¡Arturo Alfonso Schomburg vive!

Voces Emergentes

altEsta mañana me levanté con la agradable sorpresa de que varios de mis lectores habían compartido el artículo que escribí el año pasado para conmemorar el natalicio de Arturo Alfonso Schomburg. Leí algunos de los comentarios, no imaginaba el impacto que el escrito causó entre mis lectores. Empero, y a pesar de los esfuerzos, la figura de Schomburg sigue siendo ajena a la realidad de la nación puertorriqueña 144 años después de su natalicio.

Fuera del Maestro Rafael, el oficialismo no ha promovido las figuras de los afrodescendientes. El meollo fantasioso de que todos somos una mezcla de africanos, europeos y taínos ha enajenado a la oscuridad perpetua la aportación de los negros en la sociedad. La situación se vuelve irrisoria cuando se leen artículos sobre descendientes de africanos, como don Ramón Emeterio Betances o José Campeche por ejemplo o y se trata de ignorar su origen africano.

La sociedad puertorriqueña es racista. Un racismo que en el pasado era más abierto y que con el tiempo se fue relegando a un armario con puertas cerradas. Recuerdo en mis años infantiles cuando en las casas había platos y vasos para los negros. Lo interesante era que el ser “negro” dependía de cuan trigueño eras o cuan cercano era la consanguineidad.

Ya adolescente, cuando me mudé a San Juan, alquilé un apartamento en una casa donde los dueños eran una pareja mixta. El varón era blanco de ojos azules y la esposa con una pigmentación sumamente oscura. Recuerdo que la señora me decía “no te cases con una negra que traen mala suerte”. Sin faltarle el respeto pensaba, “no se habrá visto ella en el espejo”. El asunto era más profundo. Ellos tenían tres hijos, dos varones y una hembra. La fémina se casó con un gringo translucido; un varón se casó con una española de contexto de piel oliváceo, mediterráneo y el más chico con una jibarita, de un color marrón claro. Lo interesante era que la señora no quería a la puertorriqueña porque no era blanca. Nunca entendí la situación hasta que acepté que ella no se consideraba negra. En su mente, ser negro era ser “molleto” y “molletos” eran los afro-estadounidenses.

Eso lo corroboré en mis años en Estados Unidos, donde el discrimen racial es un fantasma que corroe el alma de muchos. Los afrodescendientes boricuas se consideraban puertorriqueños, el color de la piel no era lo importante, sino la tierra de donde salieron. Además, aunque fueras negro, los afro-estadounidenses no te aceptaban como tal. Este fenómeno imperialista de los afrodescendientes también aplica a todos los negros cuya experiencia esclavista y lucha por los derechos no ocurrió en Estados Unidos.

Cuando fui trabajador social tuvo un compañero nigeriano. Era ibo. Cuando nos conocimos mi primera pregunta fue cuál era su origen tribal, ibo, ashanti o yoruba. Se sorprendió. Me dijo que era el primer “americano” que conocía que estaba consciente de que Nigeria era un conglomerado de tres grupos tribales que solo compartían un pasado colonial opresivo y racista. Mi amistad con él surgió porque siempre estaba solo. Me comentó que los afro-estadounidenses no lo aceptaban. Entre sus muchos reclamos estaban el que nuestros compañeros afrodescendientes se sintieran superiores por ser una minoría en un país imperialista. “Se creen el centro del universo. Claman ser negros por conveniencia, pero no conocen lo que es ser africano y mucho menos el peso del látigo en la tierra de tus ancestros”.

A pesar de que no era bien visto por ser puertorriqueño, nunca tuve problemas con la comunidad afro-estadounidense. Algunos amigos insistían que se debía a mi conocimiento sobre la lucha por los derechos civiles y que era “historiador. Hoy veo las cosas desde otro punto de vista, no me sentía ni me siento colonizado, por ende mis ancestros tienen el mismo derecho que el de cualquier otro en ser reconocido como afrodescendiente.

Cuando regresé a Puerto Rico y comencé a trabajar en mi árbol genealógico observé el racismo en forma de chiste. El sacerdote que me ayudaba en el proceso, a quien quiero mucho, me comentó, “aquí todos son don y doña, ¿qué pasó contigo?”.

