El Gran Combo de Puerto Rico... el combo nacional

Crítica literaria
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altEn mayo de 2020, El Gran Combo de Puerto Rico (EGC) cumple 58 años. Eso es mucho tiempo. Se han escrito un sinnúmero de artículos, ensayos y hasta libros de nuestro primer combo nacional. Pero me impresionan algunas de las características de EGC que, lejos de explicar su longevidad, lo que podrían es hacernos preguntar cómo ha durado tanto tiempo.

EGC se ha mantenido relativamente independizado de dos grandes hemisferios que han caracterizado la llamada “salsa”. Son dos enormes espacios comunes dentro de las cuales han transitado casi todas las orquestas de salsa latinoamericanas. Esos dos grandes pulmones han sido Cuba y Nueva York, y todo cuando significan y componen cada uno de ellos.

Quien esté familiarizado(a) con la salsa sabe que sus orígenes vienen del son cubano. Ello no es poca cosa. Cuba, con toda su magia y variedad cultural, ha impregnado la salsa con todo toda su jerga popular. El sincretismo cubano (la santería) adereza las letras de muchos de los más importantes éxitos de salsa, tanto de bandas cubanas como no cubanas. Cientos de temas salseros nos hablan de Omelencó, Cabio sile changó, Zarabanda y vocablos interminables que cantantes pronuncian a veces sin saber lo que están diciendo. Son temas que muchas orquestas y artistas transcriben y reproducen de sus fuentes originales cubanas, a veces con el mismo arreglo. Un ligero examen de su cancionero nos muestra que esa cubanía no es la regla de EGC, sino la excepción. Números como Cienfuegos (del cubano Marcelino Guerra) o Írimo (que habla del tambor echemiyá) no representan el inmenso repertorio de Los Mulatos del Sabor. Sus arreglos musicales se alejan de las variantes cubanas. No se escucha el tambor batá en los temas de EGC. En fin, Cuba no es un referente lírico ni estilístico de la magna obra de nuestro combo nacional.

Lo mismo podemos decir de las raíces neoyorquinas de la salsa. El fenómeno de la emigración latinoamericana a “La Gran Manzana” está más que documentado y no es nuestro propósito entrar en ello ahora. Solo baste recordar que, con Cuba, Nueva York es la otra gran columna multicultural de la música tropical caribeña. Las mejores orquestas de salsa desde la década de los 60 tienen asiento en la Ciudad de New York. Igualmente, las letras reflejan el fenómeno migratorio de nuestros pueblos en esa ciudad. Alusiones a lugares, avenidas y comunidades de la ciudad de los rascacielos son comunes en la salsa: La 42 con Quinta, el Bronx, el Village Gate, el Barrio, el Solar, la Marqueta, son solo algunos de los términos que escuchamos de las súper bandas y voces nuestras en New York. Coincidentemente, EGC tampoco está asentado en NY. Temas como Un Verano en Nueva York (de Justi Barreto) no son la norma en EGC. El Combo no graba con la Fania. No tiene que ver nada con los hermanos Masucci.

La relativa independencia que el EGC ha mantenido de estos dos grandes hemisferios culturales y otras audaces decisiones que ha tomado la banda pudieron haber predicho que esta gente no duraría ni un año, ni un disco. Y sin embargo ya van para 58 años. Creo que eso tiene nombre y apellido. Se llama Rafael Ithier, obviamente. Solo un artista con tan alto sentido de responsabilidad corporativa y que se toma su negocio tan en serio puede ser tan aparentemente arriesgado. Probablemente no haya sido él solo. Creo que hay un elemento hereditario que no podemos subestimar. Ese es el DNA de Rafael Cortijo. El destino quiso que Cortijo no fuera ni cubano ni neoyorquino, sino de San Mateo de Cangrejos, de Santurce, la cuna de la salsa netamente boricua, como la conocemos hoy. Ithier es el alumno más aplicado de esa escuela.

De cara a los 58 años de vida del Combo, no podemos menos que admirar a este experimento tan audaz, que no dependió de Cuba ni de NY para ser el mejor exponente de la música tropical caribeña en su versión puertorriqueña. Gracias Ithier. Lo felicito.