Carlos Gallizá “no hay revolución sin jangueo” (Un relato de la vida real…)

Voces Emergentes

alt[Nota editorial: El pasado 7 de diciembre murió el compañero y colega Carlos Gallizá. El lunes 10 de diciembre en la funeraria Ehret de San Juan, hubo un acto de recordación. Aquí las palabras que leyera su hija menor. Las reproducimos por su valor histórico y solidario].

Mi padre sobrevivió muchas cosas, libró muchas batallas –yo soy una de ellas. Como la hija más pequeña, le decía bromeando que yo era la venganza, enviada a pasarle factura en la vejez.

Papi ya era viejo cuando yo nací, y desde chiquita temía su muerte porque él tenía la edad de los abuelos de mis amigos, pero resultó que yo era casi un anticuerpo para la vejez: preguntándole y debatiéndole hasta la semana pasada. Ya que todo el mundo lo aplaudía, asumí desde chiquita que me tocaba ser la impertinente que le cuestionara. Como me han recordado varias amigas, Papi siempre escuchaba a los niños con mucho respeto. Desde pequeña me hizo sentir que tomaba mis opiniones en serio y que creía genuinamente en el debate y el intercambio de ideas como un gesto de amor y de interés en el aprendizaje mutuo. Admiro su compromiso con la comunicación honesta y directa, y la capacidad que tenía de renovar sus ideas, reconocer sus errores, interesarse por aprender de todo tipo de personas y evolucionar (a veces al mismo tiempo que sus compañeros, a veces de maneras inusuales para su generación).

Ayudé a Papi a mantenerse joven compartiendo cosas que a veces sorprenden a los que piensan que era un tipo serio – desde cantar Mon Rivera de camino a la escuela, hasta hacernos tatuajes juntos y fumar cannabis medicinal. Fue, por encima de todas las cosas, mi cómplice. Me gustaba delatarlo en escenarios serios como éste, porque me parecía que su humor era tan importante como su elocuencia a la hora de ganarse el respeto y el cariño de cualquier persona.

Hace unas semanas, me dijo en el hospital que sentía que estaba terminando su odisea: y me parece la mejor manera de describir su vida. Papi era como un Forest Gump boricua – vivió muchas vidas, conoció muchas personas. Fue pelotero, baloncelista, campeón de trivia y mímica, vendedor de turrón, jardinero, soldado en Corea, vicedirector del Departamento de Turismo, abogado, legislador, director de periódico, escritor, historiador aficionado, comentarista radial, representante de los derechos del consumidor ante la AEE y campeón de billar, póker y dominó, así como gran conocedor del bolero.

Como todo personaje heroico, estuvo cerca de la muerte muchas veces. Enumero los atentados que conozco, porque estos aspectos de su vida fueron los más invisibles. Entre sus proyectos pendientes se quedó un libro sobre la lucha armada clandestina, porque decía que la CIA sabía más de nuestra lucha que los puertorriqueños.

En 1969 le rajaron la cabeza a macanazos en la Avenida Ponce de León cuando una turba anexionista quemó la cede del MPI en Río Piedras y él fue a apoyarlos con un grupo de abogados. Colapsó frente a una librería y un desconocido lo salvó arrastrándolo para adentro del negocio.

En 1974, cuando Carlos La Sombra organizó un motín en la Cárcel La Princesa y tomó a papi como rehén y abogado negociador, un fotógrafo del periódico El Mundo le dijo que se quedara junto a él, que había rumores que la policía estaba tratando de matarlo allí y hacerlo ver como accidente.

En 1975, antes de comenzar un acto del Partido Socialista Puertorriqueño en Mayagüez, una bomba estalló causando la muerte a Luis Ángel Charbonier y a Eddie Román Torres. Papi se suponía que se encontrara con Charbonier esa tarde. En 1978, le pusieron una bomba en su oficina cuando era presidente del PSP. Meses más tarde, tirotearon la casa donde vivían mis hermanos y su mamá en Hato Rey. También le pusieron una bomba debajo del carro en una ocasión y en otra lo tirotearon llegando a su casa en la Calle Sol del Viejo San Juan.

A eso se sumaron el cáncer, dos veces, e innumerables problemas en el corazón. Sobrevivió tantas cosas que es sorprendente que llegara al 1986 cuando yo nací.

Papi nunca dio alardes de sus hazañas y no quiso preocupar a muchos hablando de sus enfermedades. Sus mayores héroes eran los nacionalistas puertorriqueños y los revolucionarios cubanos, y de ellos siempre resaltó la humildad. Pero era increíble escucharlo contar historias –si hay una cosa que me da miedo con su muerte es que se me olviden los detalles de algunas y no pueda seguir contándolas. Era apasionante escucharlo hablar de sus andanzas con Carlos La Sombra, sus reuniones con Fidel, o los encuentros fortuitos que tuvo con figuras desde La Pasionaria hasta Julio Cortázar. Mi relación con Papi se forjó a partir de interrogatorios eternos y maratones de cuentos. Nunca escribió sus memorias y nunca quiso homenajes. Creo que el mejor tributo que podríamos hacerle es contar sus historias, forjar mejores puentes entre generaciones que permitan el intercambio de ideas e influencias, dudar y decirlo, pero sobre todo gozar en el proceso. Papi no creía en una revolución sin jangueo.

Aunque tuvo muchas vidas, siempre tuvo conciencia de que todas ellas tienen una caducidad. No se aferró a ningún partido, organización, proyecto político o personal. Reclamó siempre su libertad de hacer y pensar lo que le diera la gana, e impuso su voluntad sobre su vida hasta el final.

Los últimos 7 meses fueron un sube y baja entre hospitales y terapias en el hogar. Tanto su familia biológica como su enorme familia escogida cuidamos de su salud y lo rodeamos de amor a lo largo del proceso. Nunca terminaremos de dar gracias a todas y todos los que estuvieron acompañándolo. Aunque nos había acostumbrado a recuperaciones milagrosas y a un cuerpo que luchaba siempre más de lo que correspondía a sus años, en las últimas semanas se empezaron a combinar males, efectos secundarios y señales de deterioro. Su última batalla fue por defender su derecho a morir. Utilizó sus últimos momentos de lucidez para proclamar el final. Cuando parecía que estaba todo fuera de su control, nos dijo: “Ya yo decidí que esto se acabó. Yo quiero romper con la vida.” Y utilizó lo que le quedaba de energía para rechazar terapias y medicamentos hasta morir durmiendo en su cama una semana más tarde. Me da una tranquilidad profunda saber que se salió con la suya, y que todas y todos los que lo cuidamos y acompañamos en el final respetamos sus decisiones y su dignidad.

En esta última etapa, papi fue perdiendo su capacidad de comunicarse como parte de su deterioro. Aunque ese proceso fue inmensamente doloroso, y nos dejó con las ganas de escuchar muchas historias por última vez o con ansiedades de lo que se nos quedó por conversar o documentar, también provocó unos últimos momentos bonitos y accidentes poéticos. Muchas veces cuando le preguntábamos cómo se sentía nos decía ‘batallando, batallando’, pero la última vez que lo dijo le faltaron letras, y me dijo ‘tallando, tallando’. Y así me lo quiero imaginar. Tallando. Consistente e insistente con sus palabras y acciones, haciendo mella poco a poco en una lucha de toda una vida, y calando hondo a fuerza de valentía.