De la chatarra y la CELAC

Política



La palabra autosuficiencia es abusada magistralmente por políticos y académicos cuando las naciones enfrentan retos de gran magnitud como el que actualmente atraviesa Puerto Rico. Ahora, cuando las tres acreditadoras internacionales degradan el crédito del Estado Libre Asociado, es tarea de todos los puertorriqueños de “echar pa’ lante”. Obvian el discurso monótono que se ha repetido en la Isla desde la invasión estadounidense: “nosotros no podemos sin ellos, sin la bandera de barras y estrellas, sin la ciudadanía, sin la sección 936, sin las ayudas, sin ningún bailout federal en el panorama”. Nos toca a nosotros solos salir del único modelo por el que se apostó, precisamente el que negaba nuestra autosuficiencia.

A lo largo del tiempo que se construyó la enorme montaña de la deuda, y que colapsó en días recientes, los dirigentes del país --y los electores-- rechazaron las ideas alternativas sobre como redirigir nuestra economía a la producción y reestructuración financiera simplemente porque eran propuestas de la izquierda y el independentismo. Estos grupos “estridentes que lo único que hacen es criticar y destruir” auguraron hace tanto tiempo, ya el resultado que hoy vivimos. La mayoría, en su prepotencia, invalidó --y también persiguió-- a los grupos minoritarios políticos que proponían una salida al endeudamiento crónico. Partidos y grupos que, precisamente, apostaban por la autosuficiencia del puertorriqueño. ¿Creer en nosotros mismos? Era malo entonces y ahora, cuando nadie más nos quiere prestar (aunque se ha anunciado con bombos y platillos la última proeza de Francisco Xavier González, hijo de la exgobernadora Sila María Calderón, con el Royal Bank of Canada), es que le piden a la clase asalariada sacrificios a diestra y siniestra. [1]

Tanto el profesor Rafael Bernabe, como las páginas de este periódico, han llamado la atención de este fenómeno de invisibilizar las ideas contrarias o incómodas para la mayoría. Muchos no tienen ni siquiera la decencia de reconocer que el modelo planteado, desde la década del 60 hacia acá, no ha servido, sino que ha contraído cada vez más a nuestra economía en una vitrina de proyectos de lujos para que los más ricos puedan vivir sus sueños de vida en un Caribe con “una bandera americana en la sala de los tribunales y un Walgreens en la esquina” como escribiera (¿por encargo?) ayer el inversionista neoyorquino, Nicholas Prouty, en El Nuevo Día. El problema en sí no es que exista este tipo de inversión y que se aliente, el desfase ocurre cuando el gobierno mayoritariamente apuesta por este tipo de modelo económico que impide el crecimiento del capital autóctono y ahoga el micro y pequeño empresario puertorriqueño. Prouty, evidentemente, solo conoce una parte de la trágica historia económica de la Isla, y si bien podemos agradecerle el gran riesgo que ha tomado en invertir miles de millones de dólares en proyectos turísticos y residenciales, es casi una bofetada alabar la proliferación excesiva de farmaciasWalgreens: hito que impide el afloramiento de más empresarios y capitalistas boricuas.

Puerto Rico no puede seguir siendo un monocultivo de negocios de alta escala que en cualquier momento puede desaparecer gracias a los ciclos inherentes del capitalismo o de franquicias norteamericanas. El puertorriqueño no puede conformarse con el subempleo que estas inversiones generan, con un sistema de educación cada vez más pobre y menos accesible. Necesitamos no solamente crecer sino desarrollarnos. Las décadas pasadas fueron un despilfarro y una gran oportunidad perdida de desarrollo gracias a los gobiernos que basaron sus planes económicos en la santa trinidad de la unión permanente con los Estados Unidos, la dependencia y el préstamo. Sus propuestas incluían el mismo recetario que hoy nos presenta Prouty, Paulson y ciertos bien intencionados oficiales del gobierno de García Padilla que parecieran haber vivido en otro país o, lo que es más probable, en otra realidad. La inversión extranjera (aquella proveniente de jurisdicciones no estadounidenses) es mínima, se sigue reciclando la idea fallida de convertir a la Isla en un magneto para ricos y famosos, y se continúa adicto al préstamo (otro saludito al hijo de Sila Calderón). Repiten el guión: es lo único que saben hacer el PPD y PNP. Y, más bien, dejan pasar oportunidades como lo ocurrido con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) a finales de enero.

Es curioso que en momentos que América Latina, encabezado por la nueva Alianza del Pacífico (sans Brasil, [2] claramente) esté surcando las aguas de un sólido crecimiento económico y dejando atrás las batallas ideológicas del siglo XX que alentaron la desunión regional, en Puerto Rico, con el crédito malogrado, con un fuerte éxodo poblacional y con unas perspectivas muy bajas de crecimiento, sigamos, como colectivo, comportándonos como lo peor del PNP y PPD: con arrogancia e ínfulas de grandeza ante proyectos tan significativos como la CELAC.

El gran avance alcanzado por el independentismo (nuevamente este grupo “minoritario y buscabulla”) de colocar el caso colonial de la Isla sobre el tapete de la CELAC provocará una nueva concertación de fuerzas, tanto interna como externas, a favor de la transformación de la región y de los últimos vestigios coloniales en América. Pocos en Puerto Rico se percataron de que a finales de enero las dos grandes noticias de incumbencia regional fueron dos: la lectura de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya sobre el diferendo marítimo entre Perú y Chile, y las consecuencias de incluir a San Juan en la CELAC. El Departamento de Estado que durante el año pasado había llevado una cargada agenda de “internacionalización” no tuvo una reacción a la altura de los tiempos (ni un contundente no, ni de un contundente sí, a la invitación cursada por Venezuela). Será que, como muchos comentaron en Puerto Rico durante el encuentro regional en La Habana, “no tenemos porqué preocuparnos de formar parte de un club de perdedores”. Una semana después Standard & Poor’s degrada el crédito del ELA. Moody’s y Fitch lo hicieron días después. Si bien esto no significa que los puertorriqueños somos perdedores, bien valdría un poco de humildad a la hora de enfrentar nuestros problemas. Es evidente que solos no podemos. La autosuficiencia que esboza el independentismo es la que busca el desarrollo de nuestros factores de producción y control de nuestro destino en nuestras manos pero con ayuda de todo el mundo. Los planes del PNP y PPD, las fuerzas colonialistas que ganaron en todos estos últimos 40 años, son las que han perdido. Son las que apuestan a que solo y únicamente venga a ayudarnos Estados Unidos. Ahora que no vienen, es que optan por el sacrificio colectivo. Dan lástima: son malos ganadores y peores perdedores.