Los insignes glúteos del exsenador

Crítica literaria
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times
  1. Los glúteos, es decir, las nalgas, del insigne senador Arango levantaron la envidia en el inquilino de La Fortaleza. No se diga lo que levantó en el inquilino de su sucesor en el Departamento de Estado, que esa mañana atrasó todas sus gestiones internacionales entretenido en aquellas dos expresiones corporales de poder. Las acciones de ambos quedaron delatadas en los informes que ambos solicitaron a sus subalternos.
  • Uno de esos informes yo lo conozco bien porque me lo pidieron hacerlo a mí. El otro lo hizo, o tuvo que hacer o haber hecho, Carlos. Mi impresión es que ambos recibimos las instrucciones más o menos a la misma hora. Lo que deja ver que las pajas mentales que ambos se hicieron con las nalgas del Senador debieron haber ocurrido más o menos a la misma hora, esa mañana de abril del 2010. Una llamada de Luis II me puso bajo aviso de la encomienda, y de las fotos de unas nalgas que yo ya había visto antes. No le dije que definitivamente se trataban de las del Senador, porque yo quise revisar mis impresiones personales con Carlos.
  • El asunto es que Carlos trabajaba entonces en la Secretaría del Senado del Pueblo. Y a su vez, tenía un contrato de servicios profesionales con la Secretaría de Estado. Si bien parecería un conflicto de intereses, resultó en una ventaja. Tener a Carlos bajo contrato lo hacía uno de los nuestros, y a su vez, uno del otro equipo, el del Senado que Trabaja. El senador Arango era la voz de ese cuerpo, que Carlos conocía muy bien porque lo conocía desde adentro.
  • Uno conoce los cuerpos que ha visto. Esa es la realidad. Tan linda y lironda como que “tú no te has visto las nalgas”, me dijo Luis II. Así que había que tener cuidado con lo que fuera a poner en aquel informe que tenía poco tiempo para sacarlo a flote. Yo me quedé con la certeza con la que Luis II me habló esa mañana, y me di cuenta de que esas no eran la guaretas de Senador de San Juan. Las nalgas de Arango me eran conocidas. Estudiamos juntos y nos bañábamos los martes y jueves en las duchas del Colegio Sagrado Corazón de Jesús.
  • Cuando comencé a trabajar en La Fortaleza, Luis II ya me conocía. Teníamos tanta confianza, que cuando Lucé, la esposa, velaba güira, yo le cuidaba su espalda. Tanta era la confianza, que estaba más que seguro de que esas no eran las nalgas de senador Arango. Tras la segunda llamada de Carlos, recibí su correo electrónico. En su informe como en el mío constataban los hechos que quedaron para la historia del país en su archivo histórico. La duda entonces no era si esas eran las nalgas del insigne Senador, era cómo era que Arango había logrado acceso a una foto con aquellas dos canto de nalgas.