Una Amalgama tropical de Carmen Zeta

Crítica literaria
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Este libro híbrido de unas 165 páginas comprende microcuentos, poemas breves y teatro de corta duración de la escritora, teatrera y artista plástica Carmen Zeta. Es una antología de textos esenciales para conocer y degustar su escritura a la vez que añade a su obra ya publicada: Pública intimidad (cuentos, 2003), 3 + III x Z (seis piezas de teatro, 2011), la versión de sus tesis doctoral Luz, sombra y color en El Siglo de las Luces [de Alejo Carpentier] (2013) y La presentá(ción) (pieza breve) (2017).

La primera sección titulada “Micros… cuentos” lleva una breve introducción de la escritora Ana María Fuster Lavín titulada “Lo que somos y lo que sentimos… la ‘amalgama’ narrativa de Carmen Zeta”. Fuster Lavín nos presenta el texto desde las nociones principales del cuento como género que propone Julio Cortázar y analiza los aciertos de la narrativa de Zeta. Para la ensayista:

Todo podrá estar ya escrito, pero al fin de cuentas “el cuento no es el cuento, sino quien lo cuenta”, y en esta genial publicación Carmen Zeta tiene la palabra en esta hermosa amalgama que no queremos dejar de leer, pues al igual que “las manos no quieren saber de despedidas” (Contagio de las manos), un buen libro insiste en permanecer en nuestros corazones. (21)

Lleva razón Fuster Lavín porque cuando se cierra la elegante edición de Amalgama tropical con su colorida portada de flores de los trópicos de Elizabeth Robles y Eric Simó y el formato de la Editorial Areté Boricua, de 6 x 6 pulgadas, quien lee se queda a la expectativa de todas las interrogantes que le asaltan sobre el “SuperSancho”, el “Superhéroe”, el “Quijote Update”, “Pumadú”, y el resto de las historias. Relatos minimalistas donde la narradora cuestiona la verdad de los clásicos y los mitos o de “las historias antiquísimas que hubo un tiempo en que las quimeras no eran monstruos temibles, como la venenosa y flamígera Hidra de Lerna” (40).

“Poesía” es la segunda sección con unas palabras introductorias de Carlos Vázquez Cruz tituladas “Amalgamado tropicalmente”. Para Vázquez Cruz la literatura de Zeta “revuelca los sentimientos” (82) y debemos prepararnos para “detectar sus trazos acariciando la belleza, pero también para verlos engalanados o contaminados con tropical sabrosura e irreverencia” (83). Y es que los once poemas de esta sección amplían el registro de los cuentos y prepara para la lectura de las breves piezas teatrales que cierran el libro en la última parte titulada “Teatro”, con un estudio de Anamín Santiago que habla “De la brevedad de la Zeta. No puedes dejarla para después”.

“Palabras”, “Riesgo”, “La niña que fui”, “Jaula de arena”, “Cuando en las profundas horas nocturnas”, “Haikus”, “Cuando te encuentres”, “Soy”, “Motivos que impulsan la partida”, “No quiero escuchar gritos” y “NoMa” son poemas de una reflexión acerca del lenguaje, de arriesgarse a ser una misma, volver sobre el pasado, la memoria familiar y los recuerdos, escribir el pasado, cifrar el presente y aceptar su no maternidad como una consigna feminista. La misma que aflora en las breves piezas teatrales que denuncian el abuso sexual contra las mujeres y los niños, la locura, la publicación de las cartas de Gertrudis Gómez de Avellaneda a su amante Ignacio de Cepeda por su viuda y la reescritura trans del cuento de hadas La Cenicienta, en versión de los hermanos Grimm, como subtexto.

Amalgama tropical es, pues, unión, mezcla de cosas de naturaleza contraria o aleación de metales, es un buen mejunje caribeño o un sancocho prieto y revoltijo de elementos diversos que da por resultado una auténtica obra de arte. Uno de esos libros que hay que leer varias veces porque en su carácter aparentemente episódico late la unidad y voluntad de estilo de una escritora que entiende a cabalidad su oficio. Se reconoce que la literatura es una herramienta clave para denunciar la injusticia contra los más débiles, que no lo son tales, y “empoderar”, con todo lo que no nos guste este anglicismo difícil de traducir de empowerment, para otorgar fuerza y poder a quien históricamente no lo ha tenido, pero quien lo reclama como derecho propio.