Mi primer día de trabajo

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Hoy era el primer día de todo: comienzo de clases presenciales, primer día en mi segundo trabajo y primer día experimentando el viaje de casa a la universidad, de la universidad al primer trabajo y del primer trabajo al segundo. Desde hace tres días me he ido preparando para el nuevo itinerario que tendré por los próximos cuatro meses y pensé que con haber preparado mi bulto y la ropa para las clases, mi botella de agua y otro bulto con el uniforme de mi otro trabajo estaba lista.

Desperté a las 5:20am con la noticia de que, por el frente frio con aires de tormenta que sorprendió al país este pasado fin de semana, las clases presenciales se pospusieron para el próximo día. ¡Mejor! ¿Quién se va a quejar por unos cuántos minutos más de sueño? Sí, me volví a acostar. La segunda vez que desperté eran las 8:20am, tarde para mi segunda clase en línea. Mientras el profesor hablaba de la función de un resorte, me hice desayuno y me senté en la sala a hacer un "quiz" que sustituía mi clase de las 7am. ¿Atender dos clases a la vez? Mi especialidad desde el comienzo de la pandemia. Ya había terminado el "quiz" cuando el profesor de la clase de las 8:30am despidió la clase, así que me fui a bañar.

Mientras me duchaba, pensé en preguntarle al director de la empresa para la que trabajaría por primera vez hoy cómo estaba el tiempo para el área metro (porque por lo menos en el este ya no llovía) pues no quería viajar en vano y no sabía si seguía en pie mi ingreso al trabajo. No me juzgue, pensé que se había pospuesto igual que el comienzo de clases en la universidad, no era que quería faltar en mi primer día. Salí del tocador, me vestí y me conecté a mi próxima clase en lo que esperaba su respuesta. No fue sorpresa alguna leer un "Nos vemos a las 12m", así que me monté en el carro y me dirigí a la oficina.

Venía ya por el aeropuerto Luis Muñoz Marín cuando me percaté de que había dejado mi computadora y mi libreta y lápiz en casa. Pensé: ¿cómo voy a escribir con el uniforme del otro trabajo? Era lo único que tenía conmigo. Llegué a Santurce decepcionada de mí misma. Ya había notificado a mi padre, madre y mejor amiga de lo irresponsable que me sentía. Ya que soy del este y no entendía las calles del área, los nervios que sentía por tener que presentarme como “la nueva irresponsable” aumentaron cuando aprendí que invadí el carril de las guaguas públicas para doblar en la esquina que daba a la calle donde está ubicada la oficina donde comenzaría a trabajar hoy. Con todo El Yunque de sentimientos que me definían, entré. Jamás había sentido una bienvenida más cálida como la que recibí. Pero calma, aprendí muchas cosas en estas 5 horas.