Con orgullo soy descendiente de una mulata haitiana que se llamó Eusebia Lassus. Eusebia fue amante de su amo, un corso, Dominique Simonetti, que le parió varios hijos, entre ellos mi tatarabuela Joan Andrea Simonetti Lassus. Siempre supe de mita Andrea, pero no es hasta adulto que descubrió que fue esclava de su propio padre. Es descrita como de piel clara, facciones finas y pelo lacio, pero esclava. Dominique reconoció antes de morir a sus hijos, quienes quedaron bien económicamente, mejor que los del matrimonio oficial.

Mi bisabuelo, Justino Jusino Simonetti, hijo de mita Andrea y de Monserrate Jusino y Nazario, un hombre blanco de ojos verdes, casó con mi bisabuela, Juana Rodríguez de Astudillo y Cruz de Santiago, descendiente de una familia aristocrática y racista. Papá, mi abuelo materno, me contaba que su abuelo, Pedro Benito Rodríguez de Astudillo y Ufret Ramos Colom y Ramírez de Arellano, cuando murió su padre, teniendo el solo cuatro años, le vaciaba galones de leche frente a la casa de ellos y le decía a su hija “para que tú y esos negros se mueran pronto”. Siendo niño se me hizo difícil entender que papá fuera negro porque era más blanco que un vaso de leche tenía el cabello lacio y los ojos grises.

Me crie en una familia orgulloso de sus ancestros. Eran de piel clara, de hecho soy el negro de la familia. Nunca se avergonzaron de reclamar que descendían de una negra, aunque hay algunos abiertamente racistas. Racismo basado más en estatus económico, no es lo mismo ser negro rico que pobre.

En mi formación mi tía, Migdalia Jusino Acosta, siempre hizo hincapié en que conociera la aportación de los afrodescendientes a la nación puertorriqueña. Desde su perspectiva nuestra cultura era mulata, “con más sabor negro que frigidez europea”.

Gracias a mi tía conocí sobre Schomburg cuando tenía unos cinco años. Ella fue por un periodo breve curadora del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Nueva York y a su regresó a Puerto Rico me habló sobre este gran boricua que se hacía llamar “afro-borinqueño”.

Para los isleños, por una limitación mental colonial, se les ha hecho difícil comprender la grandiosidad de este boricua que erradicó la imagen de incultura que pesaba sobre los africanos y supo vincular a África-Europa-Latinoamérica y Estados Unidos. Idolatrado por los afro-estadounidenses ya admirado internacionalmente, Schomburg es considerado el arquitecto de la historia de los negros.

Un dato importante es que Arturo Alfonso fue puertorriqueño e independentista has el último día de su vida. Estaba tan orgulloso de su madre negra que es probablemente el primer boricua en identificarse como “afro-borinqueño”, honraba su herencia ancestral y su patria, Borinquén, nombre empleado por los independentistas decimonónicos al referirse a su patria libre y soberana.

El intelectual afro-borinqueño nació en San Mateo de Cangrejos, Santurce, el 24 de enero de 1874. Fueron sus padres una partera afro-danesa nacida en Santa Cruz, Islas Vírgenes, María Josefa y un boricua de ascendencia alemana, Carlos Federico Schomburg. Estudió en el Instituto Popular en San Juan, donde aprendió a ser impresor comercial y estudió literatura negra en el Colegio Santo Tomás en las Islas Vírgenes danesas, tierra de su madre.

Aunque su educación lo preparó para sus estudios bibliófilos, fue una experiencia en quinto grado lo que marcó su pasión por la historia de los afrodescendientes. En su curso de historia, su maestra, indicó que la gente de color no tenía historia, ni héroes, ni logros. Desde ese momento el niño santurcino se dedicó a erradicar científicamente el mito imperialista europeo del racismo. Los primeros estudios de Schomburg fueron sobre el pintor afro-puertorriqueño José Campeche, el líder libertario haitiano Toussaint L'Ouverture y el general afrocubano Antonio Maceo.

