Cada cierto tiempo, sale en las redes sociales, un texto del periodista y escritor uruguayo Leonardo Haberkorn Manevich, publicado en su blog El informante. Allí explicó, las razones para renunciar a seguir dictando las clases de periodismo que impartía en la Universidad de Uruguay. Él descubrió que: “Cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado” (entrevista en El País, 11 de noviembre de 2018). Sin embargo, planteó en la mencionada entrevista que: “el artículo se publica desde el 2015, fuera de contexto y sin su consentimiento.” Lo he leído varias veces, de hecho, he llegado a pensar, que fui yo quien lo escribió. Recordé la última edición de la revista estudiantil ECO, donde publicaba cuentos que mis estudiantes escribían, en los cursos de Géneros Literarios. Inicié este proyecto en el 2008, cuando estuve en una licencia en el Recinto de Ponce de la Universidad de Puerto Rico. En esa primera edición (mayo, 2008 – abril, 2009) se publicaron veintitrés cuentos, de jóvenes universitarios de la UPR-Ponce y la UPR-Utuado. Con la ayuda de una exestudiante Yamarie D. Chinea Barreiro, del Programa de Sistemas de Oficina, y la colaboración incondicional de mi amiga Mercedes Rivera Pérez, Diseñador Gráfico, nos dimos a la tarea de montar esa primera revista, que pudo reproducirse por la intervención del Consejo de Estudiantes, del Recinto de Utuado. En la segunda impresión (mayo, 2009- diciembre, 2010) la cantidad de relatos se disminuyó a veintiuno. Para la tercera revista (mayo, 2013 – mayo, 2014) apenas logré publicar diecinueve historias, porque comencé a notar la apatía de los estudiantes a escribir.
Fue entonces, cuando enganché los guantes y abandoné el proyecto, porque como le sucedió a Haberkorn, eran menos los estudiantes que querían participar de tan gratificante ejercicio de creatividad. Incluyo mis palabras de despedida: “Con esta tercera edición de la revista estudiantil ECO, del Departamento de Lenguajes y Humanidades, cierro un ciclo de creación literaria que empezó para el 1998, cuando hice el primer viaje de estudios a Europa de la Universidad de Puerto Rico en Utuado. En aquella ocasión, publicamos la revista Toda España ’98, que reunió los ensayos que escribieron los estudiantes que me acompañaron en el viaje. Al pasar de los años me he topado en mis clases con estudiantes que apenas quieren leer y mucho menos escribir. Jóvenes que no valoran todo este esfuerzo porque publicar una revista en la Universidad de Puerto Rico no es tarea fácil. Estudiantes que dicen en los pasillos que les asigno mucho trabajo; que tienen demasiadas lecturas y pruebas cortas. Estudiantes que le dicen a sus compañeros que no cojan clase conmigo y peor aún, que se quejan a las autoridades universitarias porque exijo mucho y estas le hacen caso.”
Por tal motivo, no me sorprende la descarga del periodista uruguayo que apareció de nuevo esta semana en Facebook. Así que vino a mi mente, el triste desahogo, en noviembre de 2020, de una maestra que usó las dichosas redes sociales, para manifestar su frustración e impotencia, ante unos estudiantes que no se conectaban a su clase desde agosto. A mí no me extrañó que cuando concluí mi labor con la revista sugerí: “Si otro profesor quiere continuar con este proyecto será bienvenido” pero a ninguno le interesó; “cosas veredes” así es el mundo universitario donde cada uno hala la soga para su lado. Ahora bien, cuando la universidad enfrenta alguna crisis, entonces somos once recintos y una sola universidad. La fórmula es la misma y la descubrí hace décadas; atrás quedaron los estudiantes que amaban mis clases de literatura y tenían hambre de aprender. De pronto, como en un déjà vu, me vi dándole clase a una población estudiantil, que como muy bien plantea Haberkorn, ni siquiera saben qué sucede en Siria. Aunque parezca un chiste, les hablo del Coliseo Romano, la Acrópolis, la Torre Eiffel y la mayoría no saben que esas estructuras existen. En una página virtual que se llama Notaso un/a estudiante escribió el 13 de noviembre de 2020, anónimamente, que no entendía de dónde podían venir comentarios positivos sobre mi clase, porque en vez de español parecía Biblia 3001. Según su percepción, mis exámenes eran la mitad sobre teología y la otra sobre mi vida. Lamentablemente, esa persona desconoce la definición de universidad y del conocimiento universal. Tampoco entendió que cuando explicaba qué eran los mitos, los ejemplifiqué con las historias griegas, y con las que aparecen en el Génesis, cuyos protagonistas son: Noé, Lot, Abraham, Moisés, entre otros. Por otra parte, leí un comentario escrito por una estudiante valiente, que no se esconde en el anonimato llamada Yashira Rodríguez, que manifestó: “2005 fue el año donde la conocí y lo único que puedo decir de ella es que la amo tanto y que no daría por volver a hablar con ella. Aquel abrazo y sus palabras que jamás olvidaré. Excelente persona!” Me fascina la dualidad de opiniones que una simple profesora de español puede provocar en sus estudiantes.
No olvido una conversación, que tuve hace años con mi amigo el escritor Juan Antonio Ramos, autor de Papo Impala está quitao, donde me quejaba de este fenómeno de la apatía hacia la lectura. Él me dijo: “Nellie estás pasando eso con estudiantes subgraduados, imagínate dar clases a estudiantes graduados que quieren hacer una Maestría en Estudios Hispánicos, pero no desean leer”. Todavía esas palabras retumban en mis oídos y no estábamos bombardeados por Facebook, Whatsapp, Instagram, Twitter, Tic Toc, etc. Mucho menos, había una pandemia llamada COVID-19, y este fue precisamente el detonante que hizo estallar la bomba de tiempo. Cuando se cerró el país el 16 de marzo de 2020, tuve a la fuerza que adaptarme a no dar clases presenciales. Aprendí a usar la plataforma Moodle ayudada por un ángel llamado el Dr. Ricardo Cintrón Bracero, compañero profesor, que ha tenido la paciencia de ponerme al día en la tecnología. Ahora tengo un papel que dice, que cumplí con las 42 horas contacto, para certificarme en Construcción de Ambientes Virtuales de Aprendizaje, porque hay que estar al día en las tecnologías. Por fin, en el recinto que enseño, me prestaron un Hostspot, para poder tener acceso a una mejor internet, ya que vivo en plena zona central montañosa, y dicto mis clases de forma sincrónica (a distancia, pero el día y hora en que los alumnos se matricularon). Cabe decir, que prácticamente esperé un año por ese dispositivo.
En los módulos de construcción de ambientes virtuales aprendí, que los bosquejos de mis clases debían ser más interactivos. Tenía que incluirle enlaces; debía explicar el material y grabarlo, para que los estudiantes pudieran escucharlo, todas las veces que necesitaran. En esos módulos, repasé la Taxonomía de Bloom y me proporcionaron una diversidad de estrategias de evaluación para medir el éxito de las clases a distancia: foros reflexivos, ensayos, estudio de casos, presentaciones orales, diario reflexivo, proyectos para hacer en la casa. Sin embargo, no incluyeron exámenes de aplicación de conocimiento, uso de la lógica y el pensamiento crítico. Ahora bien, en pleno siglo XXI, me encuentro con unos estudiantes que me piden asignaciones para hacer en la casa y les contesto, que la única asignación que tienen es leer y analizar las lecturas asignadas. En los módulos estudié cómo debía construir objetos virtuales de aprendizaje, sin ni siquiera saber qué eran. También me insistieron en que debo crear un ambiente ideal, que haga sentir a los estudiantes, que aún a distancia, son seres humanos y forman parte de una comunidad universitaria. Eso sí, no puedo obligarlos a que prendan sus cámaras porque sería violarle su derecho a la privacidad. Entonces, me encuentro dándole clase a una pantalla con unos nombres a los que no les veo las caras. Aquí me detengo para hacer una pregunta retórica ¿y si no encienden las cámaras cómo puedo crear un ambiente de comunidad universitaria? La pregunta provoca risa, porque además de profesora, la UPR pretende que me convierta en diseñadora de cursos virtuales, cuando mi Doctorado es en Filosofía y Letras.
