Cafrería intelectual

Cultura

Mi Cómplice de hoy es Carlos Vázquez Cruz, escritor y profesor universitario. Entre sus libros, figuran: Asado a las doce (cuentos), Dos centímetros de mar (novela), La mirilla y la muralla: el estado crítico (crítica), Malacostumbrismo (cuentos) y Ares (poesía).

He apreciado la grabación que dejara Mayra Santos Febres el pasado domingo en su página de Facebook, dedicada a la historia intelectual de Puerto Rico. Dada la limitación de tiempo, la transmisión se convirtió en un recuento de hitos que evidencian contribuciones clave realizadas por intelectuales boricuas a saberes esenciales a nivel mundial. Pensadores como Arturo Schomburg, Luce López Baralt, Mercedes López Baralt y “los cuatro jinetes del Apocalipsis” (Juan Gelpí, Rubén Ríos Ávila, Arnaldo Cruz Malavé y Efraín Barradas) han generado conocimiento medular para los estudios afroamericanos, para las literaturas y culturas españolas e indigenistas, para la diáspora borincana en los Estados Unidos, así como para nuestro entendimiento como pueblo. A la sazón, la presencia de un afroboricua, de dos mujeres blancas y de cuatro gays en su crítica revela la complejidad existente en este tipo de discusión, al igual que el rol nuclear con que cumplen las alianzas a través de negociaciones –tensiones y solturas– que devienen en un futuro prometedor. Sin embargo, un componente invisible catapultó su lección magistral: el estilo.

Dice Santos Febres que, desde el primer día de clases, les anuncia/advierte a sus alumnos que los convertirá en “intelectuales cafres”, concepto que, a todas luces, ella (y yo) ejemplifica(mos).

La escritora inaugura el diálogo evocando Our Islands and Their People, dos volúmenes fotográficos en que –mediante letra e imagen– Estados Unidos procuró registrar cómo vivían los puertorriqueños en el nuevo territorio adquirido después de la guerra hispanoamericana. En el ínterin, intercala puntos y contrapuntos que demuestran su sintonía con el progreso del pensamiento isleño. Además, hace salvedades inherentes a género, raza y sexualidad; al papel que juega cada pensador(a) al momento de nutrir un ideario auténticamente borinqueño: único, diverso y rizomático, en contacto con la tradición, pero sin quedar inconexo del mundo. Santos Febres versó sobre el antirracismo, sobre la gesta política de –por lo menos– dos mujeres  blancas y sobre la indecible aportación de teóricos gays con notable imparcialidad y dominio de contenido. Habló nuestra académica well-rounded, epítome de la intelectualidad cafre.

Como muchas voces, las etimologías o acepciones de “cafre” son variadas. El Diccionario de la Real Academia la registra como “habitante de la Cafrería, antigua colonia inglesa en Sudáfrica”, así como “bárbaro y cruel”, “zafio y rústico”, cualidades que vinculan el negro a lo despectivo. Santos Febres alude a una versión en que a “cafre” le precede “kaffir”, vocablo utilizado por los franceses para referirse a los negros esclavizados que laboraban en sus cafetales. Luego de dicha explicación, apunta que, aun siendo tal palabra “nuestra manera de llamar lo negro y desvalorizarlo”, ella enarbola lo cafre: neutraliza el insulto.

Fundamentalmente, al intelectual cafre y al cafre intelectual los diferencia el estilo: en cuál de los dos términos se torna en sustantivo –custodia la sustancia–. El intelectual cafre satura con supuesta ordinariez los cimientos de la dimensión teórica/ideológica en donde se ubica, para contaminarlos… enriquecerlos. Se inscribe en una tradición artística milenaria, valiosa y viciada, merecedora de revisiones o revoluciones, rescates e implosiones, pero sin cuyo acervo resulta imposible avanzar. El cafre intelectual se explaya en la cafrería. Es esa su sustancia, y el intelecto –aquello que, en menor cantidad, la adereza– su adjetivo. Los distancia el racionamiento entre intelectualidad y vulgaridad a un lado y otro del espectro. Esgrimidos desde la honestidad, tenemos dos joyas. Ejercidos desde la pose, conforman un espectáculo banal, sobre todo, ante quienes –por medio de “formación e información”– conocen la falsedad bien ensayada del puro teatro. Al intelectual que presume de cafre sin serlo se le ve la costura desde Júpiter. Al cafre que intenta lo propio, desde Júpiter también lo observan.

En su programa del pasado domingo, Mayra Santos Febres sentó cátedra de estilo: se embadurnó con la estética de sus escritos. Se exhibió como un texto complejo, completo, presto para los diálogos de actualidad porque “llev(amos) tiempito dándole a la matraca… con toda mala leche”.