De Detroit a San Juan: leyendo un libro de cuentos de Rabelo

Crítica literaria
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altLlevamos fantaseando con estas mismas imágenes mucho tiempo.

Dejando de lado la montaña de películas de zombies que son el extremo de la épica

del contagio y un género en sí mismo, otras películas como

Contagion (2011), Outbreak (1995) o Flu (2013)

reproducen situaciones de espeluznante parecido a la actual:

un paciente cero en una localidad percibida como remota empieza a expandir una extraña enfermedad infecciosa, incurable e irrefrenable, que pone contra las cuerdas cualquier sistema sanitario/social/político y amenaza con barrer al mundo.

Luca Dobry, “Ensayo general de la distopía” (2020)

… la vistosidad de boutique que cubre

cada una de sus visiones distópicas.

Odilius Vlack

En estos relatos he disfrazado nuestra realidad presente

con otra realidad futurista.

JR

I

Finalmente, el momento de reabrir el libro, ahora en una ocasión difícil, exponencialmente peligrosa, llega el 11 de marzo de 2020. Vuelo de Detroit a San Juan, con escala en Carolina del Norte. Un total de seis horas con el libro de cuentos de José Rabelo: 2063 Y OTRAS DISTOPÍAS (2018).

¿Viaje de una distopía literaria, 2063, a otra real (la pandémica que se vive en la isla, sobre todo a partir del toque de queda del domingo 15 de marzo)?

Al momento de despegar en Detroit, el libro se acelera; de golpe y porrazo, se abre en “Arretranco,” cuento hacia el final del libro en el que un alienígena salva al narrador del parásito que ha invadido su cuerpo y su vida, cuya propagación crea una pandemia en el Puerto Rico de 2063:

“No se han registrado casos de curaciones. Medicinas, terapia genética, radicaciones, inserción de nanoviruses y cirugías, todos los experimentos realizados por los robots doctores de Nostrocare han fracasado. Muchos hombres de ciencia ven esta pandemia como un paso en la evolución del ser humano, el nuevo Homo arretrancum.”

Según se eleva el avión, 2063 vuelve al principio del libro. Sobre todo, a la tercera dedicatoria que introduce la colección de cuentos:

“A ti, porque viajas a universos dentro de este mundo.”

¿Humanismo, transhumanismo, posthumanismo?

II

En el primer cuento del libro, “Maestro, ¿por qué nuestros ancestros adoraban a tantos dioses?,” un cuento homónimo (“2063”), el futuro repite, con diferencia, el pasado antropológico (religioso/espiritual). “Yo creo en mi Dios Monolito” dice, a pesar del cuestionamiento crítico, el personaje niño que interroga en la escuela la existencia de las deidades a lo largo de la historia. Niño que, por eso mismo, afirma sobre mojado:

“Estoy seguro de la divinidad del monolito. Ya no pagamos por la energía eléctrica. La fabricación de productos es más barata desde que el santo monolito nutre las máquinas en todo el planeta. La transportación es más rápida gracias a la fuente de enérgica otorgada por el coloso rectangular.”

Jaque a la modernidad hegemónica, misma que, bajo la consigna de la secularización, se proyectaba a sí misma como universal. El mundo en “2063” no está liberado de la dimensión mitológica, aunque ésta remite más directamente a un pragmatismo de mercado:

“Estoy seguro de la divinidad del monolito. Ya no pagamos por la energía eléctrica.”

Desde la filosofía, Enrique Dussel subraya la importancia de la dimensión mitológica, por su racionalidad, en la realidad de América Latina y de los países del sur.

¿Humanismo, transhumanismo, posthumanismo?

III

El vuelo de Detroit a Puerto Rico es también un viaje de primavera a la realidad, todavía tibia, del coronavirus en la isla. Un brote que, desde finales de 2019, viene castigando el mundo, sobre todo en China, Italia, España, Irán, Estados Unidos... Viaje a una crisis que, del 11 a 19 de marzo (fecha esta de regreso a Detroit), se quedó con la realidad de la isla, cuya gobernadora, ¿tarde o temprano?, decretó un toque de queda efectivo el domingo 15 de marzo, a partir de las seis de la tarde.

