De Detroit a Houston

Crítica literaria
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altEn el medio de la tela había una silla, encima

de esta había una caja de guantes de látex…

Francisco Font Acevedo

y luego la ciudad caótica, desbordada...

por los apagones constantes…

recordatorio de que ese mundo de petróleo terminará…

Luis Othoniel Rosa

Nombro tus fantasías desde la teoría

del vértigo.

Ana María Fuster Lavín

PRIMERA TEORIA

Como parte de la segunda diáspora boricua (años setenta), para volar del norte de Ohio a Houston, Texas, paso primero por la poesía nuyorican.

Escala literaria. Puente sine qua non.

Al cruzarlo, casi siempre termino en el mismo poemario, Snaps (1969) de Victor Hernández Cruz: “a new york airpoet.” Cuando no, sale al paso este poemario menos conocido de Pedro Pietri: Traffic Violations (1982).

Acelero para estrellarme contra el fantasma nuyorican de Miguel Piñero, el “filósofo de la mente criminal,” cuyas cenizas ontologizan las calles del Lower East Side. Presencia, demasiada presencia.

Desde el neologismo de otro poeta, Miguel Algarín, la poesía “dúsmica” nuyorican transforma la agresividad destructiva del poder dominador en fuerza constructiva de amor propio y comunal.

Detroit Metropolitan Airport. ¿Salida 21?

Para crear tensión ficcional, entro al avión con un poemario terrestre, Ultima estación, Necrópolis (2018) de Ana María Fuster Lavín.

A partir del epígrafe de Alejandra Pizarnik, “y devastan la esperanza,” espero (¿en vano?) que acontezca el holocausto… Empiezo a leer el poemario, en formato artesanal, a la vez que despega el avión: “Aquí, / en el vértigo de tu ausencia presente. ¿Cómo consigo un pasaje hacia nosotros?”

Para insistir en la terrosidad de Necrópolis, “Es la ruta del deseo / una telaraña de vértigos,” leo sin parar, “ha partido el último tren / solo quedamos mi silueta y mi gato,” las noventa y cinco paginitas del poemario en blanco y negro: “hemos llegado a la estación final… / Mis manos derramadas en el vértigo….”

Libro con una vía de tren blanca dibujada en la tapa negra.

SEGUNDA TEORIA

Una hora y media después de despegar del aeropuerto de Detroit, terminado el poemario ferroviario de la muerte viajera, “¿Dónde queda la próxima parada?,” abro La belleza bruta (2008) de Francisco Font Acevedo para volver a leer, tantos años después de la primera vez, pero ahora desde lo alto, el primer cuento, “Guantes de látex”:

“Ven, móntate —le dije [a la puta]… Vente conmigo y te pago trescientos dólares… [Al llegar a la casa con la puta] Mencioné [habla el esposo-padre] los guantes y enseguida mi esposa y mis hijos se pusieron sendos pares que tomaron de la caja. Yo no, yo traía los mismos que me había puesto al salir del trabajo.”

Cuento brutal; a tono con los desmanes característicos de la involución neoliberal. Puesta en marcha de un ritual patriarcal y cristianocéntrico en el contexto de una posmoral que normaliza la crueldad desde un privilegio de clase:

“Mientras ellos [madre e hijos] se acomodaban el látex [para matar a golpes a la puta], yo [el padre] me adelanté. Con las cintas de plástico que guardaba en el pantalón, fijé los tobillos de la invitada [la puta] a las patas delanteras de la silla, le até las muñecas y, tras levantarle los brazos, la enganché a la cadena del saco de boxeo.”

¿Cristx colgante?

