Hegel, el filósofo de la historia

Agenda Caribeña
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El 27 de agosto de 2020 se conmemoran 250 años del natalicio del gran filósofo alemán George W. F. Hegel, para conmemorarlo presentamos esta modesta reflexión como un homenaje hecho desde una perspectiva que no pretende erudición sobre su obra, pero sí expresa simpatía hacia ella ganada mediante una vía indirecta, el marxismo. 

Dicen que, si las ideas teóricas de un pensador no parecen muy claras, se debe observar sus consecuencias o propuestas políticas concretas, para que impere la luz sobre conceptualizaciones oscuras.  

Por esa razón, para estos comentarios, hemos elegido de Hegel sus “Lecciones sobre filosofía de la historia”, y particularmente su “Introducción General”, ya que es una obra muchísimo más clara y directa que su libro de referencia, “Fenomenología del espíritu”. Las “Lecciones…”, como su nombre indica, se hicieron a partir de los apuntes que tomaban en las clases sus alumnos. 

Mientras que la Fenomenología es una obra de madurez juvenil, hecha con la robustez y entusiasmo de los treinta y tantos años, pero cuyo léxico se levanta como un muro infranqueable a los legos en lógica hegeliana; las Lecciones constituyen un trabajo de un profesor de 60 años que explica didácticamente el sentido de su propuesta, por lo cual es recomendable usarlo como puerta de entrada al estudio del hegelianismo. 

La filosofía de la historia universal 

 Aproximarse a la obra descomunal de Hegel se facilita si empezamos por establecer que fue el fundador de lo que se ha llamado “Filosofía de la Historia”. Aunque se dice que ya otros habían hablado de filosofía de la historia con anterioridad, es Hegel quien le da coherencia y lo formaliza en el claustro universitario. 

Antes de Hegel nadie se había preguntado con profundidad si la historia humana universal, es decir, de todos los pueblos del mundo, y no de uno en particular, tiene algún sentido, si está regida por alguna lógica subyacente y, sobre todo, si marcha hacia algún objetivo.  

No es que los filósofos no reflexionaran sobre la sociedad y la historia, sino que lo hacían desde una perspectiva limitada, respecto de un pueblo, de un acontecimiento, de un personaje concreto, pero no como historia universal. 

La única interpretación semejante de historia universal previa a Hegel, y que éste la reivindica en su sistema, es la visión cristiana, por la cual, Dios creo al mundo y a los humanos a su imagen, para que ellos con su libre albedrío hicieran la historia, cuyo sentido último está en el nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre, que muere para lavar los pecados de la humanidad y que, desde entonces, los humanos conociendo su palabra esperan su retorno (la segunda venida), en la que después del juicio los salvos vivirán eternamente reconciliados con su Padre en el Paraíso. 

La filosofía antes de Hegel se parecía a las religiones antes de la cristiana, se pensaba en función de una sociedad en particular, de un pueblo o nación, como la religión judía, pero no se planteaba pensar la historia desde la perspectiva general de toda la humanidad. Hegel pudo adoptar ese punto de vista, no porque fuera un genio único e incomparable, sino porque fue hijo de su tiempo y la culminación de un gran movimiento cultural de la Europa del siglo XVIII, la Ilustración, y de lo que fue la filosofía Idealista alemana, que tenía en Kant su gran referente. 

Como filósofo europeo de fines del siglo XVIII, Hegel recibió directamente las influencias culturales de la Ilustración; como persona, vivió las grandes transformaciones políticas de Europa de esa fase, desde la crisis del Antiguo Régimen a la Restauración, pasando por la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. Bajo esas circunstancias era inevitable pensar en la historia y su sentido. 

La Ilustración para las Humanidades y las Ciencias Sociales y Políticas, así como los grandes descubrimientos en Ciencias Naturales y las creaciones tecnológicas para la industria y el comercio, fue el producto del nacimiento y maduración de una nueva sociedad que surgía de la decadencia medieval europea, el capitalismo.  

