De seguro recordarán el gran cartelón negro y amarillo frente a las escuelas públicas durante el rosellato (gobernador Pedro Rosselló 1992-2000). Los que dábamos nuestros primeros pasos en la escuela, podemos recitar el eslogan noventero con los ojos cerrados: “Puerto Rico por una escuela libre de drogas”. Bien, una escuela libre de drogas y de otras cosas más. Con ese pintoresco y exótico cartel—semejante a una señal de tráfico—el Departamento de Educación aspiraba a combatir algo que requería más que buenos deseos y lemas biensonantes. El cartel parecía asegurarnos que la escuela estaba libre de drogas, lo cual no era totalmente cierto. Lo que sí era cierto es que la escuela estaba libre de otras cosas; cosas buenas, pero también peligrosas, cosas como la filosofía. Y en este texto no me refiero a una filosofía educativa, tema igualmente pertinente y que nos daría mucho de qué hablar (sobre el tema, recomiendo ver el sugerente libro del Dr. Rafael Aragunde, La educación como salvación ¿en tiempos de disolución?), sino a la disciplina, la filosofía.