Rito semanal, diversión criminal del viernes; cuadro purulento de un familia acomodada de San Juan que vive obnubilada en la turbulencia narcisista y hedonista (en el mal sentido del hedonismo; es decir, como egoísmo) de la posverdad posmoderna; asepsia ultraneoliberal, idiosincrasia de clase que, como los drones militares, mata sin mancharse las manos. Sangre de la que la posmoral se protege (¿en vano?) con guantes de plástico:

“Media hora más tarde habíamos terminado [de matarla a golpes]. Como de costumbre, mi hija y mi esposa fueron las primeras en abandonar el gimnasio [donde acaban de matar a la “invitada”].

TERCERA TEORIA

Cambio de texto. En el primer capítulo, “El año 2028,” de Caja de fractales (2018), novela de Luis Othoniel Rosa, “El ángel mecánico es un drone y observa desde su altura a Puerto Rico.”

Novela corta, de 97 páginas, pero potente, demasiado brutal —¡alucinante!—; como la también corta, aunque sobre todo minimalista, novela feroz de Edgardo Nieves-Mieles: Todos los placeres suelen ser verdes (2012).

Flechada, demasiado “pegá” con Caja de fractales, Melanie Ortiz Pérez le pregunta a Luis Othoniel Rosa: “¿Esta novela tú la soñaste?”

Texto drogado (como la literatura). Caja de fractales es una novelita que, por encima de la influencia de Manuel Ramos Otero, Jorge Luis Borges, Felisberto Hernández, fuma marihuana como si fuera poesía nuyorican de finales de los sesenta y mediados de los setenta (Pietri, Hernández Cruz, Piñero).

Humo (y talco; caspa y hongos).

Texto psicotrópico (Caja de fractales), aunque no al extremo de El peor de mis amigos (2007), novela de Rafael Franco Steeves; narrativa esta que, más allá del humito de los dos tomos de Barataria (2012) de Juan López Bauzá, mucho más allá de la cocaína y los hongos, al otro lado de la vida, se pincha las venas con realismo metanovelístico.

Heroína.

CUARTA TEORIA

Regreso (nueve días después). De Houston a Detroit; vuelta al primer epígrafe de Caja de fractales:

“somos capaces de aceptar el fin del mundo pero nadie parece capaz de concebir el fin del capitalismo.”

Sin saberlo, Caja de fractales me inscribía en un viaje intertextual que tenía como original una novela de Ricardo Piglia, Camino de Ida (2013), cuyo personaje, Thomas Munk, ha escrito el espurio “Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico” de donde sale el epígrafe de Caja de fractales arriba citado (un homenaje a Piglia, profesor de Rosa).

En una novela anterior, Blanco nocturno (2010), Piglia, profesor de Princeton University, trabajó con un personaje puertorriqueño de New Jersey que se muda a la Argentina.

Conexión; como en el caso del ensayo boricua de Arcadio Díaz Quiñones y la narrativa argentina de Juan José Saer, Caja de fractales enlaza la literatura argentina de Piglia con la puertorriqueña de Othoniel Rosa.

Fuera del contexto de Princeton, New Jersey, la literatura de Manuel Ramos Otero chupó antes de la de Cortázar desde Nueva York.

QUINTA TEORIA

Siguiéndole los pasos a la cajita narrativa y poética de 97 páginas, aparecen las huellas de una reseña, “Pequeña celebración a ‘Caja de fractales,’ una novela de Luis Othoniel Rosa” (2018), en la que la voz ensayística de Luis Moreno-Caballud dramatiza la lectura feroz de la novelita:

“El capitalismo soy yo.

El capitalismo es el miedo, el miedo a no ser nadie, a que nadie te reconozca, a no ocupar ningún espacio, a no tener ningún valor, a no ser un yo. El capitalismo es una bolsa de plástico en la que nos metemos, adquiridos, en posesión, listos para llevar a algún sitio donde se nos dé un poco de valor de ese que a veces no conseguimos creer que tenemos.”

Distopía; Cajas de fractales empieza en Puerto Rico, isla con morideros, en estado de hambruna —en la República Dominicana se vive mejor y en Haití es donde mejor se está— y termina en Bolivia.