Contrario al feudalismo medieval que se contentaba con explicaciones escolásticas y místicas asentadas sobre el estancamiento económico y cultural; el capitalismo naciente del siglo XVIII, exigía despejar la neblina religiosa para que la Razón iluminara con nuevos descubrimientos e inventos el mundo pujante de los negocios que prometían un futuro cada vez mejor por el que la humanidad, unificada por la vía del mercado, llegaría a la superación de las necesidades materiales.  

La Ilustración, acicateada por el capitalismo naciente, trató de dar sentido y moldear la sociedad con dos nociones claves que debían dirigir la sociedad: Razón y Progreso. La última, consecuencia de la primera. Como propuesta cultural, a esta manera de entender el mundo se la ha llamado Modernidad, aunque en realidad se trata de la visión cultural del capitalismo. 

Hegel fue el último gran filósofo ilustrado e idealista del siglo XVIII y comienzos del XIX, por ello su filosofía de la historia universal está claramente impregnada de esas dos nociones: Razón y Progreso. La Razón da sentido a la historia universal llevándola por una serie de fases cada vez más complejas y superiores, Progreso. Pero enfocado este desarollo en una relación en que la Idea tiene primacía sobre lo Real, sobre el mundo material. 

Aunque no encontramos en esta lectura el concepto de Progreso por parte de Hegel, es evidente que desarrolla una teleología. Según su interpretación, la historia marcha en su devenir hacia el cumplimiento de un fin último, pero no por los caminos simplistas de un progreso lineal y acumulativo, sino por un sendero lleno de contradicciones, de luchas, de avance y destrucción, de una manera dialéctica

También le tocó a Hegel ser parte de esa fase intermedia que Augusto Comte llamó el estadio Metafísico, que sustituía las explicaciones Teológicas medievales, por principios generales sin sustento empírico, como correspondería al estadio Positivo, es decir, la Ciencia empírica del siglo XIX. 

Por ese motivo la filosofía hegeliana es una explicación metafísica de la historia universal, es idealista, la cual apela a principios salidos de la deducción filosófica, y no de la investigación empírica o inductiva, principio rector de la ciencia moderna. Hegel saca de su reflexión principios como Razón, Libertad, Estado de Derecho, Conciencia, Idea, etc. Principios que a su juicio dirigen la historia universal. 

Por eso, diría uno de sus mejores seguidores, Carlos Marx, su filosofía (de la historia) estaba puesta de cabeza, y lo que haría el materialismo histórico sería ponerla sobre sus pies, es decir, darle una perspectiva materialista de la historia universal. 

“La razón rige al mundo” 

Hegel distingue filosofía de la historia de historia pragmática. Mientras que la segunda “se atiene a lo dado”, el acontecimiento; la primera, “se dirige a la historia, tratándola como un material, y no dejándola tal como es, sino disponiéndola con arreglo al pensamiento y construyendo a priori una historia”. 

Ese a priori que pone la filosofía en el estudio de la historia es la convicción de que, así como la razón rige para la naturaleza, por la vía de leyes racionales que podemos conocer, lo mismo sucede en la historia. Hegel identifica la imagen de Dios como ser racional que dirige al mundo racionalmente. La Razón o Dios o Espíritu Absoluto es la sustancia infinita, que une la vida natural y espiritual, y ambas existen racionalmente. 

La tarea de la filosofía de la historia es conocer la racionalidad que se esconde en la historia y si su desarrollo busca un objetivo final. Pero no le interesan para este objetivo los hechos concretos, lo contingente, lo particular. No se trata de la suma de voluntades particulares y sus motivaciones. 

