Come on baby, light my fire
Try to set the night on fire
Jim Morrison, The Doors
La noche aúlla ante mi espejo de sal,
como estos cuarenta años de daños colaterales
de cuerpos sin alas
de sangre rebelde,
a veces huyendo de muertes irracionales;
confieso que nací y murió el Che,
Violeta Parra, Ciro Alegría y René Magritte.
Fui como la niña que quiso morir en primavera
para renacer un verano quince años después:
efectos colaterales del juego a mamá y papá;
ese juego libidinoso de los peces plateados
y el laberinto perdido;
juego que, en lo sucesivo, practicaron enmascarados.
Cuenta la historia los segundos de la manzana,
así como el árbol, los sarcófagos de su raíz;
resultando ser necrofílica de ego inusitado,
de costumbres unas aburridas, otras aberrantes,
y otras que solo son otras, orgasmos al azar;
soy de maternal ternura y (per)versa manipulación.
En efecto,
era el año dorado del rock cuando nací;
así como nacieron The Doors, Sargent Pepper,
también Pink Floyd y su piper at the gates of dawn.
Innecesariamente desfloré el verano:
sentí el preciso momento de la luz,
saboreé la sangre liberada a mi paso.
Mis dedos hurgaron la guarida por despedir
mi cabeza coronó la entrepierna maternal,
pobre mamá,
daños colaterales: una niña.
Aquí estoy,
diosa porno,
light my fire,
cazadora de palabras por descubrir
de historias por olvidar:
en ese calendario voy borrando los malos amantes,
desde el año en que Ho Chi Min le escribió a Johnson,
poco después el Surveyor 3 desvirgó a la luna,
Eusebio López se tiró a las trillizas del barrio
y luego el lechero se lo tiró a él.
Era el año internacional del turista,
eso, según la ONU,
y mi madre sudaba dolores de incertidumbre,
al menos ofrecía la leche de su ternura
y los escritores nuevas profecías:
cien años de soledad en un lugar sin límites
y Albert de Salvo no volvería a estrangular en Boston;
en el grito silencioso de la noche eterna
también nacieron Kurt Cobain, Olga Tañón
y Pamela Anderson; como Sarita Montiel,
la draga amante de mi viejo profesor de latín.
Nací escribiente mujer,
desordenada leona,
peregrina de cuerpos y sombras,
apasionada de sueños, gaviotas y faros;
en fin, poeta, cuentista, amante, mujer,
sobre todo: madre
fiel a mis corazonadas
al amor, la palabra y los duendes,
desde este paraíso a mitad de precio
hasta la eternidad de todas las noches.
Ana María Fuster Lavín
@2007—El Eróscopo @2010
*cuadro de H. Matisse