Como muchos otros independentistas puertorriqueños, Schomburg emigró a Nueva York el 17 de abril de 1891. Estuvo activo en las luchas libertarias y fue uno de los que aprobó la Manoestrellada como pendón patrio. El prócer fue secretario de Las Dos Antillas, movimiento que abogaba por la independencia de Cuba y Puerto Rico. Estuvo activo en el Club de Borinquén, organización dirigida por su mentor el Dr. Ramón Emeterio Betances. Fue amigo personal de José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y muchos otros próceres antillanistas. Luchó contra el coloniaje español, pero también lo hizo contra el estadounidense.

Schomburg estuvo activo en la vida afro-cultural de Harlem. Fue cofundador de la Sociedad Negra para la Investigación Negra en 1911. En 1914 fue miembro de número de la Academia Negro Americana, la cual presidió más tarde. Fue el comprador y curador de la Colección Negra de la Universidad de Fisk. Los afrodescendientes lo consideraban a Schomburg como el “faro de luz” del Renacimiento de Harlem.

La vida de Schomburg fue una gran aventura. El legado del intelectual fue su reconocida colección de arte y literatura negra. La colección incluye miles de narraciones de esclavos, manuscritos, libros raros, diarios, piezas de arte y otros artefactos relacionados a la historia de los afrodescendientes. En 1926 Schomburg le cedió a la Biblioteca Pública de Nueva York su colección. La Fundación Carnegie le dio una beca por $10,000 por su aportación. Schomburg fue nombrado curador de su propia colección. La colección hoy ostenta su nombre, Centro para la Investigación de la Cultura Negra Schomburg.

El historiador afro-estadounidense, Dr. John Henrik Clarke, uno de los protegidos de Schomburg relató en una entrevista con el “Civil Rights Journal” su primer encuentro con el genio afro-borinqueño, “que le abrió los ojos al hecho de que venía de gente vieja, más viejos que la esclavitud, más viejos que la gente que lo oprimía”.

“Él no estaba haciendo nada en su escritorio. Yo era un adolescente entonces. Yo quería saber toda la historia de mi gente, negra, alrededor del mundo, todo en la hora de su almuerzo” (en inglés el original: "He was holding down the desk. I was a teenager then. So I wanted to know the whole history of my people all over the world, henceforth, in the hour of his lunch hour!)

“Siéntate mi hijo, él dijo. Lo que tu llamas historia africana, de los negros, es la historia pérdida de los libros de historia mundial. Lee la historia de la gente que tu sacaste de la historia de la humanidad, y entonces sabrás porque ellos eran tan inseguros y nos sacaron de la historia, porque ellos no podían aguantar el que nuestra historia compitiera con la historia de ellos” (En inglés el original: "'Sit down, son,' he said. 'What you're calling African history, Negro history, are the missing pages of World history. Read the history of the people who took you out of history, and you will find out why they were so insecure they had to take you out of history, why they could not stand for your history to compete with theirs”).

“Una vez tuve una mirada de la historia europea, pude ver la historia Africana con un major lente. Pero Arturo Schomburg, mejor que cualquier ser humano, me puso en el camino para proseguir una carrera de historia” (en inglés el original: "Once I began to have some background in European history, I could bring African history into proper focus. But Arthur Schomburg, more than any other single human being, set me in motion in the pursuit of a career as a teacher of history") expresó el octagenario Dr. Clarke, Profesor Emérito de Historia Africana y Mundial, Departamento de Historia Negra y Puertorriqueña en el Hunter College en Nueva York.

Los puertorriqueños todavía estamos a años luz de comprender la inmensidad de Schomburg. La aportación de su obra y su mensaje de una educación igualitaria libre de prejuicios y sexismos es aún más valida hoy que hace 100 años.

Schomburg entregó su cuerpo físico a la inmortalidad en Nueva York el 8 de junio de 1938. Hoy más que nunca su mensaje de igualdad es necesario. El racismo sigue deambulando por las calles del archipiélago, ahora más que contamos con un presidente estadounidense abiertamente discriminante que se refiere a los pueblos negros como “hoyos de mierda”.

Schomburg fue un visionario que abofeteó al imperio y su política de superioridad racial. Abogó por una nación libre y soberana. Escuchemos su mensaje, disfrutemos su legado y emulemos sus pasos.