Releer a Leonardo Haberkorn Manevich, me hace recordar al profesor puertorriqueño Javier Ávila, que enseñaba en el Recinto de Río Piedras, y se cansó de escuchar tantas excusas. Él escribió un ensayo titulado “Los excusados” que le asigno a mis estudiantes y unos llegan a odiar al autor, porque dice la verdad, aunque duela. Los doctores que me daban los módulos atendían una población de estudiantes graduados, mientras que yo, le enseño a estudiantes de primer año universitario. Mi reflexión sobre los módulos es que la universidad pretende, de prisa, hacernos expertos en tecnologías y el material impartido es uno desfasado de la realidad. En mis años de profesora, puedo decir sin equivocarme, que los llamados prepas, necesitan clases presenciales. Pero la pandemia, nos obligó a dar clases apoyadas en tecnologías, y he tenido que hacer lo indecible para motivar al estudiante a distancia, porque la finalidad es retenerlo. No obstante, con ironía lanzo estos erotemas ¿qué pasa con aquellos estudiantes que no les interesa ser retenidos? ¿la culpa la tiene el profesor?
En octubre del 2020, por distintas razones, llamé a la Oficina de Retiro de la Universidad de Puerto Rico, para jubilarme, sin tener la edad. Quería alejarme del mundo de la academia, a la que tanto respeto y amo, porque a los 56 años, me sentía vieja e inservible. Después de conversar con una empleada que me dijo: “no se dé por vencida” reflexioné sobre cómo logré obtener mi doctorado. Viajaba en tren desde Lancaster Amtrack Station hasta la William H. Gray III 30th Street Train Station en Philadelphia, once horas y treinta minutos semanales. Salía a las 4:00 a.m. de la madrugada de mi casa en York, Pennsylvania y regresaba a las 10:00 de la noche. A esas horas tenía que sumarle, las dos horas y cuarenta minutos, que me tomaba trasladarme en tren, todas las semanas, entre Temple University y la estación central, muchas veces bajo temperaturas gélidas. La travesía iniciaba, cuando guiaba mi carro por sesenta minutos de York a Lancaster, donde estacionaba el coche, para esperar el primer tren que salía a las 5:35 a.m. En efecto, les cuento a mis estudiantes todas las vicisitudes que pasé para obtener el grado para que aprendan que hay que luchar para conseguir nuestras metas.
Provengo de una familia de clase trabajadora y fui criada por mi abuela materna; una mujer pequeña en estatura, pero grande en fortaleza. Yo no tenía el dinero para pagar mis estudios en Estados Unidos y como muchos, solicité becas para minorías. Junto a mi querida amiga Damarys López, emprendimos el viaje hacia el norte en 1992. Ambas solicitamos a Penn State University, pero a ella le otorgaron el teacher assistant y yo, tuve que decidirme por estudiar en Temple University. Y qué sucedió, que un viernes del mes de agosto de 1992, la directora del Spanish and Portuguese Department me comunicó que no tenían un teacher assistant para ofrecerme. Decidí que tenía que volver a Puerto Rico y en Camden, New Jersey, conocí a otro ángel llamado Roy Crazy Horse q.e.p.d, que era el Director y Administrador de la Reservación de los Indios Powhatan en el Valle de Delawere. Para esa fecha, él escribía sobre el abuso cometido por los conquistadores contra los nativo americanos y mi hermana Susan Bauzá, le servía de traductora. Me preguntó qué me sucedía y en mi perfecto inglés boricua, le conté que me regresaba a mi país, porque no podía costear mis estudios graduados. Después, sucedió un milagro, el lunes siguiente, la directora me llamó para darme la buena nueva. Había un puesto de asistente de cátedra y era para mí. En 1997, cuando fui a defender mi tesis doctoral, encontré entre los presentes al Chief Crazy Horse. Lo saludé con un beso y le comenté a mi esposo qué hace aquí. La respuesta la obtuve al final, cuando me llamaron colega, y me explicaron que fue Roy, quien pagó mis estudios en Temple University. Lloré de la emoción y me prometí, que le iba a dar lo mejor de mí a los estudiantes; incluyendo ayudarlos económicamente, en sus estudios, a aquellos que lo merecieran y en la medida de mis posibilidades. Así lo he hecho en memoria de quien fue mi mentor.
A mi edad y con la experiencia que tengo dando clases a nivel universitario (27.5 años ininterrumpidos) no es fácil que te llamen la atención, porque dictas las clases sincrónicas y hay que ser considerado con los estudiantes que no tienen acceso a la tecnología. ¿Y si no tienen acceso a la tecnología cómo pueden tomar las clases? hasta el más fuerte cae en la depresión. Repito, no es fácil impartir clases a personas que no demuestran interés por la literatura. Pero cuando pienso en las dificultades que enfrenté en el extranjero, las veces que me quedé dormida en el tren y llegaba a Harrisburg, cuando debía bajarme en la estación de Lancaster, recupero las fuerzas. Tuve que dormir dos veces en la estación de trenes de la calle 30 en Philadelphia, porque no pude abordar el tren que salía a las 7:15 p.m. Mis clases terminaban a las 7:00 p.m. y jamás me hubiera atrevido a interrumpir a un profesor. Pero la puertorriqueña Adriana Galanes, a las 6:30 p.m. me decía: “Nellie tienes que tomar el tren que pasa por Temple a las 7:00 p.m. para que llegues a tiempo a la estación central.” En muchas ocasiones, mi adorado Dr. Hernán Galilea, q.e.p.d, chileno que dirigió mi tesis doctoral, terminaba sus clases antes, para llevarme en su auto a la estación. Para esa época, fui famosa en el Departamento de Español y Portugués, por todos los esfuerzos que hacía para estudiar. Fueron años difíciles, pero de mucho aprendizaje, y por eso cuando quiero enganchar los guantes ante la tristeza, rememoro mis viajes en tren y el famoso: “Nellie wake up.” Además, no olvido la ayuda que me brindaba mi esposo y mucho menos, haber perdido en el 1995, a la mujer que más he amado en mi vida mi abuela Natividad Santiago Maldonado, que no pudo disfrutar de ver a su primera nieta, convertida en toda una doctora. En mi diario expresé mi sentir: “El 25 de abril de 1995 ha sido el día más triste de mi vida porque perdí a mi madre y lamentablemente, no la veía desde noviembre de 1994. Nunca hubiese querido pasar por una situación tan dolorosa. A las 3:30 p.m. el médico nos informó que había muerto. Tuve que ir a la funeraria para vestirla y maquillarla. Fue muy doloroso. Marcos se portó como un verdadero esposo y compañero apoyándome en todo momento.”
Por esa razón pienso, aunque a un solo estudiante le interese tu clase, ya lo salvaste del mundo de la ignorancia: “Con uno solo/me basta para reír/es un milagro” (Eddie Ferraioli cambiaste mi vida con tus haikus ahora me creo que soy una haijin). Termino con estas palabras de mi querida Meredith Herrera Roque, a quien le di clase en el entonces Colegio Regional de la Montaña, hoy Recinto de Utuado, cuando apenas tenía diecisiete o dieciocho años: “Esto es una triste realidad. Es una pena que el joven universitario se comporte como un estudiante de intermedia. Es una lástima que no sepan apreciar las anécdotas y la pasión con la que ofreces la clase. Es una barbaridad que ni tan siquiera muestren el interés por aprender un poco más y por retarse en tu clase, porque de algo siempre estaré agradecida y eso será el hecho de retarme a que cuando todos decían esa profesora no regala las notas, es demasiado difícil, con ella no te apuntes, tengo que decir que coger mi curso de literatura contigo ha sido la mejor enseñanza que le puede suceder a un joven universitario. ¿Por qué? Pues, porque aprendí a retarme, aprendí a soñar, aprendí a tener a otra persona a quien admirar y me hiciste soñar, conocer lugares en el mundo y conocer el realismo mágico, si ese que existe en las novelas y por supuesto me presentaste a Gabriel García Márquez y me hiciste viajar en el tiempo con Cien años de soledad. Que triste ver que nuestra juventud, poco a poco, se están convirtiendo en zombies del futuro. Solo tengo que decir que ojalá y aunque sea haya dos o tres estudiantes que sean como yo, y muestren el respeto y el interés hacia nuestros profesores. Y que ellos sean los que te brinden la motivación necesaria para el momento en que te retires por la puerta ancha.”