En la primera escala del viaje, de Detroit a Carolina del Norte, la tensión entre el cuento corto y el microrrelato no se hace esperar. Turbulencia literaria. Pronto, en el libro de 31 cuentos, surge un microrrelato, “Ojos,” que deja al lector con la boca abierta. Lo que queda del homo sapiens en este futuro no muy lejano (2063) constituye una rareza; sobre todo para los chicos posthumanos que se acercan al ventanal donde vive el “espécimen” en una jaula:

“Cada observador [los chicos], con sus cinco ojos montados en tentáculos babosos, me escudriña.”

En el próximo microrrelato, “Jadeante,” un soñador sueña con alguien que soñaba con el soñador. En el próximo, “Panorama,” un androide regresa a la cama del hotel en Nueva York para descubrir, por el cable que le salía de la oreja derecha, a otro androide que parecía humano acostado en su cama:

“Me acosté y conecté el cordón a mi oreja izquierda. Desde entonces, no hemos dejado de soñar juntos.”

En el próximo microrrelato, “Marte,” como en “Panorama,” la distopía se mueve hacia la utopía, en este caso, con dimensión de género, pero al revés; un padre oriental, forzado a dar su hija de siete días en adopción, la recupera gracias a la empatía de Agatha, madre “de menos de un minuto” que, al “darse cuenta del semblante resquebrajado de aquel hombre,” se la devolvió:

“A punto de perderse por el pasillo, el encargado de la bebé [el padre] le lanzó a Agatha una mirada del más hondo agradecimiento.”

Varios microrrelatos después, en “Vida,” estalla una intensidad borgesca que salpica tinta; a raíz del “vil asesinato de cuatro seres humanos y dos animales,” el 20 de octubre de 2063 se sentencia al asesino a la pena máxima: “pena de vida eterna.”

IV

En la segunda escala del viaje, de Carolina del Norte a San Juan, la relación entre el dermatólogo y el escritor (en ambos casos, Rabelo) deja unas huellas que vale la pena rastrear antes de seguir leyendo:

“Los médicos tomaron fotos de aquel cuerpo cubierto en muchas zonas, por escamas plateadas del tamaño de monedas de veinticinco centavos.”

Por esa ruta, pronto se llega a la imagen del cuerpo medicalizado en “Virago,” cuento sobre una “ciborg justiciera” (Iris Miranda) con las extremidades cercenadas, miembro de una brigada de mujeres encargadas del bien común, cuyo “traje negro” aumenta “la potencia de nuestras extremidades” con un “ajuste en ciertos controles de los nanotrajes”; la tentación de pensar, como complemento, en el Niño Avilés de Edgardo Rodríguez Juliá, es fuerte:

“Me duelen las memorias [dice la virago]. Mami me quita las prótesis al accionar el control remoto. Las nanopiezas se desprenden de los muñones a nivel de las rodillas, de los codos. Las escucho caer similares a canicas diminutas cuando se aglomeran. Hay que recargarlas con energía para las labores del día siguiente. Madre me asea los muñones. A veces siento como si aún tuviera las piernas. Durante otras ocasiones me urge rascarme los brazos ausentes, me lo han dicho, es un fenómeno llamado la extremidad fantasma. Demasiados fantasmas.”

El encuentro triunfal entre el dermatólogo y el escritor se da en “Luna,” cuento en el que, como en otros, estamos en un mundo al revés; en este caso, uno en el cual “los vacíos,” es decir, los que no llevan tatuajes, constituyen la excepción a la regla y por eso mismo la vergüenza y el deshonor para la mayoría, que ha hecho del tatuaje, como el padre de Luna, una ontología:

“Lope [el vacío] imagine un museo [habla el padre de Luna]. Cuando entra a esas salas se encuentra con las paredes llenas de lienzos vacíos. Sería aburridísimo. Mirar esas telas blancas sin expresión humana sería igual que ver a un mundo en plena formación, sin especies, sin un cielo azul, sin verdor. Así es la piel humana. Tiene la necesidad de ser adornadas con señales útiles, para marcar nuestro paso por la vida.”

