Camino a Cuba 12

CAMINO A CUBA1

altUn día del año 1996. A través de estas dos semanas que llevo compartiéndoles estas memorias, otras que no recordaba saltan a la vista. Retrocedamos en la historia para ver esos caminos previos a la poesía.

Corría el año 1996, me estrenaba en la escuela superior, 10mo grado. Ya había comenzado a afeitarme los 3 o 4 pelos que intentaban nacer y un gracioso bigote lacio adornaba mi cara. Gurabo era un pueblo casi fantasma, las calles adornadas con “los locos” del barrio, Quicio, Segueta, Hueso ‘e cabra y otros que por allí andaban. Los colmados “bar” en cada esquina, siempre con sus fieles clientes que siendo más responsables que el dueño, ya estaban frente a la puerta esperando que abrieran. Era difícil correr en sentido contrario en aquel pueblo, había que estar en “los corillos”, el reguetón era la música que dominaba en los carros, las peleas, la marihuana, el alcohol se me presentaban como un “buffet”.

En aquel tiempo mis 125 libras no representaban peligro para ninguno de aquellos “pequeños maleantes” así que opté por pasar desapercibido, por irme debajo del radar, ya el año anterior había aprendido que por simplemente caer mal era suficiente para iniciar una pelea, terminar con un ojo morado, un labio roto y una suspensión en la escuela, así que después de esa “graduación”, decidí ir solo por aquellas veredas urbanas era lo mejor.

Ese año “el amor” no me sonrió, no hubo chica a la que le causara interés y yo tampoco hice mucha presión por “conquistar” alguna, pues muchas de las peleas en aquella escuela – reformatorio eran por celos o changuerías como esas. Así que la biblioteca pública era la mejor compañera. Allí se reunían todos los del barrio donde vivía a esperar la guagua de manu, un señor que no pasaba de los 5 pies, callado, siempre con su guayabera y su mirar triste. En esa biblioteca recuerdo que escribí mi primera carta por encargo.

Tato era uno de los muchos que allí se pasaban, iba en las tardes a esperar su novia y entre una cosa y la otra conversábamos. Ellos eran de esas parejas famosas que toda la escuela conoce, también eran de esas parejas que discutían hasta rabiar por la más mínima tontería. Una tarde Tato me contó una de esas peleas estilo telenovela María la del Barrio, Gata Salvaje o peor aún, a lo Cuna de Lobos. Como él me veía leyendo de vez en cuando me pidió ayuda. Recuerdo que le dije que de mujeres yo no sabía nada, que llevaba casi dos años que no tenía una novia y que lo mejor que hacía yo era escribir cartas de amor que nunca funcionaban. Tato me pidió que le escribiera una carta a su novia Meru, una chica delgada, de cabellos negros y rizos y de piel tostada, tato por su parte era un tipo rudo, ancho por las pesas, pero bajito de tamaño y de ideas. Fue entonces que me convertí en su protegido, y su empleado a la vez, pues él me pagaba a razón de $1.00 por hoja las cartas o cuando no tenía dinero me pagaba con algún sándwich de la panadería donde trabajaba. Sabrán que me hice fan de sus rabietas amorosas y de los sándwiches de la panadería.

Las cosas no cambiaron mucho en aquel ambiente, cada vez que se formaba una pelea había un motín, la marihuana seguía siendo la primera opción de trabajo para muchos y yo quizás pude aumentar algunas libras gracias a las cartas.

Hoy puedo decir que aquello que fue un “hobbie” terminó siendo mi vocación y de escritor por encargo pasé a ser invitado en múltiples encuentros internacionales de poetas. Esta vez la invitación es La Feria Internacional del libro de La Habana y el Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica y el caribe. Ciertamente aquellas primeras líneas escritas en la biblioteca pública de Gurabo iniciaron la chispa de mis letras. Camino a Cuba.