No todas las expresiones son ciertas o, al menos, no en todos los casos existe forma de probar que algo es verdad. La verdad en los procesos judiciales requiere de evidencia, pero desde el aspecto social no poder probar que algo sucedió no significa que no haya sucedido. En los tribunales y en los procesos para administrar la justicia esa ecuación tiende a ser más rigurosa, ya que para poder adjudicar responsabilidad o para privar a alguien de su libertad, sí es necesario que se prueben que los hechos ocurrieron.

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Puerto Rico al igual que otros países tiene fechas significativas lo que llamamos efemérides. En este escrito hemos selecciona dos: El Huracán María y el establecimiento de la UPR en Mayaguez.Empezaremos por la marca que nos dejó el Huracán María. De todo lo que leí el informe que más me llamó la atención fue el que realizó Sierra Club. Este grupo es uno altamente reconocido, ya que fue una de las primeras organizaciones de conservación del medio ambiente a gran escala en el mundo, y promover políticas verdes. Algunas propuestas recientes del club incluyen la energía verde y la prevención del cambio climático, aunque la preservación de los bosques y mitigar la contaminación siguen siendo algunas políticas prioritarias.
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A tarde de este 7 de septiembre realizamos la presentación de la compilación global Canto Planetario, en la Benemérita Biblioteca Nacional de Costa Rica “Miguel Obregón Lizano”. Mi sincero agradecimiento a la Sra., Laura Rodríguez Amador Directora de la Benemérita Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano, Sñr., Hámer Salazar director general de H.C. Editores, Nicole Sancho (fotógrafa) y a los periodistas Nohelia Reyes Molina y Alonso Sánchez Mejia.

