El monstruo sagrado

Política


Existen pocos acertijos más desconcertantes dentro de las ciencias políticas que el propuesto por el estudio de la opinión pública. La cuestión de su mera existencia es de suyo un misterio insondable. ¿Cabe adjudicar una calidad colectiva a una función tan personal como el acto de juzgar algo? Y sin embargo, es un hecho que existen ímpetus que concitan a unirse al ánimo de las masas sobre temas de interés general. No es posible ignorar las profundas funciones intelectivas, que nos impelen a asentir o rechazar grupalmente, los eventos noticiosos. Las mareas de la evolución biológica nos han concebido como seres ávidos de formar consensos. Se trata de una útil característica premiada por la selección natural. Los disensos prolongados mal se llevan con una banda o tribu exitosa en las lides por la supervivencia. Si la formación de acuerdos es imperativa al avance político, también lo es devorar a los disidentes, a los raros, a las minorías. Especialmente a los más irreverentes o conspicuos. De ahí que, muy adentro de nuestros cerebros, estamos programados para claudicar ante el rugido de la ola y la vocinglería del vulgo.

La prostitución de las funciones periodísticas en pos de manipular este drive natural humano es uno de los principales vicios de las democracias. Lo que en una sociedad de cazadores y recolectores, muy bien pudo ofrecer ventajas competitivas a una especie en precario, calza mal a un Estado moderno. El público persigue las estelas de los medios de comunicación de masas para trazar el rumbo de sus propias agendas. Les permiten así a sus dueños decidir cuáles son los temas más importantes en la palestra pública. El cuaderno de dolencias mediáticas, se convierte en el primer borrador de la opinión pública. Esta perversión de las funciones del Cuarto Poder es el caldo de cultivo de todas las demás aberraciones de nuestro sistema político. La corrupción gubernamental, la represión estatal de actividades legítimas y la arbitrariedad administrativas, son menos perniciosas donde prospera una prensa libre. Aunque estas desviaciones resultan endémicas en todas las sociedades, son particularmente agudas donde el periodista se doblega ante la oligarquía o convierte su ministerio en un espectáculo mediático. A contrario sensu donde la opinión pública se nutre de información veraz, no existe opositor más formidable a los devaneos de los poderosos. Se me antoja ilustrar este punto con un fragmento de un relato más extenso que todavía descansa en mis archivos:

Ese desdichado día nuestro hombre despertó dispuesto a emprender como de costumbre sus rutinas matinales. Supongo que apenas despejaba su conciencia de las últimas brumas del sueño, cuando notó la primera de tantas anomalías que le deparaba la jornada. Al estirar la mano desde la cama para encender la radio del buró y escuchar los noticieros mañaneros, encontró el espacio vacío. “Qué raro”, pensó, “los niños deben habérselo llevado para escuchar música”. No reparó más en el asunto y salto de inmediato al baño. Si se apresuraba, tal vez podría alcanzar a sus hijos antes de que salieran a la escuela. Ese día no había sesión y su comisión no se reuniría hasta la tarde. Tendría oportunidad de una amena ocasión familiar en el desayuno. Al menos eso creía él. Cuando no encontró sus periódicos en la mesa de la cocina, pero sí a los niños callados y a su mujer esquiva, la cosa le resultó clara. “¿Tan grave es el asunto?” preguntó con pocas ganas. La respuesta de su mujer despejó las pocas dudas que le quedaban: “Niños despídanse de su papá que hoy trabaja hasta tarde…” Como impulsados por un resorte estos se le abalanzaron y de rebote salieron disparados hacia la puerta. Apenas recibieron los consabidos besos y bendiciones. El hombre quedó desolado.

De mi parte, desde muy temprano tenía ya el carro preparado y ansiaba que éste saliera ya y me dijera hacia donde nos dirigiremos primero. Los rumores del escándalo venían circulando desde anoche. Era cuestión de tiempo que explotara. Sin embargo, sus dimensiones me impresionaron, incluso a mí, que ya había visto muchos follones parecidos antes.Dentro de la casa, la mujer le explicó al hombre los sórdidos detalles del triste episodio protagonizado por su compañero de partido. No faltaba ninguno de los elementos clásicos de este tipo de enredos: La amante despechada, el intento de soborno, el desmentido público, la destrucción de documentos y la exposición gráfica de una profunda hipocresía. La frágil condición humana expuesta en toda su miseria. El hombre lucía pálido cuando entró al vehículo. “¿A dónde jefe?” pregunté excitado. “Por ahora, a dar unas vueltas por la ciudad”. Apenas marcadas las ocho de la mañana empezó a sonar el teléfono. Al ver que no tenía intención de contestar me atreví a comentar: “Ese debe ser el líder”. Una sonrisa entre socarrona y divertida me contestó: “Déjalo que espere…pa’ que no me llamó antes… ahora que esto se jodió, está buscando consejo…” Lo que siguió fue una lección magistral proveniente de un verdadero maestro del arte de la política:

“La opinión pública es una fuerza de naturaleza. No es menos real que los fenómenos del clima o la conducta de los depredadores superiores. Pero es preciso acotar la utilidad de estas metáforas. Al final no es más que conducta humana de masas. Parecido a los huracanes se puede ubicar su origen y seguir su trayectoria. Pero distinto a estos, es posible provocarlos, modificar su curso y sofocarlos. Incluso virarlos en contra de quienes intentaron volcarla en nuestra contra desde un principio. Parecido a una bestia, puede ser voraz y sanguinaria, pero al final sus motivos primigenios residen en las mentalidades individuales. Algunas verdades básicas pueden contener las infamias de los titulares...”

Seguí conduciendo el resto del camino, reflexionando en lo dicho por el hombre. Miré a hurtadillas por el espejo retrovisor y los contemplé a él y a su reflejo en la ventanilla. Dos perspectivas de un hombre profundamente absorto en urdir un plan para rescatar su colectividad de las garras del escándalo. Pensé en el privilegio del que gozaba al ser el beneficiario de estas cátedras privadas. De cómo despreciaban su sapiencia en el partido. Del poco caso que le hacían otros líderes hasta que llegaban estas crisis. Volví mi atención total a la carretera y me dije interiormente con estoica resignación: “Qué lástima que sea negro”.