La noche antes

Creativo

Plácido recordaba las manos de Clara acariciando la pieza de madera, machete simbólico, que había lijado para asegurarse de que no tuviera nada áspero.

A ella le quedaban de maravilla todas las manualidades, incluso el mundillo que tejía en los manteles y en los adornos de las camisas que vendía para ganarse la vida. Eran tiempos difíciles y la respuesta no era para callarse. El jíbaro entendía que le habían quitado su alma para transformarla en otra cosa. Estaba en el octavo mes de embarazo de su segundo bebé, su primera hija. Taty, el primogénito, tendría poco más de un año de nacido. Él era un buen puertorriqueño que trabajaba haciendo pan en una panadería ponceña cuyo nombre no vale la pena mencionar. El consenso no era como decían que eran solo una minoría, pues a más de la mitad de los puertorriqueños no les gustaba el nuevo régimen colonial que imponía sus normas sin el consenso de los invadidos, a la fuerza sutil y a la fuerza desmesurada. Plácido, educado para hablar en perfecto bilingüismo, fue de los que no se dejaron seducir por los cantos de sirena… Y estaba dispuesto a demostrar su disgusto por la encarcelación de don Pedro en el desfile que el partido había organizado, el 21 de marzo, en conmemoración del día de la Abolición de la Esclavitud. Todo estaba listo: camisa negra, pantalón blanco, machete de madera.

— Clara, déjame ver esa obra de artesanía que llevaré puesta mañana en el desfile. Ella le extiende el machete y él lo toma en sus manos y le dice: — Negrita, te quedó lindo, será el más lindo de todos. Él, le acaricia el vientre y el bebé se mueve reaccionando al toque de sus manos. Y Clara le pregunta: ¿Cómo será nuestro futuro? ¿Se olvidarán nuestros hijos de quienes fuimos?

— Eso no lo vamos a permitir. Vamos a acostarnos que mañana hay mucho trabajo. La luz del quinqué se apaga y la noche se apodera silenciosamente, y de repente, una voz familiar toca a la puerta antes de la medianoche.

— Plácido, primo, abre. Clara, despierta.

— Jesús, qué haces aquí a esta hora y uniformado. Habla bajito que despiertas a Taty.

— Plácido, despierta a Clara y toma lo más importante contigo…

— ¿Por qué, Jesús, por qué?

— Porque si no sales de Ponce ahora, y si desfilas mañana, Clara enviudará. Jesús se le acerca y le advierte: — Agradece que te estoy salvando la vida.

Entonces, ellos con un niño a cuestas y otro de camino, partieron de Ponce en ruta montañosa hacia Aguadilla con varios relevos, y con la mordaza de cero posibilidad de que Plácido les dejara saber a sus amigos sobre las balas que caerían durante el desfile.

Desde esa noche, Plácido se convirtió en un hombre triste que Clara nunca pudo alegrar.