20 de mayo y Cuba: la declaración de la independencia impuesta por los EE.UU.

Caribe Imaginado

altA 117 años de la proclamación de la independencia de Cuba, aquel 20 de mayo se prohibió que ninguna mujer, ni siquiera la esposa del primer presidente Tomás Estrada Palma, participara en la ceremonia. La bandera que se izó aquel día se la llevó para su casa como souvenir el interventor norteamericano Leonardo Wood. Y aunque las fuerzas de ocupación salieron de la isla, dejaron tres compañías del Ejército de ese país para “custodiar las fortalezas”.

El 20 de mayo se cumplieron 117 años del día en que Cuba fue independiente, aunque era una independencia a medias pues las fuerzas de ocupación norteamericanas impusieron la Enmienda Platt, que autorizaba a Estados Unidos a intervenir militarmente en Cuba cada vez que lo quisiera. Esa odiosa Enmienda Platt no fue derogada hasta 1933 cuando así lo hicieron los revolucionarios que derrocaron al dictador Gerardo Machado.

Aquel 20 de mayo, fecha escogida por ser el día siguiente al de la muerte de Martí, ocurrieron tres eventos vergonzosos.

El primero fue que ninguna mujer pudo participar en la ceremonia porque la recién aprobada Constitución de 1901 no reconocía derechos políticos a las mujeres, y por lo tanto se les excluyó del protocolo dándose el contrasentido de que ni siquiera la Primera Dama, Genoveva Guardiola, esposa del presidente Tomás Estrada Palma, pudo estar en la ceremonia.

El segundo fue que la bandera cubana que aquel 20 de mayo se izó en la azotea del Palacio de los Capitanes Generales, convertido en Palacio Presidencial, fue arriada quince minutos después porque el interventor norteamericano, Leonardo Wood, decidió llevarse la bandera para su casa como souvenir.

El tercero fue que pese a que las tropas de intervención norteamericana salieron de la isla ese mismo día, en Cuba permanecieron tres compañías del Ejército de ese país que, debido a la Enmienda Platt, se quedaban para custodiar las fortalezas y entrenar a artilleros cubanos.

Tres años antes, cuando España entregó la soberanía de Cuba a Estados Unidos, Máximo Gómez, jefe militar de las tropas mambisas, se quejó amargamente de lo ocurrido diciendo: “Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz de España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles (…) pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza la alegría de los cubanos vencedores, y no supieron endulzar la pena de los vencidos”.