Brasil encabezó la ola más reciente de reconocimientos latinoamericanos a Palestina como estado libre y soberano a finales de 2010. Luego de la pauta del gigante suramericano, Argentina, Ecuador, Bolivia, Chile, Perú, Uruguay y Paraguay hicieron lo propio. Para los primeros meses de 2011, la gran mayoría de los países latinoamericanos reconocían a Palestina como un estado independiente.
Cónsonos con el reconocimiento a Palestina, varios países latinoamericanos han emitido notas oficiales repudiando este último ataque. Lamentablemente, bajo el orden mundial actual, no se puede hacer mucho más. La piedra angular del sistema de la ONU está colocada sobre una estructura antidemocrática y de creciente desconexión con la realidad mundial: el Consejo de Seguridad.
La fuerza, por ende, de las declaraciones de países de la llamada periferia es una de carácter símbólico. Pero es un símbolo que representa no poca cosa: la continua cristalización de una agenda internacional común suramericanista, en este caso contraria a la postura del hegemón hemisférico, Estados Unidos. De igual modo es una adhesión a un consenso pro palestino de gran peso democrático y mundial. Y aunque este destello mayoritario aún no se respeta en el plano internacional, es la fuente que alimenta y debe seguir alimentando los esfuerzos de la periferia y los países emergentes (agrupados en el BRIC) de reformar el sistema actual.
Solo una minoría de países no reconoce al Estado Palestino; solo unos pocos aún sustentan el argumento de Israel basado en la “legítima defensa”, cuando las cifras del conflicto siempre señalan que la balanza se inclina apabullantemente a favor del ejército israelí.
La esperanza y el significado del abrazo de Latinoamérica a Palestina se basa en la lucha milenaria de la humanidad por más derechos, democracia y paz. En ese sentido, la marcha inexorable de la historia demuestra que cuando las reformas se ignoran, se corre el riesgo de desencadenar más violencia. La ONU, ante la cirsis que enfrenta, no tendrá otra alternativa que reformarse antes de colapsar. Israel tendrá que hacer lo mismo.