Un ‘celular’ o teléfono móvil no es un ‘celular’, y ya. No siempre un tabaco es un mero tabaco, el inconsciente engaña. También el mercado, ese gran espejo ondulado y líquido del inconsciente. El mundo de las comunicaciones sigue creciendo a velocidades insospechadas. Su capacidad creadora (y destructora) es voraz, como el hambre del capital. Con solo pensar en los aparatos que se anuncian todos los días para estar más ‘conectados’ e informados, nos atolondramos: iPads, iPhones, tablets, Kindle, laptops, teléfonos móvil (que son a la vez cámaras, de fotos y videos, grabadoras, máquinas de escribir y correo electrónico… )

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Desarrollar hábitos de cooperación es tarea diaria y constante. Inundados por la presión competitiva y de ganancia económica a toda costa, nuestros cuerpos se mueven al ritmo del Capital. El consumo es como el respiro, hábitos inconscientes que encarnamos de formas múltiples. El hábito hace al ciudadano consumista, todos los días y noches. Parte fundamental de la transformación social es el cambio de hábitos, y esto exige trabajo constante de re-entrenamiento.

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Son muchas, o al menos varias, las economías ignoradas en los discursos sobre ‘el mercado’.  El capitalocentrismo, la discusión única en torno al capitalismo, no reconoce otras formas de vida económica fuera del imaginario mercantil.  Ya sea a favor o en contra, desde estas perspectivas, toda relación económica está regida por el Capital, con mayúsculas. Sin embargo hay otras economías que muy poco, si algo, tienen que ver con ello.  Economías de la amistad, de pasiones, emociones, de solidaridades múltiples.  Desde la lógica mercantil, todo esto puede ser transformado en mercancía, en propiedad privada y de consumo, pero aun así hay dimensiones que son inaprehensibles por Mercado, ese otro ente que, junto al capital, forman las dos caras de un dios omnipresente y potente.

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Históricamente, las izquierdas se dividían a partir de los modelos de socialismo y las vías para realizarlos. Al no estar el socialismo, por ahora, en la agenda política –incluso en América latina pierde aliento la discusión del “socialismo del siglo XXI”–, las izquierdas parecen dividirse a partir de los modelos de capitalismo. A primera vista, esta división tiene poco sentido pues, por un lado, en la actualidad hay un modelo global del capitalismo, de lejos hegemónico, dominado por la lógica del capital financiero, basado en la búsqueda del máximo lucro en el menor tiempo posible, cualesquiera sean los costos sociales o el grado de destrucción de la naturaleza. Por otro lado, la disputa por los modelos de capitalismo debería ser más una disputa entre las derechas que entre las izquierdas. Pero no es así. A pesar de su globalidad, el modelo de capitalismo ahora dominante asume características distintas en diferentes países y regiones y las izquierdas tienen un interés vital en debatirlas, no sólo porque están en cuestión las condiciones de vida, aquí y ahora, de las clases populares, que son el soporte político de las izquierdas, sino también porque la lucha por horizontes poscapitalistas –a los que algunas izquierdas todavía no renunciaron– depende mucho del capitalismo real del que se parta.

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Difícil escribir más sobre la importancia que tuvo y tiene en Cuba el desarrollo de la agricultura urbana. Hija del ‘periodo especial’ que ‘cayó’ sobre el pueblo cubano a partir del derrumbe de la Unión Soviética hace dos décadas, la agricultura urbana ha sido crucial en la manera en que los cubanos han ‘resuelto’. Llamada por algunos una revolución dentro de la revolución, la agricultura urbana en la Habana ha profundizado las nociones y prácticas de lo comunal-comunitario, la autogestión, la democratización de saberes y la alimentación.

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Convivir. Vivir con los demás. Vernos las caras, los cuerpos, sentirnos. Respirar juntos en un mismo territorio.  Compartir sentidos, movimientos, ruidos, olores. La ciudad es una encubadora de convivencia y creación.  Es el encuentro de todos los encuentros, el lugar de la reunión.  La concentración de personas y sus artefactos, junto a otros animales que le acompañan, y cuerpos de agua, árboles, aire, producen la heterogeneidad y la simultaneidad que caracteriza la vida urbana.  La ciudad es la partera del encuentro, del conflicto y el diálogo, del choque y el enamoramiento, de la asamblea.

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