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Cada cierto tiempo, sale en las redes sociales, un texto del periodista y escritor uruguayo Leonardo Haberkorn Manevich, publicado en su blog El informante. Allí explicó, las razones para renunciar a seguir dictando las clases de periodismo que impartía en la Universidad de Uruguay. Él descubrió que: “Cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado” (entrevista en El País, 11 de noviembre de 2018). Sin embargo, planteó en la mencionada entrevista que: “el artículo se publica desde el 2015, fuera de contexto y sin su consentimiento.” Lo he leído varias veces, de hecho, he llegado a pensar, que fui yo quien lo escribió. Recordé la última edición de la revista estudiantil ECO, donde publicaba cuentos que mis estudiantes escribían, en los cursos de Géneros Literarios. Inicié este proyecto en el 2008, cuando estuve en una licencia en el Recinto de Ponce de la Universidad de Puerto Rico. En esa primera edición (mayo, 2008 – abril, 2009) se publicaron veintitrés cuentos, de jóvenes universitarios de la UPR-Ponce y la UPR-Utuado. Con la ayuda de una exestudiante Yamarie D. Chinea Barreiro, del Programa de Sistemas de Oficina, y la colaboración incondicional de mi amiga Mercedes Rivera Pérez, Diseñador Gráfico, nos dimos a la tarea de montar esa primera revista, que pudo reproducirse por la intervención del Consejo de Estudiantes, del Recinto de Utuado. En la segunda impresión (mayo, 2009- diciembre, 2010) la cantidad de relatos se disminuyó a veintiuno. Para la tercera revista (mayo, 2013 – mayo, 2014) apenas logré publicar diecinueve historias, porque comencé a notar la apatía de los estudiantes a escribir.

