Un comentario en torno a El Nazareno

Crítica literaria
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alt[Palabras vertidas en ocasión de la presentación de la novela El Nazareno en el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico el pasado 22 de mayo de 2018].

El abogado y escritor Daniel Nina me invitó a presentar esta noche, ante este ilustre foro de abogados, abogadas y amigos, su segunda novela, El Nazareno. Lo que significa un gran honor y un enorme reto. Un honor porque se trata del pedido del hermano, de un letrado libre y soberano. Y es un reto porque no es fácil, entre hermanos y escritores, comentar con honradez y juicio crítico, la obra del otro.

Siempre me hago, en estos lances, la misma pregunta: ¿Qué espera de mí el autor amigo? ¿Un comentario ligero o un juicio implacable? Pues, me decido por lo apropiado en este momento, que es anunciar y celebrar la puesta en circulación de una nueva novela, sin acudir a juicios ligeros, pero tampoco severos o implacables. Esto es, un acercamiento amistoso y sincero, sin ser complaciente y sin ofender mi conciencia.

De entrada, hay que apuntar que el reto mayor lo tuvo el propio autor. Daniel asumió, quizás sin pretenderlo de pronto, la dura tarea de novelar la vida real o parte de la vida real de un personaje que vivió y disfrutó, padeció y falleció, muy cerca de nosotros, los que nacimos en los bellos y controversiales tiempos de la segunda mitad del siglo 20.

Ismael Rivera, el sonero mayor, murió en 1987, a los 55 años, en el hogar que compartía con su señora madre, doña Margot. Falleció hace 30 años. Su imagen, su voz, su vida y anécdotas aún vibran en el recuerdo y las voces de su pueblo, están aún claras o turbias, pero frescas, en la memoria colectiva. Dicen algunos críticos literarios que entre los hechos reales y la novela histórica debe darse una separación de al menos 50 años. En este caso, hubiera sido más fácil escribir un texto histórico, es decir, uno basado únicamente en la realidad simple que muestran los documentos históricos. (Dejemos a un lado, por el momento, la noción de que los llamados textos históricos son asimismo otra forma de los textos literarios de ficción.)

No hay que olvidar que la novela es el reino de la libertad creativa, en la cual todo es posible. En la novela hay libertad de contenido y libertad de forma. El novelista Camilo José Cela dijo que novela es todo aquello que editado en forma de libro admite la palabra “novela”. En la novela el autor narra, generalmente, una historia inventada. Se pretende la libertad total de la imaginación. Lo que no impide, por supuesto, acudir, como punto de partida, a eso que llamamos la realidad.

Dentro de esa oscura o aceptada realidad y las invenciones del escritoror, la novela debe ser contada de forma que sea creíble, que capture al lector dentro de su mundo único y tangible. Lo que Mario Vargas Llosa llama su “poder de persuasión”. Por eso, por la capacidad creadora y persuasiva de Cervantes, por ejemplo, don Quijote nos fascina tanto. No tenemos dudas de que el ilustre caballero cabalgó en su Rocinante, junto a Sancho, por las veredas agrestes de La Mancha. Y que Moby Dick, la ballena blanca de Herman Melville de 1851, está aún resoplando su venganza por los océanos del mundo. O que en Puerto Rico hubo un abogado Garduña que tramó trampas y chanchullos, según lo noveló don Manuel Zeno Gandía en 1896.

En el caso de la novela biográfica, el buen narrador debe transitar serena y efectivamente entre la realidad basada en documentos y la realidad inventada por su imaginación. Cuando Gabriel García Márquez escribió la novela El general en su laberinto – en torno a los últimos días de Simón Bolívar –, se inventó mucho de lo que ocurre durante el último viaje de El Libertador por el río Magdalena, pero intentó ser fiel a los documentos sobre los diálogos y comentarios políticos de Bolívar. El resultado fue armonioso y magistral.

Como señalé antes, apuesto a que no le fue fácil a Daniel Nina abordar la vida y milagros de un personaje real que muchos recuerdan. La pregunta es si logra darle forma, contenido y realidad literaria al personaje Ismael Rivera, sin caer en el terreno ya caminado del texto histórico. Porque se ha escrito mucho de Maelo y hay videos y documentales sobre él en las páginas electrónicas.