Reseña de una novela que, en pocas páginas, provoca una reflexión profunda en Moreno-Caballud sobre el individualismo posesivo de la subjetividad moderna:

“el capitalismo se aprovecha del fenómeno de la individuación para invisibilizar nuestra interdependencia, para invisibilizar el hecho de que nacemos de un cuerpo materno, la presencia material de los otros en nosotros, la indispensable y constante contribución de otros seres a nuestra supervivencia, al sentido que nos orienta y a la materia que nos alimenta. Nuestra pluralidad.”

Breve celebración; dice Moreno-Caballud: “Pero qué triste todo esto [sobre el capitalismo], cuando yo lo que tengo es una alegría enorme por haber leído (tres veces ya) la novela Caja de fractales…”

SEXTA TEORIA

Al momento de aterrizar en Detroit, el cuento de Font Acevedo —

“Después de ayudarme [habla el padre] a guardar el bulto [de la puta que habían matado a golpes] en el baúl del Jaguar, [Diego, el hijo] me preguntó si podía acompañarme [a deshacerme del cadáver]. Estaba en esa edad en que se sentía todo un hombre” —

“Guantes de látex,” es imantado hacia la novela distópica de Othoniel Rosas, Caja de fractales:

“aldeas dispersas entre pueblos en ruinas, retomados por el verde, centros comerciales reutilizados como fortalezas o desiertos, el esqueleto de los edificios de compañías americanas que abandonaron la isla tan pronto se precarizó el comercio, calles en ruinas, iglesias que tienen más de doscientos años y que ahora albergan a quien las encuentre…”

En vez de enfocarse en el padre de familia de “Guantes de látex,” Caja de fractales se enfoca en El Jefe:

“Solo con ellos [Alfred, Alice y Trilci], no con sus compañeros de acción, El Jefe puede hablar de cosas que no entiende, y solo con ellos , lo que no entiende no le causa ninguna ansiedad. Es decir, él —que es tan ansioso— se siente relajado con esos amigos locos en medio del fin de la modernidad.”

Aunque no tan podrido moralmente como el mundo de “Guantes de látex,” porque en Caja de fractales salva la amistad, el mundo de la novelita, en “El año 2028,” se ha venido abajo:

“El Jefe camina con huestes de jóvenes a las cuatro de la mañana desde Santurce hasta Río Piedras, en una época, en una isla, entra en su retardado y previsible colapso… Dos semanas después, durante la huelga de maestros que toma dimensiones nacionales por el apoyo popular a los comedores escolares ocupados, unos poquitos policías atemorizados disparan contra la multitud. El Jefe corre a cargar los cuerpos lacerados y recibe una bala en la espalda. Muere unas horas después rodeado de desconocidos que, sin embargo, lo aman.”

La asepsia neoliberal de clase que mata con guantes plásticos en el cuento deviene en la novela en una ciudad posapocalíptica:

“Un ángel mecánico [un drone] se eleva en la noche y observa… tierras barbechas, verjas desatendidas y riachuelos nuevos, bosques espontáneos y llanos de yerba…”

Imantado, el cuento, “Guantes de látex,” se le tira encima a Caja de fractales, novela que, en la contratapa, Marta Aponte Alsina rastrea en su recorrido de la “ciencia ficción” a la “ciencia poesía.”

SEPTIMA TEORIA

La poesía toca tierra (aterrizaje en Detroit; diáspora). El viaje literario termina: “La vida delira desde sus grietas / un duelo de manos en fuga / al vértigo centrífugo de los caníbales” (Necrópolis).

Hambre poética; el cuento, “Guantes de látex,” se come su fealdad brutal; la novela, Caja de fractales, su ciencia ficción-poesía.

Ingesta.

La literatura mastica frente al gato de Necrópolis y al de Caja fractales (este con voz narrativa propia en la novela); ¿qué decir de la puta asesinada por el patriarcado cristianocéntrico, ultraneoliberal y posmoral?