Ni rótulo necesitan las empanadillas de Belgica

Fogón Caribeño
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Llámelas “turnovers” o “meat pies” en el mundo inglés, pastilles en el francés, “domplins” o “spring rolls” en el oriente, “esfijas” o “Sfiha” en los países árabes y empanadas, pastelillos o empanadillas en el hispanoparlante, la creación de una delicia gastronómica confeccionada con masa de harina de trigo rellenas de carnes, vegetales o frutas se encuentran en todas partes del planeta.

Estas pueden ser fritas, hervidas, horneadas o a las brasas, y se encuentran a veces saladas, a veces dulces y otras de sabores combinados.

En Puerto Rico la delicia se presenta regularmente como una masa frita, rellenarla de guisos, quesos o pastas de frutas y se le conoce como pastelillo, pero si usted es ponceño, lo conoce como empanadilla.

Al igual que en todas partes del mundo, estas pastillas rellenas son la mejor expresión de la verdadera comida rápida. Es decir, comida que tras preparase de forma artesanal, espera en una vitrina de cristal bajo el calor de una bombilla por aquellos a quienes la agitada vida urbana de la posmodernidad, no les permite tiempo para sentarse a comer.

En otras épocas, estas pastillas de sabor eran el acompañante perfecto para los que emprendían largos viajes a pie o a caballo.

Por supuesto, diariamente en la Ciudad Señorial decenas de pequeños negocios ofrecen este internacional manjar a miles de ponceños en movimiento.

Entre los más conocidos se destacan las empanadillas de Santa Teresita, con su maravillosa creación, la empanadilla de pionono que venden desde el patio de una residencia.

Igualmente conocidas son las empanadillas de La Plaza del Mercado de esta ciudad.

Ahora, cuando en Ponce se habla de empanadillas, el secreto más conocido tiene que ser las empanadillas de la calle Cruz en Belgica.

Esta ermita del sabor, es un local pintado de un verde monte con rejas blancas, sin rotulo por supuesto. Los “que saben”, conocen donde es y no necesitan rótulos pues lleva allí como 40 años.

Al entrar usted sabe que llegó a un sitio donde el freír es negocio serio.

Regularmente, una decena de personas de todas las clases sociales congestionan el pequeño mostrador donde además, como grial sagrado, se despliega una vitrina con alcapurrias, domplines, jamón frito y las empanadillas, el tesoro de la casa.

Para el que tiene tiempo y puede dedicar unos minutos a observar, se percatará que la operación es una perfecta coreografía entre los descendientes varones de la familia, quienes están encargados de despechar y cobrar, y las féminas que hacen el trabajo duro en la cocina.

Con una entrega al trabajo comparable al de las abejas y las hormigas, estas mujeres probablemente producen cientos de empanadillas que los comensales se llevan por docenas.

No es raro, ver a los obreros de la gubernamental Autoridad de Energía Eléctrica junto a componentes de la Policía de Puerto Rico esperar hombro con hombro al lado de empleados de oficinas y alguno que otro licenciado que sale cargado de bolsas de estraza con empanadilla para sus compañeros de labores.

El menú en el pequeño chinchorrito de la calle Cruz, entre Jobos y Gran Vía de Bélgica, no puede ser más criollo. Como se detalla anteriormente, alcapurrias, domplines que se sirven con habichuelas o jamón salteado y por supuesto las empanadillas.

Estas últimas, de carne, pollo, jueyes o “conbí”, esa carne enlatada que para la mayoría de los puertorriqueños es “confort food” y que en ingles se llama “Corn Beef”.

El relleno de estas pastillas fritas es una verdadera deconstrucción de los guisos tradicionales de la Isla. Hasta huevito hervido le ponen a las de “conbí”

En fin, que las empanadillas de Bélgica son una magistral expresión de uno de los paltos más comunes del mundo.

Pero como si eso fuera poco, esa pequeña empresa familiar escondida en el sencillo local pintado de verde monte y rejas blancas, es un ejemplo de lo mejor que podemos ser como pueblo.

Gente comprometida con dar un buen producto, a un costo bien económico, donde el trabajador invisible que se mueve en bicicleta es atendido y servido con igual dignidad que el más adinerado de sus conciudadanos.

Al apoyar este tipo de negocio y disfrutar de sus delicias, se le dice que no a la invasión de comida chatarra congelada de los restaurantes industrializados que explotan sus trabajadores, mientras que se apuesta a un país solidario donde el orgullo de hacer las cosas bien hechas son la base de la identidad colectiva.

Buen provecho