Saludo, me saludan y miro el árbol de mangó que está de frente. Huelo, como huelen los perros, cuando hay algo que levita en el ambiente. Me quedo de pie, nunca me siento, y miro a todos los implicados. La tarde está fresca, plácida, hay algo de hongos viejos y vino Perico.
El dueño llega y me digo, para mis adentros, el verdugo. Calma pueblo, calma como decía la inconsecuente legisladora Ruth Fernández. El agrio de la tarde se derrama. Hablan de política, muertes y cornudos. No intervengo. La cerveza Medalla, que traigo sin querer, se está calentando, pero hay un pitirre cabezón que baja a beber en un charquillo de la calle. Lo miro y me digo: pero qué insolencia ornitológica es esa.