En nombre de la ciencia: El cinismo

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altEl irrespeto hacia cualquier forma de vida es la disposición a cualquier forma de irrespeto. Considérese el valor de toda especie y se estará reverenciando a la existencia. Lo contrario será sempiternamente repudiable.

Sorprende que Japón, que tiene una veterana tradición en lo que a reverenciar se refiere, haya reconocido de una vez, mediante el ministro de Agricultura, Silvicultura y Pesca, Yoshimasa Hayashi, sin ambages y con desvergüenza, que el legítimo fin de la caza de ballenas que emprende no tiene nada de científico y que nunca abandonará su práctica.

Hubo décadas en las que el argumento de la ciencia le sirvió para justificar las capturas en el Antártico y el Pacífico Norte. Mas, de pronto a Japón no le hicieron falta explicaciones; es una potencia del llamado primer mundo y como tal no debe rendirle cuentas a nadie. Además, las ballenas no se han quejado.

La ballena es un animal colosal y, quizás desgraciadamente, inofensivo y callado. Se conforma con hacer sonidos de gigante oceánico y gentil que desconoce el haberse convertido, de pronto, en un problema cultural, más allá de edulcorar los mares con su canto.

“Un ataque contra la cultura, una especie de prejuicio en contra de la cultura japonesa”, dijo Hayashi, cuando tuvo la ocasión de calificar las críticas a su país, donde la carne del mamífero es una opción en los menús de sus restaurantes.

Japón, Noruega e Islandia mantienen la caza del cetáceo después de compartir la prohibición que establece la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en ese sentido, mientras que la organización Greenpeace lucha contra tal acecho desde 1975, siendo una de las acciones más conocidas y emblemáticas del grupo.

A partir de 1986, la CBIacordó una moratoria que no sirvió para contener una cacería comercial disfrazada de ciencia y financiada con fondos públicos, que reanudaron, prontamente, las tres naciones antes mencionadas.

Las poblaciones de ballenas decrecen también por el cambio climático, la contaminación de las aguas y la acústica, o por la pesca industrial que reduce con codicia sus fuentes de alimento.

El mamífero gigante y manso que toma aire en la superficie marina, ignora el peligro que contiene su futuro. Si la ballena supiera cómo, desearía nunca haber compartido la misma casa con su exterminador en potencia, o se hubiera inventado un modo de no volver arriba en busca de oxígeno. Pero a la naturaleza, por momentos, le falla la sabiduría.