Fue entonces, cuando enganché los guantes y abandoné el proyecto, porque como le sucedió a Haberkorn, eran menos los estudiantes que querían participar de tan gratificante ejercicio de creatividad. Incluyo mis palabras de despedida: “Con esta tercera edición de la revista estudiantil ECO, del Departamento de Lenguajes y Humanidades, cierro un ciclo de creación literaria que empezó para el 1998, cuando hice el primer viaje de estudios a Europa de la Universidad de Puerto Rico en Utuado. En aquella ocasión, publicamos la revista Toda España ’98, que reunió los ensayos que escribieron los estudiantes que me acompañaron en el viaje. Al pasar de los años me he topado en mis clases con estudiantes que apenas quieren leer y mucho menos escribir. Jóvenes que no valoran todo este esfuerzo porque publicar una revista en la Universidad de Puerto Rico no es tarea fácil. Estudiantes que dicen en los pasillos que les asigno mucho trabajo; que tienen demasiadas lecturas y pruebas cortas. Estudiantes que le dicen a sus compañeros que no cojan clase conmigo y peor aún, que se quejan a las autoridades universitarias porque exijo mucho y estas le hacen caso.”

Por tal motivo, no me sorprende la descarga del periodista uruguayo que apareció de nuevo esta semana en Facebook.  Así que vino a mi mente, el triste desahogo, en noviembre de 2020, de una maestra que usó las dichosas redes sociales, para manifestar su frustración e impotencia, ante unos estudiantes que no se conectaban a su clase desde agosto. A mí no me extrañó que cuando concluí mi labor con la revista sugerí: “Si otro profesor quiere continuar con este proyecto será bienvenido” pero a ninguno le interesó; “cosas veredes” así es el mundo universitario donde cada uno hala la soga para su lado. Ahora bien, cuando la universidad enfrenta alguna crisis, entonces somos once recintos y una sola universidad. La fórmula es la misma y la descubrí hace décadas; atrás quedaron los estudiantes que amaban mis clases de literatura y tenían hambre de aprender. De pronto, como en un déjà vu, me vi dándole clase a una población estudiantil, que como muy bien plantea Haberkorn, ni siquiera saben qué sucede en Siria. Aunque parezca un chiste, les hablo del Coliseo Romano, la Acrópolis, la Torre Eiffel y la mayoría no saben que esas estructuras existen. En una página virtual que se llama Notaso un/a estudiante escribió el 13 de noviembre de 2020, anónimamente, que no entendía de dónde podían venir comentarios positivos sobre mi clase, porque en vez de español parecía Biblia 3001. Según su percepción, mis exámenes eran la mitad sobre teología y la otra sobre mi vida. Lamentablemente, esa persona desconoce la definición de universidad y del conocimiento universal. Tampoco entendió que cuando explicaba qué eran los mitos, los ejemplifiqué con las historias griegas, y con las que aparecen en el Génesis, cuyos protagonistas son: Noé, Lot, Abraham, Moisés, entre otros. Por otra parte, leí un comentario escrito por una estudiante valiente, que no se esconde en el anonimato llamada Yashira Rodríguez, que manifestó: “2005 fue el año donde la conocí y lo único que puedo decir de ella es que la amo tanto y que no daría  por volver a hablar con ella. Aquel abrazo y sus palabras que jamás olvidaré. Excelente persona!” Me fascina la dualidad de opiniones que una simple profesora de español puede provocar en sus estudiantes.

