquina y partes sin terminar, a cemento crudo. Aquella estructura sofocaba, un calor extraño abrumaba, por lo menos a mí. En esa casa le rompí la frente a mi mamá cuando le tiré, jugando, con un muñeco He-Man, mi hermana con guille de electricista metió un tenedor en un receptáculo y así descubrió que el utensilio se usa solo para comer. Pero esas estatuas… que miraban cada paso, que celaban la casa yo las detestaba, salir de noche de mi cuarto era una pesadilla. Por suerte nos volvimos a mudar.

En Caguas vivíamos en la urbanización Mariolga, calle 19, Q-9. Allí estuve tranquilo bastante tiempo, hice de payaso para un “talent show”, tuve mi primer triángulo amoroso y robé entre otros pasatiempos. Debía rondar los 10 años cuando comenzaron los rumores de robos en las casas. Yo dormía intranquilo, sentía que forzaban las rejas de las ventanas, que tocaban la puerta, que me llamaban.

Lo más impresionante de esa época fue cuando encontraron un muerto en la parte de atrás del patio donde vivíamos. Aquello era un terreno baldío, había una guagua abandonada que al parecer era algo como una cafetería. Allí vi la muerte cara a cara por primera vez. Llevaba pantalones mahón, una polo a rayas, estaba descalzo y pelú como la canción de Tony Croatto. Ahora que lo recuerdo pienso que murió solo, como muchos a veces viven rodeados de gente.

Regresamos a Gurabo, ya estaba en escuela intermedia, eran otros los gustos, el baloncesto, las nenas y la salsa, uno de mis grandes descubrimientos fue Héctor Lavoe, había pasado ya un tiempo de su muerte, pero en aquel barrio sonaba como hoy, como si nunca hubiera muerto. Pero en ese barrio vivía Luis “el loco” un sujeto que peleaba todo el tiempo con una mujer imaginaria, andaba con un machete y un pañuelo en la cabeza como Rambo. Ver a Luis era ver el mayor de mis miedos, escucharlo como oír a un demonio. Era un tipo flaco, más bien esquelético que andaba descalzo por todo aquel barrio. Una vez bajaba de jugar baloncesto, ya era de noche, yo rezaba por no encontrármelo, al llegar a las bambúes lo escuché gritarle aquella mujer, “vete condená diabla hija de la gran puta, cabrona”. Si desde esa vez hubiera seguido practicando pista y campo, antes de Mónica Puig yo hubiera traído la primera medalla de oro a Puerto Rico en 100 metros planos.

Así los miedos pasaron hasta el 2012, cuando una tarde, la que fue mi esposa se fue de la casa. Confieso que no fui el mejor esposo y que no la hice feliz como ella quería, pero quedarme solo y no ver a Adriana me atemorizó.

Ya pronto emprenderé vuelo a Cuba para La Feria Internacional del Libro y a vencer nuevamente el miedo, esta vez el de subirme a un avión. Camino a Cuba.