Para hacerlo no puede valerse, como hace la historia pragmática de recoger los acontecimientos particulares, puesto que “lo verdadero no se halla en la superficie”, sino que, para comprender la historia, la sustancia, hace falta la razón, “los ojos del concepto”, no los ojos de la cara. Para explicar esto, más adelante, pone de ejemplo a Kepler, quien pudo discernir la ley del movimiento de los planetas en el sistema solar, pero solo lo pudo hacer porque antes Kepler ya conocía de los conceptos apriorísticos de las matemáticas. 

El a priori son categorías o conceptos que no emanan de la información empírica que se obtiene de la observación directa del objeto de estudio, no nacen mediante la inducción; sino que ya existen en la mente, en la ciencia y en la filosofía previamente (de experiencias anteriores, diría un materialista) y que sirven al análisis deductivo. En el ejemplo de Kepler aportado por Hegel, las leyes matemáticas; en la historia las categorías de la filosofía y la lógica. 

La historia universal consistiría en conocer las formas en que la razón, o el espíritu universal, ha ido desarrollándose a lo largo del tiempo a través de diversas fases encarnadas en personajes históricos, pueblos, Estados, hasta llegar a un grado de maduración, de conciencia de sí misma, a través de una forma específica de organización social y estatal, el “Estado racional” moderno. 

La historia universal se ha valido de tres categorías: variación, rejuvenecimiento y la razón. La variación es la característica más evidente de la historia, todo cambia. Las personas y naciones nacen, crecen y mueren. “En la historia caminamos entre las ruinas de lo egregio”. Idea recogida a mitad del siglo XX por Walter Benjamin en sus comentarios sobre el “Ángel de la Historia”, un cuadro de Paul Klee. 

El rejuvenecimiento tiene que ver con la variación, es decir, cuando desaparece una cultura, un pueblo o una nación, es sustituida por otra nación o cultura, pero superior, mejor, como el Ave Fénix. “…el espíritu no solo resurge rejuvenecido, sino sublimado, esclarecido”. 

Que la razón rige al mundo es aceptado por muchos pensadores anteriores, dice Hegel, y menciona a Anaxágoras, Sócrates y Aristóteles. Pero les culpa de quedarse en la abstracción porque buscan las causas del movimiento del espíritu universal a través del tiempo en hechos externos y no dentro de sí mismo, dentro de la Razón.  

Igualmente, Hegel reivindica el cristianismo por cuanto al aceptar que Dios dirige al mundo, lo acepta como un ser racional universal. Pero la fe es igualmente indeterminada, se queda en la abstracción, porque no se interesa por las determinaciones concretas que rigen el mundo. 

Hegel defiende que la historia universal debe explicarse conociendo todas las determinaciones que fueron haciendo las diversas fases o momentos hasta culminar en una conciencia del proceso y de su objetivo final. Conocer es “penetrar en los fundamentos de la necesidad del contenido de sus determinaciones precisas…”. “La razón aprehendida en su determinación, es la cosa”. 

La Idea de la Historia: sus medios los individuos, su material el Estado y su fin la Libertad 

¿Qué es la Idea? Concepto central en Hegel y que causa tanta confusión. La respuesta es simple: “Dios y la naturaleza de su voluntad son una misma cosa; y esta es la que filosóficamente llamamos la Idea”. Puesto que Dios es un espíritu libre, ya que no depende de otra cosa, su libertad es su esencia. Por ello, la filosofía de la historia universal debe contemplar la Idea, “pero proyectada en este elemento del espíritu humano. Dicho más preciso: la idea de la libertad humana”. 

En otras palabras, Dios o la Idea, se sirve de la humanidad para su autorrealización. Para lo cual se crea, se “objetiva”, en la naturaleza y los seres humanos. Por eso la naturaleza humana, la conciencia humana, se maneja tanto en el mundo natural como el mundo espiritual. Pero lo que realmente es creado por la conciencia humana pertenece al mundo espiritual. Materia y espíritu se oponen. Mientras que para la materia la gravedad es la sustancia, la sustancia del espíritu es la libertad. 