No olvido una conversación, que tuve hace años con mi amigo el escritor Juan Antonio Ramos, autor de Papo Impala está quitao, donde me quejaba de este fenómeno de la apatía hacia la lectura. Él me dijo: “Nellie estás pasando eso con estudiantes subgraduados, imagínate dar clases a estudiantes graduados que quieren hacer una Maestría en Estudios Hispánicos, pero no desean leer”. Todavía esas palabras retumban en mis oídos y no estábamos bombardeados por Facebook, Whatsapp, Instagram, Twitter, Tic Toc, etc. Mucho menos, había una pandemia llamada COVID-19, y este fue precisamente el detonante que hizo estallar la bomba de tiempo. Cuando se cerró el país el 16 de marzo de 2020, tuve a la fuerza que adaptarme a no dar clases presenciales. Aprendí a usar la plataforma Moodle ayudada por un ángel llamado el Dr. Ricardo Cintrón Bracero, compañero profesor, que ha tenido la paciencia de ponerme al día en la tecnología. Ahora tengo un papel que dice, que cumplí con las 42 horas contacto, para certificarme en Construcción de Ambientes Virtuales de Aprendizaje, porque hay que estar al día en las tecnologías. Por fin, en el recinto que enseño, me prestaron un Hostspot, para poder tener acceso a una mejor internet, ya que vivo en plena zona central montañosa, y dicto mis clases de forma sincrónica (a distancia, pero el día y hora en que los alumnos se matricularon). Cabe decir, que prácticamente esperé un año por ese dispositivo.

En los módulos de construcción de ambientes virtuales aprendí, que los bosquejos de mis clases debían ser más interactivos. Tenía que incluirle enlaces; debía explicar el material y grabarlo, para que los estudiantes pudieran escucharlo, todas las veces que necesitaran. En esos módulos, repasé la Taxonomía de Bloom y me proporcionaron una diversidad de estrategias de evaluación para medir el éxito de las clases a distancia: foros reflexivos, ensayos, estudio de casos, presentaciones orales, diario reflexivo, proyectos para hacer en la casa. Sin embargo, no incluyeron exámenes de aplicación de conocimiento, uso de la lógica y el pensamiento crítico. Ahora bien, en pleno siglo XXI, me encuentro con unos estudiantes que me piden asignaciones para hacer en la casa y les contesto, que la única asignación que tienen es leer y analizar las lecturas asignadas. En los módulos estudié cómo debía construir objetos virtuales de aprendizaje, sin ni siquiera saber qué eran. También me insistieron en que debo crear un ambiente ideal, que haga sentir a los estudiantes, que aún a distancia, son seres humanos y forman parte de una comunidad universitaria.  Eso sí, no puedo obligarlos a que prendan sus cámaras porque sería violarle su derecho a la privacidad. Entonces, me encuentro dándole clase a una pantalla con unos nombres a los que no les veo las caras. Aquí me detengo para hacer una pregunta retórica ¿y si no encienden las cámaras cómo puedo crear un ambiente de comunidad universitaria? La pregunta provoca risa, porque además de profesora, la UPR pretende que me convierta en diseñadora de cursos virtuales, cuando mi Doctorado es en Filosofía y Letras.

Releer a Leonardo Haberkorn Manevich, me hace recordar al profesor puertorriqueño Javier Ávila, que enseñaba en el Recinto de Río Piedras, y se cansó de escuchar tantas excusas. Él escribió un ensayo titulado “Los excusados” que le asigno a mis estudiantes y unos llegan a odiar al autor, porque dice la verdad, aunque duela. Los doctores que me daban los módulos atendían una población de estudiantes graduados, mientras que yo, le enseño a estudiantes de primer año universitario. Mi reflexión sobre los módulos es que la universidad pretende, de prisa, hacernos expertos en tecnologías y el material impartido es uno desfasado de la realidad. En mis años de profesora, puedo decir sin equivocarme, que los llamados prepas, necesitan clases presenciales. Pero la pandemia, nos obligó a dar clases apoyadas en tecnologías, y he tenido que hacer lo indecible para motivar al estudiante a distancia, porque la finalidad es retenerlo. No obstante, con ironía lanzo estos erotemas ¿qué pasa con aquellos estudiantes que no les interesa ser retenidos? ¿la culpa la tiene el profesor?

