Las vallas fueron la metáfora de la contención calculada. El pasado primero de mayo, sin el aguacero purificador, fue indignación, molestia, preludio de escorrentías potenciales.
Nos amenazan la movilidad, nos interrumpen el sueño de la utopía; la que se aleja (Galeano), la que nos hace ser caminantes inconformes. Se ha hablado mucho de la marcha símbolo, del simbolismo de las vallas anaranjadas. De lo que no hay dudas es que se criminalizó la protesta, se predispuso a la ausencia del pueblo. Desde los altos pisos del poder piensan en una hegemonía gramsciana. Adjudican causas y efectos. La espera late, la insatisfacción es un gusano insomne. Los pueblos golpeados aguantan, caminan, retroceden, gritan, murmuran. Las vallas y los muros no necesitan, las trompetas de Jericó para el derrumbe de la infamia. El pasado miércoles no hubo la civilidad de los resignados, ni la marcha fúnebre de los muertos insepultos. Allí caminó la dignidad contenida, la voz de los que resisten, el pálpito de los visionarios. Hasta cuándo durará la metáfora de la contención calculada.