(San Juan, 12:00 p.m.)
Me acusan del delito de pasión y de compasión,
de pasquinar a la luz de la luna
de cultivar semillas en los ojos de los niños,
de lanzar hojas sueltas que bailan por los aires
al son de la justicia,
le asustan las metáforas que congregan,
denuncian y fortifican.
Me persiguen por gozar del misterio de mi lengua sonora
tan inmediata, tan humana, tan posible, tan auténtica
como el señor del mango y el olor del jazmín
y la caricia del evento.
Me buscan por conspirar un camino que trazó Cristo
y olvidó el hombre.
Me persiguen los que rabian,
cuando coquíes cantan nuestra alegría,
les perturba la belleza del paisaje que ama
la luz que se alarga y sostiene verdades
las palabras que crecen en valles infinitos
devoran engaños y defienden la patria.
Pero no podrán encontrarme
aunque camine al lado de ellos,
y los mire a los ojos, no me verán,
no podrán descubrirme ni de noche ni de día,
aunque deje rastros y huellas en el aire,
en el agua, en la tierra, en las hojas,
en las esquinas y en los horizontes.
Me oculta la honda superficie de mis versos,
en medio de la conciencia y la pregunta.