En octubre del 2020, por distintas razones, llamé a la Oficina de Retiro de la Universidad de Puerto Rico, para jubilarme, sin tener la edad. Quería alejarme del mundo de la academia, a la que tanto respeto y amo, porque a los 56 años, me sentía vieja e inservible. Después de conversar con una empleada que me dijo: “no se dé por vencida” reflexioné sobre cómo logré obtener mi doctorado. Viajaba en tren desde Lancaster Amtrack Station hasta la William H. Gray III 30th Street Train Station en Philadelphia, once horas y treinta minutos semanales. Salía a las 4:00 a.m. de la madrugada de mi casa en York, Pennsylvania y regresaba a las 10:00 de la noche. A esas horas tenía que sumarle, las dos horas y cuarenta minutos, que me tomaba trasladarme en tren, todas las semanas, entre Temple University y la estación central, muchas veces bajo temperaturas gélidas. La travesía iniciaba, cuando guiaba mi carro por sesenta minutos de York a Lancaster, donde estacionaba el coche, para esperar el primer tren que salía a las 5:35 a.m. En efecto, les cuento a mis estudiantes todas las vicisitudes que pasé para obtener el grado para que aprendan que hay que luchar para conseguir nuestras metas.

 Provengo de una familia de clase trabajadora y fui criada por mi abuela materna; una mujer pequeña en estatura, pero grande en fortaleza. Yo no tenía el dinero para pagar mis estudios en Estados Unidos y como muchos, solicité becas para minorías. Junto a mi querida amiga Damarys López, emprendimos el viaje hacia el norte en 1992. Ambas solicitamos a Penn State University, pero a ella le otorgaron el teacher assistant y yo, tuve que decidirme por estudiar en Temple University. Y qué sucedió, que un viernes del mes de agosto de 1992, la directora del Spanish and Portuguese Department me comunicó que no tenían un teacher assistant para ofrecerme. Decidí que tenía que volver a Puerto Rico y en Camden, New Jersey, conocí a otro ángel llamado Roy Crazy Horse q.e.p.d, que era el Director y Administrador de la Reservación de los Indios Powhatan en el Valle de Delawere. Para esa fecha, él escribía sobre el abuso cometido por los conquistadores contra los nativo americanos y mi hermana Susan Bauzá, le servía de traductora. Me preguntó qué me sucedía y en mi perfecto inglés boricua, le conté que me regresaba a mi país, porque no podía costear mis estudios graduados. Después, sucedió un milagro, el lunes siguiente, la directora me llamó para darme la buena nueva. Había un puesto de asistente de cátedra y era para mí. En 1997, cuando fui a defender mi tesis doctoral, encontré entre los presentes al Chief Crazy Horse. Lo saludé con un beso y le comenté a mi esposo qué hace aquí. La respuesta la obtuve al final, cuando me llamaron colega, y me explicaron que fue Roy, quien pagó mis estudios en Temple University. Lloré de la emoción y me prometí, que le iba a dar lo mejor de mí a los estudiantes; incluyendo ayudarlos económicamente, en sus estudios, a aquellos que lo merecieran y en la medida de mis posibilidades. Así lo he hecho en memoria de quien fue mi mentor.

