Entre los posts de Facebook que me topé de madrugada, estaba el de esta mujer que escribe en un blog sobre “cosas de mi tierra”. Allí se postean recetas, guisos y otras noticias sobre frutas y vegetales cosechados en el país. Pues decía la orgullosa señora, que había hecho por primera vez un caldo de gallina que revivía a los muertos. El asunto más interesante no era ese, si no que decía era la gallina de su hijo, que la habían matado; y ella para no desperdiciar el producto la había hecho sopa.
Se pueden imaginar la discusión y los comentarios que suscitó el que “mamá hiciera caldo con la gallina del nene”. Iban desde bruja malvada hasta buen provecho. En cuestión de segundos vino a mi mente el cuento de mi Madre con su gallinita cuando era solo una niña. A ella le ocurrió algo igual. A su mascota gallina le había llegado el día, pero ella no lo sabía. Cuando entró en la cocina y vio su pobre gallinita desplumada en tope de la cocina y el agua hirviendo a su lado, fue al rescate y se llevó el cadáver a su cuarto donde se encerró a llorar a moco tendido el asesinato de su gallinita. Al otro lado de la puerta, estaba su hermanita menor cantando y burlándose, con la cruel inocencia que los niños pueden tener - “la gallina turuleca ha puesto un huevo, ha puesto dos, ha puesto tres...”