V

Complicidad; entre el dermatólogo, ¿apocado por la imponencia de la piel convertida en arte?, y el tatuaje, la ciencia reverencia el arte. Desde la literatura cubana, el libro de ensayos de Severo Sarduy, ESCRITO SOBRE UN CUERPO (1969), se alía con el cuento boricua, “Luna”; nombre de la hija del padre tatuado, “Desde su niñez le enseñé [a Luna] lo vital de portar imágenes en la piel,” que considera insólito que su hija tenga un enamorado “vacío.”

VI

Antes de “Luna,” en el segundo cuento del libro, “Lluvia,” el dermatólogo se entrega a la literatura:

“Las gotas cayeron sobre él al llegar al puente sobre el arroyo. Al contacto con la ropa y con la piel, unas nubecillas de vapor se formaron alrededor de su cuerpo. El niño gimió al correr. La cortina de lluvia lo agarró a pocos metros de la primera casa del barrio. Trató de acelerar la huida, pero el rostro y los brazos se le fisuraron. Las vestimentas desaparecieron, la piel se disolvió, los músculos se expusieron por unos instantes hasta mostrar los huesos y los órganos internos desgastados por el torrente del cielo.”

VII

A partir de la piel, resulta fácil moverse a otra superficie; una que el lector siente como una proclividad de la prosa hacia la sinestesia:

“En el principio el silencio dio paso a la luz, a una luz cegadora que se fue concentrando en seres lumínicos, entes que al abrir las bocas mostraban imágenes como detenidas para facilitar así la comunicación, paisajes en blanco y negro, seres con trajes elaborados en tonos grises, sin necesidad de expresarse de otra forma, evolucionaron para mostrar escenas con movimiento… no tardó mucho en verse que unos niños de luz proyectasen imágenes con música…”

El dermatólogo es ahora poeta/pintor: “Rayas rojas se confundían con curvas amarillas…”

VIII

Más o menos a la altura de Las Bahamas, vuelve la turbulencia. El avión se mueve como si estuviera metido entre nubes. La urgencia de un microrrelato, “El artista,” reclama la atención: “El gigante de piel violácea, de treinta metros de altura, se concentra en la realización de su obra pictórica.”

Entre la representación y la presentación, con dimensión de género trastocada, “El artista” trabaja en un mosaico sobre una “superficie áspera para adherir sus piezas.” Por un lado, “recrea el lado izquierdo de un rostro humano femenino.” Por el otro, como es tan grande (30 metros), adhiere a la “superficie rugosa” cuerpos humanos de gente viva: “una pareja de hombres albinos desnudos, le dan el toque final a su mosaico.”

Para evitar que se muevan los dedos, “aunque de una manera casi imperceptible,” de los cuerpos vivos que usa como piezas en su arte, “seres humanos, blancos, bronceados, negros y amarillos” adheridos a la superficie; para evitar que se muevan los dedos, el artista de más de noventa pies de altura, un gigante en busca de la inmortalidad, aplica “unos brochazos de barniz fijante.”

IX

Nueva imantación literaria; en medio de la turbulencia, 2063 gravita hacia el mircorrelato más corto, “Arenas,” otra propuesta que salta de la distopía a la utopía:

“Al ver el mar por primera vez, el cuerpo de una mujer se tornó en un amasijo de arena parda. Un poco más tarde, cuando un tritón salió de los océanos y avistó la tierra se transformó en arena amarillenta. Desde entonces las olas han intentado separarlos.”

Desde la memoria cultural, se oyen los versos de Sylvia Rexach:

“Soy la arena que la ola nunca toca

y que en la playa tendida vive sola su penar.”

X

En pleno descenso, pasando el Pasaje de la Mona, empieza a verse la costa noroeste de la isla. Todavía diminutos, se divisan unos puntos en el aire, como los seres flotadores del microrrelato “Levitantes”:

“El primer hombre flotante apareció el 20 de septiembre de 2063.”

