Para escribir un poema

Voces Emergentes

altSuelo recibir mensajes de jóvenes (vía email, Facebook, Twitter…) con sus inquietudes en torno a la creación literaria, sobre todo de la poesía, y con peticiones de sugerencias de libros para leer. Igualmente, me envían poemas y cuentos para saber qué opino.

También, muchas veces consultan situaciones del día a día, así como dudas que algún texto mío les suscitó. El pasado mes cumplí treinta años de edad; me gusta pensar que me escriben casi como lo harían a una hermana o una prima que vive lejos.

¿Cómo se escribe un poema?, es una de las interrogantes que hacen con mayor frecuencia. En realidad, me hago esta pregunta todos los días desde que era adolescente. Vivimos en una era plagada de entretenimiento e información; esto no es necesariamente adverso, pero cada persona debería procurarse un espacio para escucharse y crear su soledad. En fin, buscar las maneras de conocerse, de saber cuánto se tolera a sí mismo, pero también ser capaz de observar el mundo, así como al prójimo con empatía y honestidad.

Hay varias maneras de acercarse a la poesía, que no siempre está en un papel y que en ocasiones tampoco se puede expresar plenamente con palabras. A veces notamos una belleza sublime e inefable en una sinfonía, una danza, una fotografía, en la sonrisa o en la forma de ser de una persona, entre tantos otros ejemplos. Ahí también hay poesía que, como apuntó Octavio Paz en su iluminador ensayo “Poesía y poema”1, revela el mundo y crea otro.

Más allá de una apalabrada aspiración estética, un poema debe intentar algo mágico: un milagro en la página que puede lograrse con palabras sencillas, transparencia, fuerza, entre otras felices combinaciones. Siempre he pensado que la originalidad radica en la honestidad y que quien escribe poesía, más allá de verbalizar su cosmovisión, es también un filtro de emociones y estímulos.

Crecí entre pinceles, caballetes, tubos de pintura, cuadros y dibujos. Mi madre, una artista plástica aficionada de mucho talento, adornaba las paredes de la casa con sus obras. A sabiendas de mi limitada habilidad para la pintura, me dediqué a responder e interpretar sus cuadros con palabras; de ahí, mis primeros intentos de escribir poesía con los cuales siempre quedé insatisfecha. Sin embargo, de mi progenitora aprendí a escribir textos en serie, al notar el efecto de la secuencia en que ella colgaba sus cuadros y cómo cada uno significaba algo distinto al complementarse, versus cuando se ponía solamente uno en alguna habitación. Aún hoy, visito galerías y museos con un cuaderno bajo el brazo, en espera de ese impulso que me llevará a escribir la primera palabra de un verso o prosa poética.

Al escribir poesía, además de pensar en lo que ésta podría contener y abarcar, es menester sentirla y tener consciencia de la intensidad con la que nace. Suelo escribir de los temas que más me incomodan, de los que más deseo esquivar. Es una forma de hurgar en heridas con tal de sanarlas poco a poco; o, como dice el poema “La helada” de la argentina Claudia Masin, para “curar y ser curados”; con el tiempo me he dado cuenta de que esos textos han sido los más pertinentes y los que más han valido la pena.

En ocasiones un sentimiento, una interrogante, una idea o una iluminación nos lleva buscar una forma de expresión alterna; si la intención de ese mensaje u expresión se manifiesta a mayor cabalidad en un poema, entonces ahí está el reto de encontrar la forma poética y palabras idóneas. No debemos olvidar que esa intención poética también puede tener cabida en una novela, guión, canción, cuento o ensayo, entre otros.

Hay una infinidad de posibilidades, interpretaciones y respuestas para la interrogante de “¿cómo se escribe un poema?”. En parte, porque cada poema va a exigir algo distinto de su autor y porque éste es eternamente cambiante; su arte se nutrirá de su persona. Al aceptar la encomienda de verter y traducir emociones o vivencias en un poema, la mejor manera de darle forma a ese texto es escuchando nuestra voz interior a sabiendas de que comulgaremos con las palabras y ellas, posiblemente, con el lector. La mejor manera es empezar a escribir, aún como si pareciera que no nos dirigimos a ninguna parte, luego podemos repensar lo escrito y editarlo. Hay que conectarnos con las palabras y su energía, dejarlas ser. Un poema nace en el poeta y florece en la página.

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1Paz, Octavio. El arco y la lira, México: Fondo de Cultura Económica, 1986.

1era edición: 1956