Con rabia asordinada, vengo cavilando

Voces Emergentes

altVengo cavilando. Con rabia asordinada, vengo cavilando. En medio del desasosiego que trae consigo la pérdida de seres entrañables, cavilo.

Se nos mueren los poetas (genéricamente, los creadores) y no pasa nada. A nadie en los medios parece conmoverle. Nadie dice ni hace nada. Como quien quisiera ver la gárgola canovanense, zambullimos la mirada esquiva en los confines del horizonte, torcemos la boca, levantamos y dejamos caer los hombros, hacemos buche y volteamos la cara. Sí, lidiar con semejante asunto resulta espinosamente complicado.

Ni siquiera en las instrumentalidades que velan por la cultura del país parecen inmutarse. Como si no valiese nada el tesonero y valioso quehacer de toda una vida (que de por sí ya viene sazonada de incertidumbres). Sin embargo, basta que alguna celebridad diga, haga o le ocurra alguna intrascendencia y, más rápido que volando, los medios nos machacan las neuronas hasta la náusea con la misma liviandad. Que si Maripili se quemó un muslo calentando una sopita Lipton. Que si a la salida del aeropuerto al Farruko lo detuvieron y le confiscaron una purruchá de billetes porque no informó que en su equipaje los traía. Que si el unanabí Jovani Vázquez anunció que se postulará para Gobe en 2020. Y paremos de contar, pues la cadena de nimiedades sacadas de proporción es un culebrón sin fin.

En unos años se nos fueron Abniel Marat, Arnaldo Sepúlveda, Ángel Maldonado, Carmelo Rodríguez Torres, Carlos Alberti y otros valiosos creadores más. Es la misma historia. Ya antes ocurrió cuando fallecieron Ángela Ma. Dávila, Ángel Luis Torres y Ángel Luis Méndez. Hace unos días, tras una larga y callada lucha contra un cruel padecimiento, el 30 de agosto de 2019, entregó sus dignas armas de la palabra Jorge A. Morales-Santo Domingo, un excelente poeta y gran ser humano con una obra digna cuál más. (Claro, él jamás tuvo ganas, tiempo o energías que gastar haciéndole la corte al Poder. Nunca jugó ese juego ni le tentaron las golosinas de dudosa reputación.)

Para mis adentros grito en busca de respuesta: ¿A qué viene tanta mezquina indiferencia? ¿Acaso no vale aquello que no redunda en cuantiosos bienes materiales y pone a cantar la caja registradora? ¿El alimento que no es para la boca?

Desconozco los pormenores de los reglamentos internos de entidades culturales como el Instituto de Cultura, el Ateneo o el Pen Club, pero tanto silencio lacera el alma.

Ningún pronunciamiento. Sólo un mudo estruendo de silencio. Para coronar la piña colada con Midori, la cereza: hasta hoy, 13 de septiembre de 2019, ésa parece ser la reacción compartida por publicaciones de avanzada como CLARIDAD, 80 GRADOS y otras.

Nadie sabe cuándo le toca el momento de entregar los tenis y partir al otro lado de la realidad nuestra de cada día, pero a medida que envejecemos, se achica la posibilidad de extender tales plazos traicioneros. Me consta que otros colegas vienen librando sus íntimas y dolorosas batallas contra quebrantos de salud difíciles de sobrellevar. Y, agazapado a la vuelta de la esquina, aguarda en golosa espera el malvenido emisario.

Pregunto entonces, ¿por qué no celebramos y agradecemos las vidas y aportaciones de esos creadores cuando ellos aún están lúcidos y muy presentes en el mundo de los vivos? Olvidemos los grandilocuentes homenajes póstumos y las estatuas que son constancia de nuestra pésima memoria para reconocer mientras viven la obra meritoria de personas valiosas.

Aunque suene y parezca idealismo, mi postura no es de enajenado mental. Ciertamente, en 1ra. y última instancia, este injustamente arraigado proceder de la sociedad es un profundo problema de educación. Es tiempo de comenzar a trabajar para erradicarlo.

Siempre me ha parecido que consigo trae agrias trazas de remordimiento de conciencia (y hasta de hipocresía) tanta ceremoniosa alharaca a destiempo en honor a gloriosos muertos a los que en vida se les ninguneó, menosprecio y hasta se les ofrendó "bálsamo de codo".

Seamos generosos, honrémosles en vida.

No existen dolores del alma más extremos que la indiferencia, la orfandad, el desamparo y la incertidumbre. Duele más el olvido de los vivos que el silencio del camposanto.

Ya. Me saque del pecho el ominoso guabá.