Sobre Arecibo, flota una mancha oscura como si fuera un avispero: “una legión de mujeres, hombres y niños levitantes… por toda la ciudad…”

De Dorado a Isla Verde van desapareciendo; no así los levitantes del cuento:

“Al cabo de unas horas gran parte de la población flotó a la deriva. Ya los han visto por selvas, desiertos, montes y océanos. Se acercan.”

XI

Al nivel de las desembocaduras paralelas de Río Hondo y el Canal Río Bayamón, Ondracheg, personaje de “Colonia,” interpela desde una literaturidad que hoy resulta alucinante:

“Nuestra población ha sido diezmada por una epidemia inexplicable.”

A su vez, sobrevolando la zona de Miramar, Sara, segundo personaje del mismo cuento, nos cuenta sobre el hombre diminuto que ella había soñado:

“Se encontraba agobiado debido al olvido de su colonia y de una pandemia en la cual los jóvenes morían por hablar demasiado.”

Al sobrevolar la Laguna Los Corozos, a punto de aterrizar, el cuento asume la realidad de su ficción posthumanista: la colonia a la cual se refiere “Colonia” es una colonia de musgos, como son Ondracheg y Sara.

XII

Al aterrizar en Isla Verde, 2063 se dispara en una fuga literaria. En cinco páginas, el cuento más astronómico, “Perihelio,” se aleja, aunque por definición lo menos posible, de la tierra:

“Una capsula de escape se desplaza por el vacío de otro sistema solar parecido al nuestro, con HD Gemela como astro central.”

“La capsula de escape se aleja a gran velocidad de la órbita de un planeta violáceo de cuatro lunas rocosas.”

“La capsula de escape adquiere un resplandor amarillento de refulgencia impresionante.”

“La capsula de escape pierde algunos de sus componentes externos al moverse por un espacio en donde la oscuridad ha sido sustituida por una coloración rojiza.”

“La capsula de escape se integra al fulgor de HD Gemela entre proyecciones de plasma incandescente.”

Y ello porque, como cuento postapocalíptico, en “Perihelio” se trata de sobrevivir:

“Nuestra salvación fue lo primordial cuando se anunciaron los preparativos para los tiempos apocalípticos entre las trece familias poderosas.”

Debido a una explosión gigantesca, los neoliberales del futuro, una raza superior, “los adinerados,” que actúa como dioses, escapan en un viaje de veinte años:

“El 7 de julio [de 2063] el volcán Atlantoeuropeo convirtió al planeta en un mar de magma, fisuras de fuego y humo en donde reinaría la oscuridad por milenios.”

A causa de un accidente ocurrido el 25 de diciembre de 2070, solo tres de las trece naves en fuga permanecen. De una de las extraviadas se reciben noticias alarmantes:

“Un líquido viscoso gris oscuro se ha encontrado por las tuberías internas de la nave. El contacto con este fluido ha provocado costras en la piel de los pasajeros y tripulantes. Al cabo de unas doce horas se desarrollaron fiebres y los afectados iniciaron un proceso de debilitamiento en el cual los tejidos se ablandaron para tornarse friables, muy parecidos a la textura del pescado podrido.”

El brote pega fuerte:

“En las etapas finales, las mucosas sangraron y se desprendieron junto a la piel, músculos y huesos. A los tres días de enfermedad, las personas murieron convertidas en charcos de secreciones.”

Nadie se libra:

“Quince horas más tarde, uno de los cocineros mostró costras en el rostro. Fue puesto en cuarentena… El joven de unos veinte años tenía los ojos llorosos… A las pocas horas desarrolló llagas amarillentas por toda la cara. Las lesiones supuraban fluido grisáceo, la conjuntiva y la nariz sangraban.”

Bajo la premisa de sálvese el que pueda, una de las tres familias restantes toma acción:

“Yo no estaba de humor para escuchar sermones, tampoco esperaría a ver la conclusión de un espectáculo de muerte. Adquirí algunos alimentos concentrados, unas fotos de mis padres y mi ejemplar de LA DIVINA COMEDIA.”