El espíritu está en movimiento, no está quieto, sino que la actividad es su lucha constante contra todo lo que intente negar su libertad. Y es esta la parte que estudia la filosofía enfocada sobre la historia, “la historia universal se desenvuelve en el terreno del espíritu”. Porque la conciencia universal tiene por objeto que el espíritu sepa conscientemente, se conozca así mismo, y realice su objetivo final: la libertad. 

Esa lucha por la realización de la libertad y su conciencia de sí misma es la historia universal, la cual se sirve como instrumentos de los individuos, los pueblos y los Estados. La idea de la libertad en principio es abstracta, para su realización en el mundo requiere de la voluntad de los seres humanos (“los hombres”) y su producto último se materializa como la moral de un pueblo. “Lo universal debe realizarse mediante lo particular”. 

Las grandes personalidades de la historia, quienes alcanzan dimensión de sujetos históricos, o héroes, como los llama Hegel, han captado el “contenido universal superior” y hacen de él su fin. Su justificación no está en el presente, sino en un futuro que aún permanece oculto pero que es superior. Esos individuos no son felices, sufren lo que Hegel ha llamado “la astucia de la razón” (“el ardid de la razón”, dice la traducción de Ortega y Gasset): “La Razón hace que las pasiones obren por ella y que aquello mediante lo cual la razón llega a la existencia, se pierda y sufra daño… Los individuos son sacrificados y abandonados…”. 

Es en el Estado que la libertad se objetiva y se “realiza positivamente”. El Estado sintetiza la cultura de una nación. Hegel lo llama “el espíritu del pueblo”. A través del Estado, el pueblo desarrolla su vida en diversas esferas: religión, arte, ciencia, costumbres, familia, industria, derecho privado. Cada Estado posee una característica particular que le da su toque y que se puede llamar el “espíritu del pueblo”, en el que cada una de esas “esferas” se relacionan o se determinan y le hacen diferente a otros pueblos. 

Después de una disquisición sobre el “estado de naturaleza”, Hegel descarta a las sociedades que carecen de Estado del objeto de estudio de la filosofía de la historia universal. Más aún, establece una relación directa entre el nacimiento del Estado y el surgimiento de la Historia como actividad.  

Taxativamente relaciona la filosofía de la historia universal con las sociedades con Estado. Porque “la unidad de la voluntad subjetiva y de lo universal, en el orbe moral y, en su forma concreta” es el Estado. “La esencia del Estado es la vida moral”. Es donde el individuo realiza su libertad asumiendo conscientemente las leyes del Estado. La voluntad subjetiva se somete a las leyes. Mediante la Constitución el Estado organiza sus instituciones de manera racional, estableciendo la diferencia entre gobernantes y gobernados, y organiza la vida civil.  

A lo largo de la historia ha habido diversas formas de Estado, diversos pueblos con sus propios espíritus (o formas de ser), diversas formas espirituales. Hegel establece tres “formas espirituales” o “principios” que han regido la organización de los Estados:  

  1. El Principio Asiático (China), en el cual solo un individuo es libre (el emperador, obvio); 
  2. El Mundo Mahometano, que ha descubierto el “Universal” o Dios (único), pero que un “albedrío desenfrenado” impide su plena madurez; 
  3. El mundo Cristiano, “donde está logrado el principio supremo”, encarnado en el Estado “racional” moderno, su derecho civil y su sistema político representativo. 

Acá el “Universal” está expresado, tanto por el Estado como por la religión monoteísta cristiana. Pero no en el cristianismo católico, sino en el protestante germánico. 

Hegel señala que la llegada al presente Estado racional en Europa pasó por varias etapas. Los griegos antiguos, a diferencia de los orientales, sí conocieron la libertad, pero ésta estaba mediada por su sistema esclavista, por ende, era una libertad que no era de todos. Los romanos maduraron el proceso al comprender el ciudadano que su libertad estaba relacionada con el Estado al cual se debían. El cristianismo católico es un paso más adelante, porque identifica a las personas particulares con el universal, Dios, pero es una libertad imperfecta porque está asociada al deber.  

