Hace poco me desperté con la increíble noticia de que Cuba
ha dicho sí a un referéndum a un nuevo Código de las
Familias, que permitirá el matrimonio igualitario, la
adopción por parejas del mismo sexo y la “gestación
solidaria” (vientre subrogado sin compensación económica),
entre otros avances que garantizan derechos durante décadas
vedados y que suponen un paso de gigante en un país que en
los años sesenta marginó a los homosexuales y los internó en
campos de trabajo forzado. El resultado de la votación,
convocada por el Gobierno en un ambiente muy polarizado
fue histórico.
La aprobación del nuevo Código de las Familias fué, sin
duda, una gran noticia, y en su momento lo aplaudí, pues se
trata de una legislación avanzada, por la que defensores de
los derechos del colectivo LGBTQIA+ llevan años luchando
y que está a la altura de las leyes más modernas vigentes en
el mundo.
Mientras esto sucede en la Isla/Hermana, la guerra del
Kremlin contra todo lo que tacha como “cultura occidental”
ha llevado a un nuevo nivel la represión de derechos
universales entre su propia población. La Duma estatal rusa,
la Cámara baja, ha aprobado una nueva versión de su “ley
contra la propaganda LGTBIQ”. Una vez entre en vigor, ya
no solo estará prohibida cualquier declaración a favor “de las
relaciones o de las preferencias sexuales” de ese colectivo
delante de menores, que ya es ilegal, sino que también estará
vetada entre adultos; y la censura llegará incluso a todas las
obras culturales, desde las películas a los libros. Para los
legisladores y el propio presidente ruso, Vladímir Putin, se
trata de defender “las fronteras” frente al “satanismo” de
Occidente.
Llegó el día del “jamás pensé”: Jamás pensé que Cuba y
Rusia se verían diametralmente opuestos en un issue tan
importante como son los derechos de nuestra Comunidad
LGBTQIA+. Sin embargo debo reconocer que atrás
quedaron los años en que la Rusia comunista propulsaba la
Revolución Cubana. Hoy se respiran soplos libertarios en
Cuba…