Para mantener el status quo que le corresponde como clase:

“Me dirigí al área de las cápsulas de escape y me acomodé en la PRC3. Fijé las coordenadas de mi nuevo hogar. La sacudida fue liberadora. A ese planeta de este sistema solar al cual nos dirigíamos llegaría como un dios.”

XIII

11 de marzo, 3:00 de la tarde; el mismo día que la Organización Mundial de la Salud declara el coronavirus una pandemia, llega a la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín el vuelo de Detroit-Carolina del Norte.

Del avión a la salida C-4 la referencia a una noche de “marzo de 1995,” en un cuento sobre la contaminación química y la desmemoria en el contexto del ejército de Estados Unidos, “In Albis,” reitera el efecto vertiginoso de releer 2063 Y OTRAS DISTOPÍAS en marzo de 2020. La literatura se mira en el espejo de la realidad. En el mismo cuento, otra referencia temporal casi nos pisa los talones:

“Aquella mañana de noviembre de 2021…”

Antes de dejar atrás el Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, el efecto literario se intensifica en la última distopía de 2063, “María”:

“Mi abuelo murió el 5 de noviembre de 2063 y hoy, 17 de diciembre, encontré algunos de sus escritos de los tiempos cuando manejaba bien su memoria. La mayoría de ellos se centran en los ancestros y en las anécdotas de sus viajes. En unos pequeños diarios con caras de monstruos en las portadas, encontré uno, el último, escrito diez días tras el paso de un huracán durante el 2017.”

XIV

Estadía de ocho días; del 11 al 19 de marzo, en la cual 2063 Y OTRAS DISTOPÍAS se abre y se cierra varias veces, sobre todo a partir del 15, en el cuento “Agua”:

“La guerra del agua se inició el 28 de julio de 2063. Una semana más tarde mi padre fue reclutado.”

Desde una “pantalla de pensamiento” que revela las intimidades, en “Agua” una abuela, madre de la madre, calumnia la fidelidad matrimonial de su hija, una mujer casada, para deshonra familiar, con un hombre de la misma raza blanca que ella. Mujer que todos los días sale, a la misma hora, a buscar noticias sobre el paradero de su esposo [el padre], que pelea en la guerra del líquido vital.

En una de las relecturas, “Agua” se sale del cuento y gravita hacia otra literatura insular, EXQUISITO CADÁVER (2001), novela de ciencia ficción-detectivesca-metaficcional de Rafael Acevedo, en la que también el agua, es decir, su carencia, crea un punto de contensión futurista, en este caso intergaláctica.

La imantación de 2063 hacia EXQUISITO CADÁVER atraviesa la prosa de la novela hasta llegar a dos poemarios del mismo autor (Acevedo), CANNIBALIA (2005) y MONEDA DE SAL (2006), en los que también, como en 2963, la crítica al neoliberalismo informa la literatura.

Rara imantación; desde un “Dios te salve María” trastocado, el tono invocativo de un poema de CANNIBALIA,

“Criminal, criminal,

líbrate de todo mal

rueda por nosotros pescadores

ahora y en la hora de nuestra suerte,”

llega al “Padre Nuestro” de un cuento de 2063, “Monedas,” cuyo personaje, Benjamín Corona, además de asustarnos con el apellido, está a punto de convertirse en un “cadáver de monedas”:

“Padre nuestro que estás en lo más alto de los cielos. Ayuda a este hombre para que muera tranquilo y que por algún momento se olvide de los chavos. Tócalo con tu mano sanadora para que se arrepienta hoy. Ayúdalo a ganarse la salvación y la felicidad. Amén.”

XV

Sobre el tercer cuento de 2063, “Heptateuco,”

“Este año se conmemora el centenario del magnicidio del presidente John F. Kennedy [1963],”

dice el escritor dominicano de ciencia ficción Odilius Vlack:

“Créanme, [“Heptateuco”] es el Big Bang en LSD.”

¿Humanismo, transhumanismo, posthumanismo?

“Y Rabelo [continúa Odilius Vlack] crea diferentes tipos de medioambientes ficticios para que esos temas humanos, demasiado humanos, se desarrollen de manera orgánica.”