Los magos de Oriente [la víspera]

Cultura

(San Juan, 10:00 a.m.) Crecí en una familia católica, apostólica y romana. Fieles a las tradiciones, desde niña mi abuela me hablaba de la epifanía. Me explicaba la importancia del 6 de enero para los cristianos, porque esa fecha era representativa de la adoración de los reyes al niñito Jesús. De acuerdo con el relato de Mamy Naty, los magos se dejaron guiar por una estrella y llegaron a Belén, lugar donde había nacido el rey de reyes. En mi mente, recreaba la tierna imagen de un humilde establo, donde había animales; en esa pobreza resaltaban las figuras de María, José y su hijo. Mi abuela añadía que Melchor lo agasajó con oro, porque Jesús era un rey. Gaspar le ofrendó incienso aromático y Baltasar, le entregó un extraño regalo llamado mirra.

Ese material se usaba para preparar perfumes y ungüentos; además, lo empleaban en la antigüedad para embalsamar a los muertos. Honestamente, a mi tierna edad no sabía la definición de esa palabra, pero, al transcurrir los años, descubrí que el rey Baltasar adelantó lo que sería el futuro de Jesús de Nazareth y lo mucho que sufriría. Como niña puertorriqueña, esa hermosa estampa que mi abuela recreaba todos los años era ajena a mi realidad. Me preguntaba ¿por qué los reyes magos no le obsequiaban guayabas, jobos, grosellas, tamarindos, guanábanas, chinas o mandarinas? Entonces mi abuela me contestaba: “porque Jesús es un rey y se merece lo mejor”. Para esa fecha yo no sabía lo que implicaba ser cristiano; para mí, lo relevante era portarme bien para que los tres reyes, me dejaran regalos. Confieso que era una niña muy traviesa y lo de portarme bien me costaba mucho trabajo. En el mes de diciembre, trataba de engañar a los tres reyes, haciéndoles creer que durante todo el año fui obediente.

            Recuerdo la emoción del 5 de enero. Desde temprano, mis hermanos, mis primas y yo, no parábamos de hablar sobre los reyes. Después, al caer la tarde, cortábamos hierba fresca que colocábamos en unas cajitas, para que los camellos pudieran alimentarse. También le poníamos agua fresca, porque mi abuela decía que ellos cruzaban el seco desierto del Sahara, para llegar a nuestra humilde casa. La víspera del día de los santos reyes, los niños fantaseábamos con los obsequios. Aunque éramos pobres, imaginábamos qué presentes nos podrían traer en su largo peregrinar. Esa noche apenas lográbamos conciliar el sueño de la emoción. Al otro día, buscábamos debajo de la cama y encontrábamos canicas de colores maravillosos, cuicas, jacks, trompos, briscas, ropa y alguna muñeca. Eran tiempos de escasez y los niños no escogíamos los juguetes; nos conformábamos con los regalos hallados, porque para nosotros, eran un gran tesoro. Siempre soñé con tener una hermosa muñeca Barbie y, en una ocasión en la casa de mi tía, los buenos samaritanos Gaspar, Melchor y Baltasar, me cumplieron el deseo.

            El 5 de enero, víspera de la llegada de los reyes, era un día de risas y alegría. Los más pequeños observábamos como los adultos iban de un lugar a otro tratando de esconder los regalos. En los hogares del barrio Jaguas, los vecinos se unían en una celebración para agasajar a los reyes que se irían por todo un año y regresarían el 6 de enero.