 A mi edad y con la experiencia que tengo dando clases a nivel universitario (27.5 años ininterrumpidos) no es fácil que te llamen la atención, porque dictas las clases sincrónicas y hay que ser considerado con los estudiantes que no tienen acceso a la tecnología. ¿Y si no tienen acceso a la tecnología cómo pueden tomar las clases? hasta el más fuerte cae en la depresión. Repito, no es fácil impartir clases a personas que no demuestran interés por la literatura. Pero cuando pienso en las dificultades que enfrenté en el extranjero, las veces que me quedé dormida en el tren y llegaba a Harrisburg, cuando debía bajarme en la estación de Lancaster, recupero las fuerzas. Tuve que dormir dos veces en la estación de trenes de la calle 30 en Philadelphia, porque no pude abordar el tren que salía a las 7:15 p.m. Mis clases terminaban a las 7:00 p.m. y jamás me hubiera atrevido a interrumpir a un profesor. Pero la puertorriqueña Adriana Galanes, a las 6:30 p.m. me decía: “Nellie tienes que tomar el tren que pasa por Temple a las 7:00 p.m. para que llegues a tiempo a la estación central.” En muchas ocasiones, mi adorado Dr. Hernán Galilea, q.e.p.d, chileno que dirigió mi tesis doctoral, terminaba sus clases antes, para llevarme en su auto a la estación. Para esa época, fui famosa en el Departamento de Español y Portugués, por todos los esfuerzos que hacía para estudiar. Fueron años difíciles, pero de mucho aprendizaje, y por eso cuando quiero enganchar los guantes ante la tristeza, rememoro mis viajes en tren y el famoso: “Nellie wake up.” Además, no olvido la ayuda que me brindaba mi esposo y mucho menos, haber perdido en el 1995, a la mujer que más he amado en mi vida mi abuela Natividad Santiago Maldonado, que no pudo disfrutar de ver a su primera nieta, convertida en toda una doctora. En mi diario expresé mi sentir: “El 25 de abril de 1995 ha sido el día más triste de mi vida porque perdí a mi madre y lamentablemente, no la veía desde noviembre de 1994. Nunca hubiese querido pasar por una situación tan dolorosa. A las 3:30 p.m. el médico nos informó que había muerto. Tuve que ir a la funeraria para vestirla y maquillarla. Fue muy doloroso. Marcos se portó como un verdadero esposo y compañero apoyándome en todo momento.”

Por esa razón pienso, aunque a un solo estudiante le interese tu clase, ya lo salvaste del mundo de la ignorancia: “Con uno solo/me basta para reír/es un milagro” (Eddie Ferraioli cambiaste mi vida con tus haikus ahora me creo que soy una haijin). Termino con estas palabras de mi querida Meredith Herrera Roque, a quien le di clase en el entonces Colegio Regional de la Montaña, hoy Recinto de Utuado, cuando apenas tenía diecisiete o dieciocho años: “Esto es una triste realidad. Es una pena que el joven universitario se comporte como un estudiante de intermedia. Es una lástima que no sepan apreciar las anécdotas y la pasión con la que ofreces la clase. Es una barbaridad que ni tan siquiera muestren el interés por aprender un poco más y por retarse en tu clase, porque de algo siempre estaré agradecida y eso será el hecho de retarme a que cuando todos decían esa profesora no regala las notas, es demasiado difícil, con ella no te apuntes, tengo que decir que coger mi curso de literatura contigo ha sido la mejor enseñanza que le puede suceder a un joven universitario. ¿Por qué? Pues, porque aprendí a retarme, aprendí a soñar, aprendí a tener a otra persona a quien admirar y me hiciste soñar, conocer lugares en el mundo y conocer el realismo mágico, si ese que existe en las novelas y por supuesto me presentaste a Gabriel García Márquez y me hiciste viajar en el tiempo con Cien años de soledad. Que triste ver que nuestra juventud, poco a poco, se están convirtiendo en zombies del futuro. Solo tengo que decir que ojalá y aunque sea haya dos o tres estudiantes que sean como yo, y muestren el respeto y el interés hacia nuestros profesores. Y que ellos sean los que te brinden la motivación necesaria para el momento en que te retires por la puerta ancha.”

El 25 de julio de 2021, se celebró, como todos los años, el Día de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Ese día quise pasar por Río Piedras para recordar mis años universitarios en la IUPI. Resulta triste y vergonzoso el grado de deterioro en que se encuentra la ciudad universitaria. Rodeada de edificios abandonados que, en los ochenta, vibraban con luz propia. Al pasar por la Iglesia del Pilar, vi seis adictos sentados en un banco, entre ellos una mujer inyectándose heroína, en una vena.

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Las armas que me gustan
son las que aún
no se han inventado
aquellas que de tan inteligentes
sirvan de motivo de alarde
al comprador
porque a nadie niego su derecho
a morirse como quiera hacerlo
de un balazo o de dos
son las que aún no se construyen
las que esperan en las mentes ágiles
de los videojuegos violentos
a los insensibles,
a los bravos de verdad

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Hace 51 años, el 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende fue electo presidente de Chile. Desde el año 2000 la estatua de Salvador Allende se levanta en la céntrica Plaza de la Constitución de Santiago de Chile junto a las del Libertador Bernardo O’Higgins y los expresidentes Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva, éste último asesinado por órdenes de Pinochet por su oposición a la dictadura militar que tantas vidas le costó a Chile.

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