Solo en el Estado cristiano germánico (protestante), con su modelo político representativo, su derecho y su Constitución, los ciudadanos llegarían a la libertad completa, consistente en el conocimiento consciente de la ley y su aceptación voluntaria, en la que se renuncia a los intereses particulares en función del interés general, el Universal. 

La libertad como objetivo supremo de la historia universal queda definida por Hegel así: “La libertad consiste en conocer y querer los objetos sustanciales y universales, como la ley y el derecho; y en producir una libertad que sea conforme a ellos -el Estado”. 

Para mayor claridad: “Un pueblo pertenece a la historia universal cuando en su elemento y fin fundamental hay un principio universal, cuando la obra que en él produce es una organización moral y política… El pueblo tiene que saber lo universal, base de su moralidad, medio por lo cual lo particular desaparece. El pueblo tiene, pues, que conocer las determinaciones de su derecho y su religión”. 

Crítica de la razón hegeliana 

Esta visión de la historia de Hegel ha recibido críticas desde varios ángulos que, simplificando, podemos resumir en dos perspectivas: el materialismo histórico y la hermenéutica. 

Carlos Marx y Federico Engels, que pertenecieron a la generación inmediatamente posterior, llamada los “jóvenes hegelianos” se decantaron del maestro señalando en concreto que la perspectiva de Hegel, era metafísica, idealista y “abstracta” porque busca la explicación última del mundo en una “causa externa”: la Idea, la Conciencia o el Espíritu. Ellos van a decir: “es el ser social el que determina la conciencia, no la conciencia la que determina el ser social” (Marx). 

Ellos dirían que el hilo conductor de la historia humana universal, la racionalidad que explica la historia, es aquella actividad por la que nos hemos diferenciado de los animales: el trabajo y sus derivados, la técnica, la tecnología, las fuerzas productivas y la cultura. Esto es lo que Engels llamó “poner la dialéctica hegeliana sobre sus pies”.  

Aunque, a decir de Lukacs, Hegel ha leído a Adam Smith, y esa lectura le ha ayudado a desarrollar su concepción del “hombre” superándose a sí mismo, y superando la “objetividad pasiva”, no consigue superar una perspectiva idealista del problema. 

El marxismo no mecanicista también ha repudiado cualquier forma de teleología. En este sentido ha diferenciado el hecho de que la historia pueda ser explicada desde un punto de vista racional, del otro hecho distinto de que el futuro es abierto y no está predeterminado por nada. Se pueden visualizar tendencias, probabilidades, pero el resultado final será producto del conflicto de múltiples factores, por ende, el resultado es indeterminado. 

El materialismo histórico también critica a la visión de Hegel que “idealiza” al Estado moderno representativo (“racional”) pues no se percata que también es un aparato de dominación de clase y no una unión libre de voluntades para un fin común de parte de la ciudadanía. 

Desde la hermenéutica, y sus derivados, como todas las variantes postestructuralistas, como son subjetivistas e irracionalistas, dirigen su crítica a las categorías de Razón y Progreso. En términos generales, para esta perspectiva, la historia humana es un tejido de relaciones humanas en el que no se puede extraer una racionalidad porque prevalecen las voluntades subjetivas. En últimas, para los posmodernos la filosofía de la historia de Hegel no es más que un “metadiscurso”. 

Bibliografía 

Hegel, Georg Wilhem Friedrich. 1999. Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Prólogo de JoséOrtega y Gasset. Advertencia de José Gaos. Alianza Editorial. Madrid. 

Lukacs, Georg. 1970. El joven Hegel, y los problemas de la sociedad capitalista. Editorial Grijalbo. Barcelona, España. 

Marx, Karl. 1989. Introducción general a la crítica de la economía política /1857.  Siglo XXI Editores. México.