Masacre del Domingo de Ramos

Creativo

El reloj acababa de marcar las diez de la mañana y solo se escuchaban gritos o el sonido de los rifles que disparaban al azar.

“Cúbrete Cheíto” -gritaba mi amigo Rubén-, pero no le prestaba atención porque sabía que tenía que correr. Lo cargaba en mis brazos porque los gringos lo hirieron con sus armas. Ya mi memoria me falla, pero aquel día me perseguirá hasta el fin de los tiempos. Como olvidar mi angustia, mi furia, mis lágrimas. Y claro, recuerdo correr con Rubén cargado en mi hombro. Debí prestarle atención; tal vez así estaría vivo … pero yo simplemente corría.

Había mucha sangre. Veía personas que una vez conocí tendidos en el suelo muertos o gritando de agonía. A mi izquierda, encontré el cuerpo de Ricardo, el hijo de doña Carmen, con cinco agujeros en el pecho. Sus ojos, que alguna vez brillaron, se apagaron fulminantemente. A su lado gemía de dolor Armando, su primo, que fue herido en el hombro. Nunca supe si logró recuperarse o no. Sin embargo, mi objetivo era sacar a mi amigo Rubén de ahí. Reposaba en mi hombro mientras con una mano cubría una herida en su abdomen. También recibió una bala en su rodilla. Recuerdo sus llantos, su desesperación.

Él intentaba decirme la ruta que debía seguir para llegar al hospital del pueblo, pero yo lo ignoraba. Debía intentar salir de ese terrible lugar. No estaba en mi sano juicio; si él decía que tomara la derecha yo iba a la izquierda, tratando de alejarnos del peligro. Intenté lo mejor que pude. En las escaleras blancas de la iglesia vi el cuerpo de la pequeña Fernanda Quiñones. ¿Qué hizo ella para merecer tan cruel destino? Esas escaleras de color marfil, ahora rojas, llevarán consigo las dolorosas imágenes de la masacre del Domingo de Ramos. Recuerdo parar en un callejón estrecho. Al mirar a Rubén mis lágrimas brotaron por sí solas: “No creo que lo logre Cheo, ya no puedo seguir”. Debí gritar por ayuda, aunque me costara la vida, debí hacer algo. Pero ni una sola palabra salía de mi boca; ni una sílaba. Solo lloré y lloré. Rubén murió en mis brazos y no pude hacer nada.

¿Quién hubiera imaginado que me costaría la vida ir a defender mi tierra, la de mis abuelos y mis hijos? ¿Por qué me quitan la estrella por la que tanto luché y que cargo con orgullo en mi corazón? Ahora se convierte en una más, una que rompe con las cinco columnas de las diez estrellas perfectamente alineadas. Tal vez por eso no nos quieren, pero tampoco nos dejan solos. ¿Acaso no entienden que la nieve pudre el racimo de plátano, que un rifle le gana a un machete?