“Quiere a tu maestro, porque pertenece a la gran familia de docentes esparcidos por toda la geografía de una nación, y que son como los padres intelectuales de los chicos que crecen contigo, y a su vez, preparan para la  patria una generación mejor, más próspera y desarrollada que la presente”.

-Edmondo De Amicis

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Cual si indefensos ante los poderes de una evolución que seleccionó la caminata, todos, de una manera u otra abandonamos nuestro origen y avanzamos, aunque con inmensa melancolía, cediendo al misterioso atractivo de la incertidumbre, el desconocido lugar, la alternativa. Es la metáfora de la partida, y ha permeado nuestra imaginación desde los tiempos sin memoria.

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Solo escucho el aliento y mi fuego se va desierto.

Solo siento el murmullo y mi sueño huye desnudo.

Solo veo sus lágrimas y mil océanos hunden miradas.

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Mis manos ensangrentadas. No recuerdo qué ocurrió. Son las siete de la mañana. Me miro al espejo de una habitación que no es la mía; una cama con las sábanas revueltas y ensangrentadas. Un cuerpo de hombre desnudo de voz, de nombre, de futuro. ¿Quién es? ¿Acaso importa si está vivo o muerto? ¿Acaso alguien sabe quién soy?

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Miró hacia las filas ralas de un público que ahora le parecía extraño, y se esforzó por recordar sus líneas. Pausó con ademán solemne, como solía hacer cuando quería surtir más efecto o cuando, como en esta ocasión, olvidaba lo que iba a decir, y trató de atar su mirada a la de algún espectador. Este truco de miradas atadas, de hipnosis mutua, ya no le funcionaba.

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Sigo caminando desde un sábado. Esta vez el tránsito viene acompañado de un calor de fuego incendiario. Pienso en el vapor casi soportable de la casa y quisiera no haber salido. Por los costados y un poco antes y después y yo desde mi espacio móvil, nosotros, esta masa colectiva, andamos hacia el propósito de la visita al Paseo de Diego.

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