La primera parte de la novela es un viaje a un mundo de fantasmas. Como lo hace Juan Rulfo en la novela Pedro Páramo, nuestro autor utiliza la imaginación mítica para introducirnos a la conciencia y a los pesares del personaje. Ismael Rivera, ya muerto, deambula entre fantasmas allá en Portobelo, y se pregunta, una y otra vez, si logró cumplir su misión. Esto – la definición de la misión y su mal o bien cumplimiento – se convierte en el hilo conductor que concreta y da forma a la novela. Creo, sin embargo, que dicha misión se reitera demasiado y eso le quita fluidez al texto.

La historia se desarrolla a través de dos formas narratorias. A veces, el fantasma narra sus pensares, y luego, entre esa voz de primera persona, se cuela la voz del narrador, quien cuenta todo lo que sabe del personaje, fruto, pensamos, de una larga conversación con éste y sus amigos.

Todo ello conduce a la creación de un personaje con los atributos de un cristo, de un Cristo Negro.

La misión del sonero mayor es la de ayudar y unir a los negros y negras, en particular a los de Puerto Rico, Panamá y Colombia.

Aunque la novela se divide en seis partes, durante los cuales se cuentan los encuentros vitales del personaje, durante momentos cruciales, con personajes reales y con el Cristo Negro de Portobelo, la novela se construye básicamente alrededor de dos tiempos. El primero, es el tiempo antes de la cárcel – Maelo fue encarcelado entre 1962 y 1966 -, y el segundo, el tiempo después de la cárcel. Entre el tiempo primero, cuando ocurre su participación relevante en el combo de Rafael Cortijo, y el segundo, el tiempo de la recuperación y la grandeza. Curiosa y paradójicamente, la cárcel no destruye, ni rehabilita, a Ismael – si entendemos que superar el llamado “vicio” es rehabilitarse -, sino que lo impulsa a las cumbres de la fama y de la gloria. Este periodo se inicia en 1969, con el descubrimiento del culto al Cristo Negro y su total entrega a la religión Orisha y a la adopción de temas musicales que exaltan la negritud y el compromiso social con la gente negra, sus sufrimientos, sus logros y alegrías.

Una y otra vez Maelo se identifica como hombre libre y soberano. Libre del capitalismo y de las grandes empresas disqueras que pretendían “esclavizar” su arte.

La novela, sin embargo, no explora a fondo – más allá de la mención de la figura de don Pedro Albizu campos y un incidente racial en un club nocturno (Muriel v. Suazo) –, las condiciones sociales y políticas de Puerto Rico durante los tiempos de Ismael. Posiblemente, el autor asume que conocemos los paisajes físicos y sociales, el contexto social y político, en los cuales transcurre la narración.

Por otro lado, es evidente que Daniel Nina trabaja con amor, dedicación y con cierta obsesión al personaje. Viajó, leyó y conversó mucho para conocer al hombre y al artista. Y crea a un personaje de dimensiones espirituales y mesiánicas. En la novela, Ismael adopta el rol del Cristo Negrón, la de un escogido para cumplir una misión superior a sus fuerzas y debilidades. Como el Cristo Solar, Ismael Rivera padece, sufre y muere abandonado por los dioses, para luego renacer invencible en la conciencia telúrica de su pueblo. Y es que así ocurre con todos los héroes solares; mueren crucificados para luego resucitar gloriosamente. Y este es lo mejor de la novela. Daniel Nina crea un personaje más grande que la vida misma. Y por eso es novela y no un simple texto histórico o pseudo histórico.

En nuestro país hay escasez de novelas biográficas. Alejandro Tapia y Rivera escribió una sobre nuestro pirata Cofresí. Mayra Santos Febres, sobre Isabel La Negra: Jaime Marzán abordó la vida de la patriota María Mercedes Barbudo allá en los inicios del siglo 19.

Daniel Nina, con sus dos novelas sobre Héctor Lavoe e Ismael Rivera, retoma uno de los temas fundamentales de la literatura puertorriqueña: el tema de nuestra identidad. Y esa identidad del pueblo negro, mulato y cimarrón ha sido deliberadamente olvidada por nuestra clase letrada y la academia oficial.

Con más aciertos que desaciertos, Daniel Nina dice lo que hay que decir. Hay que narrar esas realidades identitarias, ocultas o “esquineadas” de un país que lucha y resiste por su libertad y soberanía, en el cual la cultura negra y cimarrona se exhibe como pieza antigua de museo, en lugar de lo que es: sangre, carne y conciencia de nuestro pueblo.

La misión de Maelo Rivera está inconclusa. En el mundo mágico de la novela, Daniel Nina resucita al sonero mayor para retomar, junto a nosotros, la tarea perentoria, la de decir y cantar lo que somos y lo que merecemos y aspiramos.

Gracias, Daniel, por novelar y crear.