(San Juan, 1:00 p.m.) ¿Qué sería del mundo sin los poderosos, seductores movedores de masas, solidarios de sí mismos y de sus creencias, qué sería del mundo sin los fanáticos, seguidores de los seductores y movedores de masas? Twitter, Facebook, Hola, ni People tendrían razón de ser. Ah, pero ¿qué sería del mundo sin los que engañan y los que se dejan engañar, sin los que prometen las palabras que no tienen; qué sería del mundo sin los que los validan, y los perdonan y les sostienen sus abusos? Sicólogos, oligarcas, avaros, ni ciegos tendrían empleo. ¿Qué sería del mundo sin ese amor enfermizo por las fórmulas, las cajas, los fusiles, los armarios tras los que se escudan todos ellos? Abogados, ideólogos, militantes, ni criminales de guerra tendrían un lugar preeminente.
¿Cómo sería el mundo, sin ellos? Una respuesta hurga, atrevida, Desesperada; y algo ingenua, murmura un significante de rebeldía: el verso inconexo es un todavía.
Sin todos ellos quedaría por lamentar el crimen de las psiquis traumatizadas, los herederos de males congénitos, las catástrofes naturales, las rutinarias limpiezas pandémicas de la tierra, las desavenencias astrales, y el llanto de los que viven ante los muertos.
La bondadosa hoguera existe; luego recibirá sus leños.
Y de los sueños buenos de los hombres nuevos renacerá Lebab, hija de Rolav, nieta de Odeím, biznieta de Orujnoc, de la casa de Nomiad.