La tarde que nos quedamos atrapadas en un ascensor

Zona Ambiente
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Salía de la oficina a tomar un café en el redondel del Centro Médico y escuché a una de las enfermeras, repetir insistentemente a una paciente, las instrucciones de cómo llegar a la clínica del cuarto piso en el Hospital Pediátrico. Lola, una joven dominicana embarazada que vive con VIH, le respondía a la enfermera, que llevaba 45 minutos buscando el lugar, pero cada vez que llegaba a ese piso encontraba tantas puertas y pasillos que se perdía. Me acerqué y le dije: “no te preocupes que yo te llevaré hasta la clínica”.

Caminamos hasta el Hospital y entramos al ascensor. De repente, apareció un hombre joven, vestido con mahones, camisa polo y gorra de pelotero; más alto de lo que había imaginado, más joven de cómo luce en la prensa y el cine. Lo que me llamó la atención fue su sonrisa llena de ternura. Busqué inmediatamente sus ojos, en muchas ocasiones había soñado encontrarme con la mirada de sus ojos verdes. Lo había imaginado como un hombre elegante, distinguido, seguro, con todo el resplandor de una estrella de cine. De pronto, tenía frente a mí a aquel niño grande. La adolescente que anida en mí dio un salto y al tratar de encontrar sus ojos exclamó: ¡ Benicio del Toro!

Las puertas del ascensor se cerraron, pero no se movió. Lola y yo nos quedamos atrapadas en un ascensor con ¡ Benicio del Toro! Yo miraba a Lola llena de emoción y ella me miraba asustada pero, sobre todo, desconcertada. Más tarde, me confesó que no podía entender cómo era posible que yo festejara la experiencia de estar encerrada en un ascensor mientras ella temblaba de miedo. Lola no sabía quién era Benicio del Toro.

Durante aquellos largos, pero breves minutos, en lo que venían a abrir el ascensor, yo continué diciendo tonterías, y pienso que hasta algunas imprudencias. Anonada, le decía a Lola: “hasta podremos escribir una historia de la tarde que estuvimos encerradas en un ascensor con Benicio”. Él reía y cerraba los ojos, a veces, se tapaba la cara con las manos como un niño tímido. ¡No pude ver sus ojos verdes!, pero vi su alma noble, su sencillez y su dulzura.

El recuerdo de aquella tarde, todavía despierta y hace soñar a la adolescente que vive en mí.                                              

(Al día siguiente, Lola y yo compramos

todos los periódicos y recortamos las fotos de Benicio para el álbum de la niña. Cuando pueda entender, le contaremos, que antes de llegar al mundo estuvo atrapada en un ascensor con ¡Benicio del Toro!).